6. Nueva Zelanda 2017. 21 de septiembre, jueves. Tercer día de viaje. De Auckland a Wellington. Segunda parte.

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Llega nuestro autobús que nos llevará de Manukau a Wellington. Yo he comprado desde casa todos los billetes a través de internet. Y no sé si en España funcionará así, pero aquí ocurre como en los aviones que hay diferencia de precio en los billetes si son de “no devolver, ni cambiar”, son más baratos que los “flexibles”. Así que llevamos impreso el recibo, pero no sabemos nada del asiento.

NB

Obviamente este no era el autobús, pero es que no me dio tiempo a fotografiarlo. Era algo mejor. Este es de Hsipaw en 2008.

Aparece un conductor pequeñito, delgadito y medio pelirrojo. Un tipo curioso. Debe llevar en el teléfono la lista de pasajeros porque le dices el nombre y subes. Le pregunto por los asientos: “el que quiera menos el del conductor”. Este sentido del humor lo muestra durante todo el viaje ya que antes de cada parada y después de ellas lanza un pequeño discurso lleno de frases ingeniosas cuyo significado se me escapan casi todas. Si fuese en España después de cada intervención la gente aplaudiría. Acaba recomendando que el personal se lleve su propia basura.

El autobús para en distintas poblaciones para dejar y recoger viajeros y alguna vez paramos unos 30 minutos para comer o tomar algo. A mí no me parece demasiado para el conductor en un viaje de 11 horas.
Esta es la ventaja frente al avión, que ves todo el país, en este caso la Isla Norte. Verás si a ti te compensa. Y también puedes observar el comportamiento del personal.

La nota desagradable la ha dado un joven que iba borracho. No ha sido alborotador, pero ha estado parte del viaje dando grititos.
La nota excéntrica la proporciona una señora con un extraño sombrero que no se quita en todo el viaje; bueno, más que sombrero es como un tocado que imagino tendrá algún significado ritual. Además, esta mujer está siempre sonriente y parece feliz a pesar de llevar ese gorro.

Los jóvenes tienen mejor comportamiento que en el transporte público español, aunque sin comparación con los coreanos o japoneses.
Pero en general la gente se muestra muy contenida.

El viaje ha discurrido a través de un territorio verde precioso con un paisaje ligeramente ondulado con suaves colinas. En los campos a veces vacas, a veces ovejas y algunos caballos. Me ha sorprendido la situación de las ovejas en comparación con España. Allí ves un terreno seco y pedregoso con un pastor y un perro que controla a 100 ó 200 ejemplares. Aquí en un campo verde inmenso ovejas desperdigadas entre la hierba y en la mayoría de los casos una hembra adulta con una cría. ¿Y los machos? O están estabulados, que no creo, o tienen una vida tan efímera como en España. Ya ves, no siempre es una buena idea nacer varón.
En esos campos algunas granjas diseminadas.

Atravesamos algunas poblaciones y las casas son todas de una o dos plantas y ni un bloque de pisos. En la entrada de las ciudades medias hay tinglados con instalaciones de restaurantes de franquicias, concesionarios de coches, alguna pequeña nave industrial…
Las casas son de madera o quizás de algún material plástico que les dan un aspecto de prefabricadas.

Al salir de Auckland una buena autovía que luego se transforma en una autovía con obras y más tarde en una carretera normal.
La mayoría de los coches son japoneses y coreanos, pocos europeos y bastantes camiones con remolques. También muchas autocaravanas, circulando o estacionadas. La guía y algunos con los que he hablado sobre este país te recomiendan que alquiles una.
El autobús lleva cinturones de seguridad, pero no se los pone nadie excepto nosotros dos. No me extraña porque sujetan como los de los coches de carrera. Vaya, los imagino así, que no te permiten mover ni un centímetro.

Casi al final descubrimos que el autobús tiene wifi y además de muy buena calidad. Así puedo leer el editorial de hoy de El País sobre Cataluña, “Las mentiras de Puigdemont”, y me pongo de muy mala leche.

NB
Te recuerdo que cuando me leas será después del verano de 2019 y «hoy» es 21 de septiembre de 2017.

En una de las paradas charlo con el conductor y descubro que no le entiendo casi nada: habla muy rápido y creo que se come la mitad de las sílabas, pero es una persona muy amable y simpática.
Al llegar al destino, Wellington, dice que es la ciudad mejor del mundo sino fuese por la climatología y también nos dedica unas agradables palabras a nosotros.

Ha sido un viaje estupendo a pesar de que ha llovido en gran parte del recorrido y de que funcionaba mal el aire acondicionado y hemos pasado algo de frío en el autobús.

El hotel de Wellington está a unos 100 m desde donde nos dejó el bus a las 8 y media, ya de noche.
Es un “albergue juvenil” con habitaciones tipo dormitorio común y algunas normales como la nuestra. Tiene, como este tipo de alojamientos, grandes zonas comunes que, aunque no siempre las utilices, están muy bien: un gran salón donde sirven comidas, cenas y desayunos y una gran cocina muy bien surtida donde los que quieren se pueden preparar la comida.


En ella una nevera industrial para que los clientes guarden sus alimentos y un detalle curioso: un lugar donde el personal puede dejar la comida que le sobra cuando se va y no se puede (o no se quiere) llevar, como, por ejemplo, el aceite o la mantequilla. De esta manera la pueden aprovechar los demás. Una idea estupenda, que quizás sea general en este tipo de lugares, pero que es nueva para mí.


También tiene un bar (imagino que le llaman “bar” por el tema de servir alcohol) y una gran sala de estar con varias mesas de billar.


Marisa me posa con un palo de billar y me percato de que no ha cogido uno en su vida. Que no ha debido verlo ni en el cine.

Hay un buen servicio de WIFI pero solo tienes 1,5 GB al día, lo que para nosotros es suficiente.
Cena ligera y a dormir, por fin en una cama.

PD
Hoy me he percatado de algo que me esperaba: “En Nueva Zelanda, el coreano, o el japonés, soy yo”.
Charlo con el conductor y me pregunta por el resto de lugares que vamos a visitar. Uno de ellos tiene el nombre más fácil de todos y es el primero que le digo: “Te Anau”. Mira que no tiene misterio, pues se lo he tenido que repetir varias veces y hasta que no se lo he escrito no me ha entendido.
Algo semejante me ha pasado en una parada para comer y en una cafetería: no me entienden o no les entiendo.
Veremos como sigue eso de ser extranjero en el extranjero.

NB.
Descubrimiento del día.
La frase “gregarios como ovejas” no se puede emplear aquí. Porque si preguntas si las ovejas nacen o se hacen gregarias, ya te lo digo: se hacen. Aquí habría que buscar otro término de comparación, quizás “gregario como las avispas”.