Este aeropuerto siempre me sorprende y siempre me cabrea. Es amplio, tiene un diseño estupendo para deambular por él, puedes ir desde aquí a sitios interesantísimos, pero el lujo extremo, el despilfarro me pone de mal humor.
Y como siempre escribo sobre el mismo sitio no puedo dejar de repetirme: empleados a cascoporro, por emplear un término que creo solo madrileño y que Marisa desconocía hasta hace una semana y que descubrió por una nota de nuestra amiga Marisa.
Y todos “cascoporrianos” son morenos y tirando a escuálidos.
Las colas de embarque marcan el tipo de personas por el destino, pero lo hacen de una manera terriblemente homogénea; porque hay destinos a los cuales solo deben viajar los naturales del país, aunque de repente tengas una nota discordante en la persona de una rubia blanquita.
También en esta sala de espera para el embarque hacia Auckland casi toda la gente es de “aspecto occidental” y la nota diferente la pone una familia musulmana con dos niños pequeños, aunque la nota realmente exótica ha resultado ser un monje budista de unos 50 años, quizás tibetano, aunque no he logrado deducir su origen por su uniforme. Sé que no es japonés, ni coreano. Si tengo oportunidad se lo preguntaré. Sí, lo veo muy fresco de vestimenta para el clima que nos espera en el destino, aunque quizás él piense lo mismo de mí, pues llevo una camisa de manga corta.
Embarcamos y por primera vez en muchos viajes no vamos a tener ventanilla a pesar de cruzar el mundo. Todo sea por la paz conyugal.
En la revista de a bordo leo que la distancia de Doha a Auckland es de 14539 km y que se hacen en 17 horas y 30 minutos. Nuestro avión, un Boeing, tiene un alcance de 17370 km, así que aún le sobra si hay algún percance, pero es que no se puede volarr más lejos con los aparatos de la flota de esta compañía: el siguiente solo llega a los 15200 km y entonces sí que sería muy justo. Y es que este vuelo, como ya expliqué, es, o era cuando lo anunciaron, el vuelo comercial más largo del mundo. Para que te hagas una idea desde Doha a Seúl, nuestro anterior destino, eran 7116 km, la mitad de este y también en la mitad de tiempo. Afortunadamente no hemos tenido el tercer pasajero de la fila de tres y eso hará más confortable el viaje.
Aquí se confirma lo del vuelo de ayer: las normas de seguridad las dan en un vídeo profesional, nada que ver con las payasadas de los futbolistas de antes. E imagino que mucho más barato. Es como si para explicar cómo poner la mantequilla en una tostada de pan contratasen a Vargas Llosa. Por lo menos este no diría ninguna tontería, pero me parecería excesivo.
No funciona el mapa que permite seguir en la pantallita el recorrido y es una verdadera pena pues es la primera vez que lo hacemos.
Como son las 3 o las 4 de la mañana el personal se pone a dormir enseguida, pero como vamos hacia el este también enseguida empieza a amanecer, una luz preciosa en el horizonte que se vislumbra a través de las ventanillas. Y con el amanecer viene el desayuno: son nuestras 3 de la mañana. Pero no está mal porque de esta manera podremos dormir sin sobresaltos. Y me duermo 5 horas de un tirón y eso que ha habido un traqueteo horrible durante una buena parte de este trayecto que quizás ha favorecido el sueño: como en una mecedora. Nos despiertan para un bocadillito (lo peor de la cocina de los aviones) y te parece que llevamos toda la vida en este lugar, pero te percatas de que te faltan un montón de horas para llegar a tu destino.
Y en un momento dado pienso que quizás todos los que estamos aquí no seamos pasajeros de Doha a Auckland, sino que somos muertos que vamos hacia nuestro destino eterno. ¿Por qué tú has visto alguna vez a 250 personas juntas y que no haya ninguno con un teléfono en la mano? Bueno, quizás no seamos 250 porque a los de las “clases pudientes” no las puedo ver, pero por lo menos 200. Creo que al miedo irracional de no estar conectado le llaman “nomofobia”. ¿Cómo resolverán los nomofóbicos -o sea al 98,3% de la población- una situación como esta? Quizás inventen una aplicación (“apps” las llaman) que resuelva esto: que el propio teléfono te mande mensajes, fotos y videos generados por él mismo a los que puedas contestar sin estar conectado. Y además podrías elegir entre diversas situaciones personales, como amistad, incluso amor, hasta sexo, enemistad, odio eterno, admiración, arrobamiento…vaya lo que quieras. Bueno, a lo peor ya está inventado.
¿Y los de “business” que no veo? Porque entre esos ricos herederos también habrá nomofóbicos, digo yo. Pues tengo una amiga que viaja en esa privilegiada clase que me explica que allí el alcohol fluye a raudales y quizás de esta manera evitan su ansiedad.
Pero de verdad que me da un poco de miedo cuando me levanto ver a todos estos sin el aparato en la mano. Marisa lo resuelve mirando la pantalla que no funciona muy bien lo que le obliga a hacer click, click, continuamente lo que le da un “aspecto WathsApp”.
Para dar mayor verosimilitud a este “ataúd volante” se pasea una señora vieja, pero vieja vieja, cubierta con un sudario negro. Podría ser la misma muerte, aunque para eso la veo un poco pequeña. Además, creo que de serlo iría un poco más erguida. También podría ser una plañidera, que por su rostro podría venir de una cultura antigua, por ejemplo de Nínive, pero no me atrevo a preguntárselo.
NB
Busco denodadamente alguna fotografía que pudiese recordar a la muerte y me percato que nunca fotografiamos desgracias, ni gente menesterosa, así que me decido a insertar estas dos fotografías de cómo me gustaría que fuese la muerte si me viniese a buscar. Además una de ellas es un ángel y la otra una novia, “falsa”, pero novia: “la novia de la muerte”.
Para las chicas os buscaría un “novio de la muerte”, pero no quiero tener problemas con la Legión.
Al cuadro he añadido que yo utilizo como truco para dormir (si Marisa me lee diría: “¡como si necesitases un truco para dormir!”) el ponerme la mantita del vuelo como una mortaja cubriéndome la cabeza. De esta manera no me molesta la posible luz de las pantallitas, ni el paso del personal. Pues bien, si el resto del pasaje se cubriese como yo y la abuelita plañidera siguiera paseando por los pasillos sería una estampa completa. ¡Lástima que no he visto a nadie más de esta guisa!
Solo faltaría que de música de fondo se oyese «Una furtiva lacrima» cantada por Alfredo Kraus, pero muy suave, por ejemplo que se oyese en la megafonía de la clase privilegiada y que en la económica fuese como un lamento lejano.
¡Cuántas preguntas sin responder proporciona un viaje!
Leí un artículo de Juan Cruz sobre el Sr. Junqueras en el que le llamaba “hipócrita de libro” y del que un comentario decía: “En el artículo queda perfectamente descrito lo que yo veía en el personaje pero que era incapaz de describir.” Pues bien, durante el vuelo he hecho un descubrimiento del que desconozco el porqué, pero quizás algún día lea otro artículo donde se describa y explique ese comportamiento.
En el pasillo delante de mí, en la penumbra del avión, una joven esbelta está de pie. En el asiento contiguo hay una sombra de la que sale un brazo que le acaricia lentamente el muslo derecho, va subiendo la mano hasta que llega al…pues al culo para emplear una palabra que todos entendemos. Y he pensado en que porqué a aquella chica no le molesta que ese joven (luego se ha levantado la “sombra” y lo he podido ver) le dé ese suave y tierno masaje, pero le molestaría hasta el nivel de ofensa que hubiese sido cualquier otra sombra del pasillo. O eso imagino.
Es un fenómeno bien curioso. Vaya, dos fenómenos. O mejor tres.
Uno, que no te dejas tocar el culo por cualquiera. Dos, que lo hagas por persona, o personas, seleccionadas. Tres, que te guste que te toquen.
Hubiese querido preguntárselo, pero ni la conocía, ni mi nivel de inglés hubiese sido suficiente para poder preguntar este tema sin provocar equívocos. Como una simple cuestión de antropología.
Más sobre los vecinos.
Este avión es del tipo 3+3+3 asientos por fila, ocupando nosotros una de las del medio.
A nuestra derecha hay tres jóvenes que han dormido como marmotas todo el viaje, y menos mal porque los 30 minutos que han estado despiertos han hablado muchísimo y a un volumen casi insoportable. Pero de nuevo han caído en el letargo juvenil.
En la fila siguiente hay una pareja disímil, término que empecé a utilizar en alguno de mis viajes por el sudeste asiático cuando veía a un jubilado occidental orondo y tripudo con una muñequita oriental, y también alguna vez, pero mucho menos frecuente, a una señora occidental de más de 60 y tantos con un juncal joven oriental. Aquí es un señor pequeñito de unos 60 y tantos con una rubia jovencita con las tetas casi fuera de la camisa. Yo no estoy en contra de este tipo de demostraciones, pero me sorprenden y más en estas circunstancias. Pues bien, he intentado hablar con el afortunado señor, pero si le miraba para entablar conversación me sentía incómodo pues parecía que mi mirada perseguía a su rubia acompañante, pero he tenido la oportunidad al fin de hacerlo con la última copa de coñac que nos hemos tomado. Vive en Sudáfrica, aunque es británico y va a Nueva Zelanda a una boda. Me ha dicho que es un país muy bonito y que este es su cuarto viaje. A él le había sorprendido verme leer un libro, la guía de este país, y su misterio se ha resuelto al saber que éramos turistas en nuestro primer viaje.
También he hablado con una azafata de aspecto mediterráneo, tanto que esperaba que fuese española. Pues no, que es india del estado de Kerala. Después he sabido que era católica y es que los católicos, o quizás los cristianos en general, tienen otro aspecto físico. He entendido que el próximo mes se convertirá al hinduismo para poder casarse por esa religión. Aunque quizás era otra cosa y no lo he comprendido bien. De todas maneras en la India el derecho civil se mezcla con el derecho canónico de una manera decimonónica, o quizás debería decir “visigoda”. Me ha explicado también que en estas líneas aéreas las azafatas son de muchos países: “esa es de Bután y aquella de Corea”.
Poco antes de llegar nos dan el cuestionario de “New Zealand Passenger Arrival card” donde además de lo normal sobre tus datos personales te preguntan sobre lo que llevas y es lo más estricto que he visto en mi vida, aunque ya había leído sobre ello en la web de la aduana neozelandesa.
Las respuestas debes marcarlas bajo multa de 400$ pagaderos como “Instant Fine” si mientes y de prisión o deportación si lo haces con los datos personales.
Y te preguntan cosas como que si llevas calzado que hayas utilizado en actividades al aire libre. O si llevas agua. Si llevas medicinas. ¿Pero cómo un señor septuagenario no va a llevar medicinas? Deberían hacer eso de “si tiene más de 60 años no responda a las preguntas que siguen y salte al punto 7”.
Y entre sueños, comidas, vasos de agua y alguna lectura de la guía de viaje llegamos a Auckland.
El aeroplano hace un extraño al tocar tierra como cuando conduces y el suelo está mojado; claro que está lloviendo ligeramente pero no creo que ese haya sido el motivo.
Y en cuanto aterrizamos explota la locura de los nomófobos: sacan sus artilugios y teclean con avidez.
Y tras más de 26 horas (7+2+17) ya estamos en Nueva Zelanda.
PS
Se me ocurre que si en lugar de “Una furtiva lacrima”, pusieran “Spiegel im Spiegel” durante el largo sueño, pareceríamos los astronautas hibernados del Discovery 1 de “2001: Una odisea del espacio”, con la anciana asiria paseándose entre nosotros . Claro que la pieza musical dura unos 10 minutos y repetirla durante 17 horas, aunque te guste mucho, es para salir pitando de cualquier hibernación por muy a gustito que te encuentres.