La Agencia Japonesa de Meteorología, JMA, amenazaba con una mañana nublada con un 30% de probabilidad de lluvia: llovía esta mañana, ligeramente pero llovía. Además habían previsto una temperatura máxima de 5ºC y así ha estado todo el día. Y la lluvia es el peor enemigo del turista. Bueno, quizás en Japón sean peores los terremotos, pero en esos ni pienso. Y así con los 5ºC, la humedad y un ligero viento hacían que la mañana pareciese tan fría como las de Hokkaido.
Pero un turista concienciado no puede dejarse amedrentar por algo tan poco importante y así hemos empezado en el canal de Meguro, Meguro Gawa, donde estuvimos el año pasado con una cantidad enorme de gente. Sabemos que la sakura acaba de comenzar y que por tanto apenas habrá flores y así pasearemos sin la presión de las muchedumbres que habrá seguro en los días venideros. Pero es que hoy no había nadie, excepto algún turista despistado, imagino que maldiciendo su suerte. Porque eso tiene de malo hacer un viaje de pocos días, por ejemplo una semana en Japón, como esta Semana Santa, y que te haga un tiempo de perros y encima que la sakura comience de verdad el lunes de Pascua, justo el día en que tú has empezado a trabajar en tu Palencia natal. Una cagada.
Total que en el Meguro Gawa todavía no han empezado a florecer los cerezos pero están a punto de hacerlo. Lo mismo que todos los pequeños negocios que también “florecen” estos días.
A lo largo del canal hay expuestos dibujos infantiles con recomendaciones cívicas como no tirar papeles al suelo y conductas semejantes. En uno hay un muñeco que anda tranquilamente y encima y tiene un círculo, que en la iconografía japonesa quiere decir “permitido” y hay otro con cara de atontado con un palo autorretratador y encima de él una cruz, o sea “prohibido”, “no hacer”.
Un cartel advierte que poner un plástico para reservar un trozo de suelo y tener allí una fiestecilla no está permitido. Y es que en muchos parques como Ueno sí se puede hacer, pero aquí con las calles tan estrechas sería una locura.
Desde allí nos vamos a la plaza de Yebisu Garden. No tengo claro cuál es la salida adecuada del metro y acudo a un mapa de información: error. Afortunadamente me doy cuenta de que donde debía estar el norte está el sur. Esa es una constante de los mapas japoneses que pueden llevarte a tomar el camino equivocado: los colocan como cree conveniente el diseñador para su creación, sin seguir la norma (¿será solo europea?) de estar orientados Norte-Sur, siendo el norte arriba y el sur abajo. Aquí el norte puede estar en cualquiera de los lados del mapa. Lo sé pero siempre me despista.
Esta es una zona con grandes edificios y un gran corredor cubierto, Skywalk, de medio kilómetro que va desde la estación de metro hasta esa plaza. Parece que era un terreno boscoso donde en el siglo XIX se construyó una fábrica de cerveza y alrededor de ella se formó un barrio que ahora es un lugar muy interesante, aunque fuera de los circuitos turísticos habituales.
En el camino tomamos un café en un establecimiento de una conocida cadena de comida rápida: aquello más que una cafetería es un centro social y de trabajo. No social en el sentido de que la gente se reúna, porque la mayoría están solos, pero sí donde descansan, leen, dormitan y trabajan. Visto como actúa el personal me da la impresión de que algunos se pasan el día aquí. Por cierto que el camarero que me atiende parece indostánico y le pregunto por su procedencia: Sri Lanka. Le digo que he estado allí y se alegra sinceramente. Imagino que los clientes japoneses, dado su carácter reservado, no le preguntan por sus orígenes.
En las calles bonitos parterres de flores, que, como siempre, me provocan una gran envidia por lo bien que están cuidadas y por el civismo de que nadie se las lleve a sus casas, o peor todavía que las pisoteen. En mi pueblo mis padres vivían en el centro, pero centro, centro, vaya al lado de la iglesia. En una pequeña plazoleta plantaron media docena de árboles. Pues bien, los han estado tronchando a lo largo de los años. Esa destrucción gratuita, sin obtener ningún beneficio a cambio, como por ejemplo en el caso de un robo, me parece la situación más imbécil de todas. Pues en mi pequeño pueblo parece que hay varios individuos de esas características y en Tokio ninguno.
Otras dos cosas más que me siguen sorprendiendo de esta ciudad: el eclecticismo de su arquitectura y los cables eléctricos. Lo de la arquitectura más que una «combinación de elementos de diversos estilos, ideas o posibilidades», como define al «eclecticismo arquitectónico» el DRAE, me parece más bien una falta total de normas de urbanismo, lo que en un país tan organizado como este me confunde más todavía. Lo de los cables eléctricos sigue siendo un misterio para mí, aunque creo que alguna vez he leído que es por motivos sismológicos, pero hay más tendido aéreo que en ningún otro país que conozca, exceptuando la India.
Encuentro una acera donde no hay la línea grabada amarilla para los ciegos excepto en un pequeño trozo pero además en forma de ese y con unos pivotes a los lados. ¿Será para alguna prueba de habilidad para los invidentes? Otro misterio más para añadir a mi vida. Lo malo de este último es que solo tengo un amigo japonés, Hiro, al que preguntar y no es ciego. Bueno, no es que quiera decir que es malo que no sea ciego, ya me entiendes. Y a la única persona ciega que conozco no puedo enseñarle la foto. También me entiendes.
Cerca de la plaza a la que vamos veo un hotel de «nuestra» cadena. Su situación es privilegiada y desde la calle se ve la recepción y tiene muy buena pinta. Entro a preguntar para mis próximos viajes y resulta que es todo un decorado; un «feik» como decís los modernos. Son las oficinas centrales (o parte de ellas) de la empresa y es la entrada del edificio.
La Yebisu Garden Place es algo fantástica y entre altas torres y grandes edificios modernos hay una especie de palacio francés y un edificio de ladrillo rojo. Este parece propiedad de la empresa de cervezas Sapporo pues tiene al lado un museo interesante si te va el tema de la cerveza ya que organizan recorridos con cata a un precio razonable. Si no te interesa esa bebida verás unas instalaciones preciosas con algunas muestras de botellas y carteles de la marca.
Hace unos meses vi una exposición organizada por la marca Mahou en el Conde Duque de Madrid. ¡Señor, qué patochada! ¿Por qué no seremos capaces de hacer cosas como los japoneses?
Una cosa he aprendido de esta visita: en 1904 una botella de cerveza costaba 20 sen, siendo el sen un céntimo de yen. Un bol de sopa como lo que hoy sirve de plato único costaba 2 sen: 10 veces más el precio de la cerveza. Así que esta bebida no se hizo popular hasta los años 60 del siglo XX, durante el periodo del gran crecimiento económico del país.
Por si no está claro colocan una cerveza al lado de 20 platos de sopa.
Otro detalle curioso para los amantes de la cerveza entre los que tengo algún familiar muy cercano (más de uno) y algún gran amigo: en 1927 esta fábrica lanzó la botella de tamaño grande: 1946 ml ¿Por qué esa extraña capacidad?
Otra curiosidad: hay una ley alemana de 1516 que prohíbe el uso de cualquier ingrediente que no sea cebada, lúpulo, agua y levadura. Dicen así que la cerveza alemana es siempre de malta y que por tanto la Yebisu, la marca japonesa, es una cerveza tipo alemán. E magino que en Japón eso indica una clase de alta calidad. Lo que no sé si creerme lo de la ley alemana de 1516 pues Alemania no fue tal nación hasta el siglo XIX.
Y aquí en Tokio, donde sí se ven ya occidentales y bastantes españoles empiezo a ver también «tanquetas » occidentales a las que no voy a fotografiar para evitar enfados.
Un detalle de la plaza: una estatua preciosa, «Génie du Repos Éternel», de Rodin. ¡De Rodin en Tokio! Es algo que me ha sorprendido en este viaje: al amor por la escultura, por lo menos por la pública. En muchas ciudades hemos visto muestras de ello y aunque no fueran de este nivel estaban bastante bien. Por lo menos no hemos encontrado ningún disparate como las de los animales que colocaron en Barcelona en los 70, creo que era la época del Sr. Porcioles. ¿Estarán todavía?
Cuando regresamos al metro me dedico a mis estudios estadísticos-antropológicos: el 57% de los pasajeros duerme, el 43% restante mira el teléfono y algunos de ellos lo golpean con los dedos de la mano con la que los sostienen. Solo hay un par (que no son estadísticamente significativos) que no hacen ninguna de estas dos cosas: son gente muy mayor que mira al infinito. Debe ser el infinito japonés, o sea el zen. O quizás les da miedo dormir en el metro pues quieren ver la muerte cuando se acerque o quizás no tienen a nadie vivo en su grupo de whatsapp o de Facebook.
En una estación sube una joven disfrazada de antigua. Aquí no es como en Kioto donde las jóvenes lo hacían por diversión y para autorretratarse en la puerta de cada templo, aquí llevan vestidos más sobrios e imagino que lo hacen por exigencias laborales. Pero siempre son «ellas», nunca he visto a ninguno de esos «ejecutivos» vestido de samurái.
Cuando se hace de noche nos vamos a dar una vuelta por Ikehabara para ver las calles y sus escaparates. Es una locura. Delante de muchos restaurantes y salas de juego hay chicas vestidas de niñas dando publicidad. Mi pensamiento vuelve a lo mismo que lo del metro: ¿por qué no se disfrazarán «ellos» de colegiales?
Un establecimiento tiene un fatídico nombre: «Tomatina», palabra que tanto me cabreaba en mis viajes por la India. Como se llama «Caffé Tomatina» no sé si tendrá que ver algo con la «nuestra» o será italiano.
Esperemos que mañana no nos llueva.
PD
Hoy en «The Japan News»una viñeta donde están hablando Obama y Raúl Castro.
-Obama: «Necesitamos tratar sobre las violaciones de los derechos humanos que suceden en suelo cubano».
-Castro: «¿Las vuestras o las nuestras?».
Y es que la sombra de Guantánamo es muy alargada.
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