32. Japón 2016. 20 de marzo, domingo. Vigésimo día de viaje. Sapporo. Otaru. Primera parte.

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Domingo de Ramos.
¡Qué mala suerte (o buena suerte) estar tan lejos de la católica España que celebra con fervor religioso la Semana Santa! No dejo de recordar una entrevista a un joven de un pueblo cercano al mío famoso por ese “fervor”, en el que decía que cuando llegaban estos días lloraba de emoción. Y también siempre pienso que este joven no debía conocer ni el amor ni el sexo y que el día que se enamore o que tenga una relación sexual plena (no incluyo el onanismo) estará llorando toda la vida. De gusto y de vergüenza de recordar esa declaración. Cuando paso por la carretera atravesando esa población escudriño las caras de los jóvenes esperando encontrar al lloroso.
Mientras desayunamos en el hotel cae una mansa nieve.
Hoy vamos a ir a Otaru, preciosa población cercana a Sapporo a la que se llega en 50 minutos en un tren “local”.
El pronóstico del tiempo decía que hoy la máxima será de 3ºC y la mínima de 2ºC. Me sorprende tan poca variación. Y realmente nuestra visita turística ha sido con bastante frío pues hemos tenido algo de nieve, poca, pero con viento, lo que hacía que la sensación térmica fuese muy baja.


Otaru.
La guía define a esta ciudad como un destino muy popular para los turistas japoneses y como una ciudad portuaria romántica impregnada de una rica historia cuyos principales días de gloria lo fueron cuando era el centro del comercio del arenque.


La primera visita e imprescindible es dar una vuelta por el canal. Recuerdo que en mi primer viaje, el del 2009, incluso había un señor pintando en el paseo del canal. Hoy habría sido imposible. De todas las maneras es domingo y esto es Otaru, así que hay muchos turistas, sobre todo jóvenes, visitando el canal como nosotros. Y como ayer, de vez en cuando, una jovencita con tan poca ropa que me duele el cuerpo solo de verla. ¿No tendrá un ser querido que le diga que va coger un pasmo? Un pasmo que no será precisamente el pasmo de Sicilia. Y es que no lo puedo evitar: cada vez que pienso en la palabra “pasmo” se me asocia indefectiblemente la de “Sicilia”.
Aunque hay muchos edificios notables de cuando Otaru estuvo en su máximo esplendor la guía solo recomienda de forma explícita el del Banco de Japón que vimos ligeramente al llegar y el de las antiguas oficinas de la compañía “Nippon Yusen”. Estas están situadas como a un kilómetro de la zona principal del canal y me sorprende que en nuestro paseo hacia allí no nos encontremos a casi nadie. Vaya, solo a los que van en rickshaw que también funciona aquí como en los principales centros turísticos. Los jóvenes que los llevan paran en los sitios importantes y les hacen una foto a las pasajeras, pues siempre son mujeres o alguna pareja mixta. Nunca he visto a un tío solo o una pareja de ellos. ¿Se considerará algo femenino o demasiado romántico como para ir con tu amigo del alma?


En el camino vemos un par de palmípedos bastante grandes posados en un flotador que sirve para retener las inmundicias que entran en el canal. Por su forma parecen cormoranes pero los que yo había visto antes eran completamente negros y estos tienen un bonito plumaje verde oscuro y una mancha blanca y otra roja en la cabeza. Tendré que investigarlo pero estos son un par de ejemplares magníficos.


El paseo que hay al lado del canal en la parte menos transitada tiene tramos con nieve y algo de hielo. Hay una caja metálica en la pared y un letrero informa que son “conchas de vieira trituradas para utilizar como material antideslizante: úselas libremente”. Y en otro que es una prueba de sustitución de arena quemada (?) por este material como antideslizante del pavimento y que de esta manera evitarán que la nieve se ponga negra y sucia, manteniendo la belleza del canal. Y aquí acabo de descubrir el porqué en algunas calles de grandes ciudades había una especie de arena negra que era eso “arena negra” y no sucia, en los pasos de peatones y en algunas aceras, y porqué los montones de nieve estaban negros. Ya me parecía a mí que la polución ambiental no era tan fuerte como para ese resultado. Así que aquí el suelo estará igual de “sucio” pero en blanco, lo que no dará la impresión de porquería de otros sitios.


Y así llegamos, ya solos, a las antiguas oficinas de la “Nippon Yusen” en Otaru.


El papel que te dan allí, como complemento a un bonito folleto solo en japonés, dice que se empezó a edificar en 1904 en estilo de “Modern European Renaissance”, que imagino que debe ser algo así como neoclásico, y que se acabó en 1906. Y remarcan que era en piedra dado que en Japón eran esencialmente en madera y por tanto es un símbolo de la arquitectura en piedra de aquella época, periodo Meiji. Costó 60 mil yenes. Una ganga. En 1955 la ciudad compró el edificio y lo convirtió en el museo de la ciudad, aunque ahora está situado en otro edificio y estas antiguas oficinas se muestran como el edificio que era en aquella época. Incluso la gran oficina que hay en la planta baja tiene algunas mesas intentado reconstruir aquel ambiente. Me da la impresión de que un grupo de abuelitas que controlan la entrada son voluntarias que lo hacen por amor al arte, y de que además de abnegadas están muy entusiasmadas con su misión pues vimos como una de ellas cogía a una familia que entró y les guiaba y explicaba cada uno de los rincones de la casa. La más viejecita cuando vio como yo admiraba la instalación eléctrica que imaginaba reproducía la de la época original de principios del XX salió de su despacho y nos dijo que nos sentásemos en aquellas mesas de oficinistas y que nos haría una fotografía.


Luego con el mejor japonés posible nos explicó aspectos muy interesantes del mostrador que separaba a los oficinistas de los clientes. Lo más gracioso es que cuando acabó su prolija explicación Marisa, cándidamente, me preguntó: “¿qué te ha dicho?”.
Además del edificio en sí mismo hay un detalle muy importante: en noviembre de 1906 la sala de reuniones el segundo piso se utilizó por la comisión que determinó la frontera ruso-japonesa de las islas Sajalín de acuerdo con el tratado de Portsmouth.


Ahora la han restaurado a fondo y luce de maravilla. Remarcan que el papel pintado de la pared que se llama “kinkarakawa” es algo muy especial. Como “hay gente pa’to” seguro que hay fanáticos de este trabajo manual a los que les encantará verlo, como podrás comprobar por las 1330 entradas que encuentras en la búsqueda de Google con este argumento. Yo solo he puesto papel pintado un par de veces en mi vida y sobre la misma pared y lo considero un verdadero arte (en el cual no fui muy ducho).


Y dos habitaciones curiosas, sin interés histórico, son: una enorme caja fuerte que es una gran habitación en cuyo interior hay empotrada otra caja fuerte (la maldición de un caco poco informado); la otra son los cuartos de baño para uso público que aunque con sanitarios actuales tiene los accesos y distribución como cuando se construyó y en aquella época nadie pensaba en escribir con caracteres latinos ni en la iconología así que ves media docena de puertas con letreritos en japonés y tienes que ir probando hasta que encuentras el tuyo.

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