Blanco despertar.
Nada más levantarme echo una ojeada a la calle y vuelve a estar toda cubierta de nieve. Es muy bonito pero para la dura vida del turista puede ser una gran putada. Afortunadamente este en este país la nieve forma parte de su vida habitual y además nos vamos de Hakodate.
En el desayuno vuelvo a comer esa cosa de aspecto repulsivo pero que me encanta y que también comí en el restaurante de la cena de ayer. Aún me río viendo la cara de los japoneses cuando les expliqué lo del “conejo al ajillo”. La cosa rara nos la sirvieron como acompañamiento de una cerveza, pregunté qué era y lo que entendí, aunque puede ser cualquier otra cosa, es que eran tripas de pescado. Lo dicho: aspecto repulsivo pero exquisito.
Vamos a la cercana estación con bastante tiempo y aquí un consejo: si tienes que coger un tren del que no tienes los asientos reservados es conveniente que llegues con bastante antelación pues los japoneses, muy precavidos, lo hacen y forman colas ordenadas delante de donde se situarán los vagones que tienen los asientos sin reservar, pues estos se suelen llenar, por lo menos lo han hecho en las dos ocasiones en que hemos viajado así. Y si no, quizás viajes de pie. Y aquí el personal es muy ceremonioso pero no he visto a nadie ceder el asiento a una viejecita.
Nuestro viaje de hoy es de Hakodate a Kushiro, cambiando de tren en Minami-Chitose. La primera parte sin reserva y la segunda con ella.
Un detalle japonés: el revisor siempre empieza a pedir los billetes de frente.
El paisaje está nevado de forma continua. A veces incluso algún rio está congelado. A ratos nieva suavemente y a ratos sale el sol.
El tren se va llenando hasta parecer a uno de la India pero aquí los que están de pie no te avasallan. No sé si será así todos los días o será porque hoy es sábado y este tren va de Hakodate a Sapporo, la capital de la isla. A mi lado un joven gordo, muy gordo con su mamá. Parece japonés pero luego compruebo que habla inglés con la camarera que, ya con viajeros por los pasillos, no puede pasar con el carrito y lo hace con una bolsa ofreciendo bebidas y comidas.
Definitivamente no es japonés pues la mamá ha respondido una llamada telefónica, cosa que no habría hecho una japonesa. ¿Serán chinos? Quizás sean japoneses que emigraron a Estados Unidos y han perdido las buenas costumbres y el chico la esbeltez.
La megafonía de estos trenes es de lo mejor que conozco: entiendo todo. Los capitanes de las aeronaves de todas las líneas aéreas del mundo tendrían que venir aquí a hacer un cursillo de dicción. Yo solo les entiendo lo de los grados de temperatura del aeropuerto de llegada y además como lo dicen en grados Fahrenheit, ni eso. Ya sabes, “captain speaking”.
Cuando llegamos a Minami-Chitose vamos como sardinas. Afortunadamente el personal que quiere subir espera ordenadamente en el andén a que bajemos.
La estación de cambio de tren está situada en medio de la nada, rodeada de nieve y donde sigue nevando.
Cogemos el nuevo tren y la llanura anterior se ha transformado en colinas, bosques y algún torrente que se abre entre la nieve.
En el tren pasa un policía. Es el primero que veo en mis 13 días de viaje en Japón excepto a un par que vi en bicicletas en Kioto. A mi lado viajan una pareja con un niño. La mamá come delicadamente un bento con sushi.
Llegamos a Kushiro. Delante de la estación una iglesia cristiana como de cuento, de esas que te dibujaría un niño si le pidieses que dibujase una iglesia. Luego pregunté en turismo y me dijeron que no, que no era una iglesia, que era un salón de bodas. Ya sabía que a muchos de los nipones sean sintoístas o budistas les gusta casarse al estilo cristiano occidental. Vaya, por el vestido y la parafernalia consumista. Les podría decir que en España (desconozco lo que sucede en el resto de la cristiandad) sucede lo mismo: no serán capaces de recitar el credo, ni reconocer como se consigue la gracia santificante, pero el bautismo y el matrimonio debe hacerse vestido de faralaes canónicos. Y con mucho “cocktail” y menú con sorbete entre platos. Y mucho documental. Y que no falte el reportaje. ¡Qué disparate!
La primera sorpresa en esta ciudad es que en la estación hay una pareja que son los mejores informadores que me he encontrado en este país. ¡Y mira que no es fácil “vender” Kushiro! ¿Por qué hemos venido a esta ciudad? Pues para ver las grullas japonesas que son el orgullo de esta ciudad, que hasta las tienen en las tapas de las alcantarillas.
La grulla es un ave de nombre científico “Grus grus”, de gran tamaño y alto porte y migratoria por lo que pasan a veces el invierno en el sur de Europa las que viven en el norte de nuestro continente. Así tenemos un magnífico punto de paso en Gallocanta donde pueden reunirse por miles en invierno.
Las grullas japonesas son “Grus japonensis”. Es importante conocer la palabra “grulla” en japonés pues si tienes que preguntar por ellas la mayoría no conoce la palabra inglesa y menos la española: tancho.
Resulta que debido a la caza y a la pérdida de su hábitat se creía que la grulla había desaparecido de Japón, pero en 1924 descubrieron cerca de Kushiro una pequeña población de ellas. Desde entonces se han dedicado a protegerlas y alimentarlas y ahora hay una población estable cercana d los 1500 ejemplares. Además calculan que otras tantas están viviendo en la cuenca del río Amur en Rusia y en el nordeste de China. Y algo muy importante para los japoneses es que esta especie es la única que vive en este país, así esta ave tiene un doble significado: es el símbolo tradicional del país y el de la longevidad. Y en algún lugar creo que también lo relacionan con el amor conyugal y la fidelidad: la grulla y el grullo pareja estable durante toda su vida.
Pues bien estas grullas japonesas se encuentran en el Parque Nacional de Kushiro Shitsugen de 28000 hectáreas.
Así que hasta aquí hemos llegado para ver a las grullas. La primera dificultad es como acceder a un punto de observación viajando en transporte público. Me imagino a un japonés que quisiera ir a Gallocanta en enero. Ni idea de cómo lo podría hacer.
Según nuestra guía hay dos puntos para verlas: la “Japanese Crane Reserve” y el “AKAN International Crane Centre”.
En la oficina de turismo de Hakodate nos recomendaron el primero pues es de tipo zoológico (depende del zoológico de Kushiro) y allí seguro que las veríamos. Afortunadamente los de la oficina de turismo de aquí tenían otro punto de vista y nos dijeron que no, que fuésemos a otro lugar abierto donde las alimentan y de fácil acceso desde la carretera. Y así nos proporcionaron información de los autobuses para llegar hasta allí. También de un mirador al que se puede acceder dando un paseo desde una estación de tren cercana.
Fueron una pareja simpática, agradable y con ganas de ayudar. Así que aproveche para preguntarles qué día es el “White Day” que anunciaban por muchas partes: es como el día de san Valentín a la inversa. Resulta que el día 14 de febrero las chicas regalan algo a sus amados y el 14 de marzo son ellos quienes les regalan a ellas.
¿Cómo no se le ha ocurrido a El Corte Inglés y a Amazon en España?
A lo mejor es que ya está establecido y Marisa no se ha enterado.
Otra duda era porqué el 21 de marzo era fiesta: pues porque el 20 es la fiesta de la primavera y este año cae en domingo y pasan la fiesta al lunes. Aprovecho para instruirles en la práctica española del “puente”: ojos como platos. A un japonés no se le puede pasar por la cabeza algo así.
La última duda ya la he descrito al comienzo la crónica: ¿qué pinta una iglesia cristiana nuevecita delante de la estación?
Mañana a ver las grullas. Que no nieve esta noche porque frío..
14/12/2016 a las 09:57
Te has olvidado de las primeras comuniones que tampoco tienen desperdicio, con cortado de tarta con espada incluido…
14/12/2016 a las 10:28
Querida Marisa: pues hace mucho, mucho que no voy a un festejo así y antes no se hacía lo de la espada. Vaya, realmente creo que no lo he visto nunca en persona y solo en las pelis.
Un beso