Hoy vamos a volver a ver la zona que es reconocida como la más importante de interés turístico: el sur de Higashiyama. Es mi tercera visita pues estuve aquí en el 2008 y con Marisa el año pasado. Esto tiene el aliciente de que no debes ir tachando los lugares que debes visitar sino que puedes ir gozando de todo lo que vuelves a ver. Así seguimos a la muchedumbre que se dirige a hacer el mismo circuito que nosotros. En el camino vamos encontrando establecimientos de alquiler de trajes tradicionales.
Porque esta es una de las gracias de los turistas y también de los que se visten así: la mayor concentración de jóvenes vestidas con kimono de todo el país. También algunos chicos pero estos no pasan del 8,5% y solo un 2% de ellos lo hacen en pequeños grupos de chicos solos pues generalmente son el acompañamiento de una señorita. Y aunque le dan un toque colorido muy bonito yo no acabo de encontrarle la gracia al disfraz, sea de kimono en Kioto, de fiesta de carnaval, ni de hermandad de la Semana Santa. Seguro que en las épocas de los romanos o griegos tenían algún motivo que explicará la antropología. Incluso quizás en alguna de las tribus de la Melanesia sea así ahora pero en la civilizada Europa o Japón…Claro que vi en el periódico en internet la foto del Sr. Otegui recién salido de la cárcel rodeado por un grupo que parecían del Ku-klux-klan vasco.
Pero vuelvo al principio: ¿por qué se disfrazan? Y me olvidaba de los trajes regionales, sea la feria de Sevilla o El Pilar de Zaragoza. No me puedo creer que sea divertido vestirte de quien no eres, excepto en los casos de los que tienen problemas de identidad y quieren ser otra persona. Excluyo, por supuesto los que deben hacerlo por motivos profesionales como los obispos católicos, los policías o los artistas de variedades. Pero en el resto de los casos no lo entiendo.
Pero allí estábamos y Marisa haciendo fotos a las jovencitas disfrazadas. Bien es verdad que un kimono floreado es mucho más fotogénico que la mayoría de los disfraces pero mi amigo Hiro me dijo que esos kimonos de alquiler eran chinos y muy baratos. Tiene que serlo pues he visto anuncios que los alquilan por 3500 yenes, unos 30€ por todo el día y además te cambias en el establecimiento y te guardan tus enseres personales. Un problema añadido es que los japoneses tradicionales llevaban unas sandalias de lo más incómodas que además les hace andar como patitos.
El set del disfraz se complementa con un palo autorretratador, pues suelen ser grupos de 3 ó 4 chicas que quieren inmortalizarse en semejante día y no paran de fotografiarse. Y yo debo tener aspecto de experto fotógrafo –aunque la DSRL la lleva Marisa- porque me han pedido varias veces que les hiciese fotos con su máquina o su teléfono. Incluso ha habido una pareja que me ha repetido a lo largo de la mañana. Afortunadamente por lo menos el chico era muy guapo.
Así pasamos por la maravillosa pagoda que precede al templo principal, Kiyomizu-dera, al que llegamos y a su fantástico mirador, que todavía es más espectacular desde enfrente: una obra de carpintería increíble.
En el recorrido nos encontramos con el inevitable puesto de tampones.
Aquí además hay unos calígrafos a los que el personal paga para que les escriban bellas frases –imagino- en rollos que llevan preparados para tal fin. Y como son tan organizados en una mesa hay varios secadores de pelo para evitar que al enrollarlos la tinta manche el resto de la obra.
También pasamos por Jishu-jinja, donde está la piedra que asegura que encontrarás pareja si llegas hasta ella con los ojos cerrados. Siempre son chicas las que hacen la ceremonia y cuando la agraciada llega y se topa con el pedrusco sus amigas aplauden: no he visto aplausos más sosos en mi vida. Hoy además he visto allí algo nuevo para mí: echan 100¥ en un cepillo, cogen un papelito en forma de muñeco, escriben algo y lo ponen en un pozal con agua. Debe ser bueno que se hunda enseguida pues uno que lo ha dejado y flotaba le ha dado un manotazo para hundirlo.
No creo que sea bueno emplear la violencia para torcer el destino. Y también el personal compra tablitas para tener suerte y saca palitos de un caja donde te dicen el porvenir. No he visto gente más crédula en mi vida. ¿Qué no se lo creen? Entonces ¿por qué pagan –poquito- para obtener el papelito? ¿Por diversión? ¡Anda hombre! Que estos hasta se creen a las gitanas que te leen el porvenir delante de El Corte Inglés.
Vemos a una pareja de ciegos que sube hacia el templo. ¿Les cobrarán también la entrada? ¿Qué representará ese entorno para ellos? Aunque pienso que quizás solo se queden en la calle de acceso que está llena de pastelerías y que huele de maravilla.
Dejamos el recinto sagrado y volvemos al río de gente que va hacia Gio, el barrio de la geishas donde Marisa hizo el año pasado unas bonitas fotos de unas chicas que imagino que eran falsas geishas disfrazadas de tales por la oficina de turismo y que posaron complacidas. Pero quizás era una idea equivocada la mía o bien hoy “libraban” aunque me extraña siendo domingo. Al fin vemos una y Marisa puede fotografiarla pero brevemente. Luego veo que se mete en un restaurante. Quizás era parte del attrezzo de ese establecimiento porque no creo que nadie coma con esa máscara, que imagino que no puedes ni beber. Aunque luego veo una publicidad que dice: “¿Quieres ser una maiko? O mejor, ¿parecerlo?”.
Una maiko es un aprendiza de geisha. Y lo que vemos alguna vez en Kioto, en Gion, realmente son chicas disfrazadas de “maiko”.
Para una japonesa debe ser la cúspide del disfraz y de la transformación porque no solo se visten con un kimono y todos sus aditamentos, incluidos los adornos de la cabeza sino que además se pintan la cara, vaya, se maquillan como una verdadera maiko. Y todo eso se consigue gracias a empresas dedicadas a tal actividad. Consigo un folleto de una de ellas y saco la conclusión de que las que contratan esos servicios lo hacen para ellas para ellas mismas o para sus seres queridos. O sea que no para pasearse por las calles vestidas de falsas maikos sino para las vean sus papás y sus novios. Porque con aquel maquillaje te hacen una sesión fotográfica con 18 años y a los 30 puedes seguir repartiendo las fotos a los novios que tengas.
Los precios van de unos 100€ a 200€ en el caso de incluir fotografías por la calle.
Llegamos al parque de Maruyama-koen donde está el cerezo más famoso de Kioto: el Gion Shidarezakura, que creo que es el que aparece en todas las fotos promocionales de esta ciudad pero hoy es demasiado pronto para su floración. Y es grande pero nada comparado con los de Tokio, aunque este parque debe ser un centro importante de reunión cuando llegue la sakura.
Y desde allí al cercano santuario de Yaska-jinja. Este puede ser el lugar idóneo para acabar el recorrido o para empezarlo. Delante de su puerta principal hay tres gruesas maromas que van a dar en tres grandes cascabeles y todos los fieles siguen escrupulosamente el rito shinto: se acercan, echan unas monedas en el gran cepillo que está delante de la puerta, cogen la cuerda y la mueven un poquito para que suene el cascabel, rezan un par de jaculatorias, inclinan la cabeza unas cuantas veces y dan dos palmadas. Y como son tan ordenados forman una fila delante de cada una de las tres cuerdas. Lo curioso es que a veces la central tenía cola y las otras no. ¿Se conseguirá más gracia santificante -o su equivalente shinto- en la del medio? Se lo tendré que preguntar a mi amigo Hiro aunque normalmente se queda sorprendido por mis preguntas.
Y en esa cola me sorprende un punk japonés. Es como si Pablo Iglesias pasase por el manto de la Virgen del Pilar. O mejor el Sr. Rufián, conocido charnego (como se califica él mismo: “Soy charnego e independentista”) para el cual esa virgen debe ser el paradigma de la unidad de España y el antónimo –aquí anticristo o mejor “antivirgen”- de la de Montserrat.
Y alrededor de este santuario los clásicos mostradores de productos religiosos, aunque la estrella son los papelitos que te dicen la fortuna. ¡Pero mira que son aficionados los japoneses a esas supercherías! Por si te gustan esos juegos de azar cuestan aquí 200¥ y aunque las instrucciones están también en inglés te advierte que “Fortune is written in Japanese”.
El paseo termina (o empieza) en unas escaleras que dan a la gran puerta de entrada al santuario. Aquellas escaleras, y al final de la tarde, son un lugar magnífico para fotografíar a las disfrazadas jóvenes.
Acabamos la visita turística a Kioto con un paseo por la calle de Hanami-koji, medio peatonal
y con las prohibiciones habituales como no fumar, no comer, no beber, no tirar cosas al suelo, no sentarte en la calle ni apoyarte en las barandas y con dos nuevas: no utilizar palo autorretratadoress y no tocar a las maikos. O así lo he interpretado.
Todavía nos queda fotografiar la magnífica estación de ferrocarril por la noche y allí hacia allí nos vamos, encontrándonos con un espectáculo de luz y sonido aprovechando las gradas de un gran anfiteatro que hay en su interior.
Una estupenda despedida de Kioto.