Himeji.
¿Por qué hemos venido a esta ciudad?
Aquí está el castillo más famoso de Japón y quizás el más bonito, aunque sobre los gustos habrá de todos los pareceres. A mí me pareció precioso cuando lo vi en mi primer viaje a este país en el 2008 y no pude volver a verlo con Marisa el año pasado pues estuvo cerrado, creo que desde el 2009 hasta abril del 2015, con labores de restauración y mantenimiento.
Nada más llegar vamos a turismo pues aunque es muy fácil acceder hasta el castillo y no hay apenas nada más que ver, quizás te enteras de algo adicional. La señora que nos atiende nos da el consabido folleto y nos aconseja que cojamos el autobús que va directamente desde la estación hasta el castillo. Que no, que nosotros vamos andando. Y no sé el motivo pero regresa al mostrador y con una sonrisa radiante nos regala una preciosa pegatina. ¿Será una fanática de la marcha? ¿Odiará a la compañía de autobuses? Un misterio.
Ahora además del castillo puedes visitar unos jardines cercanos que era donde estaba el barrio samurái y que también han arreglado. Y es que Himeji era una gran ciudad con un perímetro defendido por una muralla de tierra y con la población distribuida según su ocupación y rango y al señor del castillo le gustaba tener a sus guerreros cerquita, así que el de los samuráis era el barrio más cercano al corazón del castillo.
Al edificio lo llaman “el castillo garza blanca”, Shiragasi-jo, y ya desde lejos, casi desde la misma estación del tren, su aspecto es imponente. Y desde su restauración todavía más.
Aunque hubo fortificaciones en esta ciudad desde mediados del siglo XIV, el actual data de 1580 y fue construido por Toyotomi Hideyoshi, uno de los personajes claves de la historia del Japón moderno. Aunque tuvo todo el poder nunca se hizo nombrar “shogun”, si bien actuó como tal. Por lo visto era feo como un demonio y obraba así. No, como feo no, como demonio: cortaba por la mitad a los mensajeros que le llevaban malas noticias, ejecutaba a todo aquel del que suponía que podía estar tramando algo contra él (aunque fuese de su misma familia) y decretó la primera expulsión de los cristianos y más tarde hizo crucificar a 26 de ellos. Un pájaro de cuidado, pero levantó un maravilloso edificio. Sus contemporáneos le llamaron «monito» y «rata calva». Junto con su «sucesor» Tokugawa, que mantuvo muchos de sus decretos, son considerados como los unificadores de Japón y los grandes responsables de que Japón sea como es hoy, por ejemplo los siguientes shogun de la familia Tokugawa son los que impusieron en Japón el criterio de que el árbol es un cultivo lento que hay que proteger lo que ha logrado con el tiempo el hecho casi milagroso de que a pesar de su elevadísima densidad de población más del 70% del país sea forestal. También, posiblemente su política hacia los cristianos impidió que al Japón del siglo XVII llegasen los hombres armados que muchas veces seguían a los misioneros como ocurrió en China e India.
(Al japonés del teléfono -crónica 6- lo tengo acomisado pues ha vuelto a llamar al cabo del rato y se ha tapado el teléfono y casi la cara para que no le oyera. Aunque hay media docena de clientes en este hall solo se le oye a él. Imagino que le habrá dicho a su ser querido: “Es que no te puedo decir nada ahora porque hay un energúmeno mirándome cuando te llamo. Espérate que se vaya»).
En los cuidados jardines de la entrada grupos de escolares con sus maestras y con sus gorritos de uniforme que permite distinguir de esta manera a unos grupos de otros. Cuando llegamos debe ser ya lo hora de comida para ellos y lo están haciendo con sus bentos diminutos con los palillos.
Llegas, pagas la consabida entrada y en cuanto pasas la puerta de la torre del homenaje, que es realmente el castillo mismo, te debes descalzar y ponerte unas zapatillitas para hacer el recorrido. Lo de las “zapatillitas” es porque son de talla única y los japoneses tienen, o eso parece, el pie más bien pequeño. Sería más seguro ir sin ellas pero el suelo, a pesar de ser de madera, está bastante frío. Vaya, no solo el suelo: ¡todo el edificio!
Es una obra de carpintería y de técnica constructiva impresionante. Marisa quiso poner a prueba, de forma maliciosa, mi memoria: “¿Y cómo se llama la técnica de construir castillos?”. Porque es una de las palabras que me tiene subyugado desde que la descubrí en época tardía: poliorcética.
Y así recorres los siete pisos de los que se compone viendo grandes estancias y subiendo por empinadas escaleras.
Y además de quedarte maravillado de cómo fue construido todo aquello te puedes enterar de la historia de Japón porque todo está orientado no solo a la contemplación de aquella maravilla, sino también tiene una importante función pedagógica.
Tengo que reconocer que mi interés por la historia de este país no va más mucho más allá y lo mismo por las técnicas constructivas pero creo que debería ser de visita obligada para arquitectos y restauradores. De verdad que te quedas con la boca abierta.
Y allí sigues a las hordas de visitantes con tus zapatos en la mano y con el temor de despeñarte por aquellas escaleras con unas chinelas del 36.
Y si la estructura de madera te maravilla, lo mismo te sucede con los tejados y tejadillos que puedes ver a muy corta distancia en cada planta, pues además los entrerríos están cubiertos de una pasta blanca lo que le da un aspecto todavía más impresionante al conjunto.
¡Hasta las uniones de las maderas son artísticas! Utilizan unas piezas metálicas con forma de flores de seis pétalos llamadas “rokuyo kugikakushi” para cubrir los clavos. No hay demasiadas pero no me extraña teniendo ese nombre. Imagínate a un carpintero del siglo XVI pidiendo las piezas a un aprendiz: “Suzuki pásame un rokuyo-kugi kakushi del ocho”. Al cabo del rato: ““Suzuki otro rokuyo-kugi kakushi pero este del siete”. Total que con ese nombre….
Y para hacerlo más complicado a los agujeros que hay entre los pétalos (seis agujeros) los llaman “inome”, o sea “ojo de jabalí”. “Suzuki que este rokuyo-kugi kakushi del nueve solo tiene cinco inomes, pásame otro rokuyo-kugi kakushi que los tenga todos”. Porque los que controlaban las obras no dejaban pasar una. Eran el antónimo de los controladores valencianos de las construcciones de los colegios públicos.
Otra cosa muy interesante son las vistas que vas teniendo conforme vas ascendiendo aunque hoy el día no sea muy propicio.
También de la posibilidad de ver muy de cerca los remates de los tejados en forma de pez, «shachi-hoko».
En uno de los pisos superiores hay un altar, creo que shinto, donde hay ofrendas vegetales y unas botellas de sake. Los vegetales tienen muy buen aspecto e imagino que los renovarán cada día, lo que no sé si son ofrendas de los visitantes o es la dirección del castillo quien las renueva. ¿Y quién se las comerá? Hoy había unas espléndidas naranjas y manzanas y, extraño para nosotros, una zanahoria y un rábano. ¿A ti te parece normal ponerle eso a un dios? Y si es a los antepasados todavía peor: a mí no me gustaría que me colocasen en el altar familiar un rábano. Veo que también hay algas y eso ya me parece mejor, además que no hay que reponerlas con frecuencia como los vegetales frescos. Y por supuesto la mejor idea lo del sake, que «ni la polilla y el orín corrompen”. Bueno San Mateo no lo decía de esa bebida alcohólica, sino de los tesoros del cielo.
Y todo el enorme torreón rodeado por un gran foso totalmente lleno de agua. Que esa es una de las gracias de los fosos japoneses. Los nuestros suelen estar sin agua, pero rellenos de arbustos secos y desperdicios tales como sillas de cafeterías, estufas oxidadas y algún carrito de Alcampo, además de las botellas, plásticos y latas de rigor.
NB. Explicación japonesa de Rokuyo-kugi kakushi .
roku: 6
yo: hoja
kugi: clavo
kakushi: oculta