35. Bali y Lombok 2015. 27 de septiembre, domingo. Vigésimo día de viaje. Munduk y lago Tamblingan. Primera parte.

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(¿Día cero del desastre?).
¿Por qué hemos venido a Munduk?
La guía dice de él que es uno de los lugares más tranquilos y atractivos de Bali. Al final nos va a pasar aquí como Marisa dice de Sikkim en relación a la India: lo que más nos gusta de Bali es lo que menos se parece a Bali.
Este es un pueblecito sin ningún “resort” turístico (todavía) donde, aunque se ven algunos turistas occidentales, no hay presión al respecto y el personal sigue viviendo de sus “clavos”, porque parece que es la principal industria de este pueblo, aunque como me dijeron que se recolecta de junio a septiembre u octubre imagino que habrá otros cultivos como el café.


Amanece una espléndida mañana y el temprano desayuno en la terraza del hotel enfrente del valle es una maravilla. ¡Lástima de las motos que pasan por la carretera debajo de nosotros! Claro que peor lo tienen en mi pueblo donde una carrera motociclista produce la mayor concentración de barbarie que te puedes imaginar. Así que no me puedo quejar y menos cuando el pan que nos han servido ha sido el mejor en los 20 días que llevamos de viaje. Por cierto que llevo ese número de días sin comerlo, excepto las dos tostadas del desayuno, y como he comprobado en otros viajes asiáticos podría pasar el resto de mi vida sin él.

El señor que ayer trepaba con chanclas por el árbol del hotel y que luego descubrí que lo hacía para recolectar clavo de dicho árbol, hoy va a hacer lo mismo pero con una larga escalera como las que descubrí ayer por la tarde: una larguísima caña de bambú en la que hay insertados peldaños también de bambú que la atraviesan de lado a lado. Veo como la amarra con dos cuerdas a objetos fijos en el suelo haciendo la misma escalera de tercer pie del trípode. Muy ingenioso y arriesgado.

Creo que al clavo le pasa como al té: necesita de países con mano de obra muy barata porque si se cultivase en Europa sería más caro que el caviar.
Cuando llegamos el recepcionista del hotel nos obsequió con un mapa fotocopiado de un dibujo hecho a mano que ayer comprobé que no estaba hecho a escala sino “a bulto”.
Nos recomendó una excursión a unas cataratas y otra a unas terrazas de arroz. También que fusemos unos de estos días a ver un templo que está en el lago Tamblingan donde se realiza una ceremonia religiosa hasta el día 29. Según el mapa de mi guía el lago debe estar a unos 5 km pero el recepcionista nos dijo que nos costaría 4 ó 5 horas si lo hacíamos andando. ¡Imposible! El hombre blanco tarda una hora en hacer 5 km así que lo del lago será todo lo más hora y media.
Como hoy es domingo he imaginado que habrá más personal en la ceremonia religiosa y que además desviándonos un poquito podríamos ver los campos de arroz de Dayang, que son los “recomendados”.
A las 8:45 comenzamos la excursión con una bajada vertiginosa que te hace pensar que cuando regreses cansado aquello será una gran putada. Pero hay que bajarla.
El camino da la impresión de que ha sido una antigua carretera pues a tramos hay asfalto destrozado y a veces tiene trozos de cemento.
Encontramos templetes cerrados, un bosque que a veces se transforma en una selva y grandes casas. Es curioso porque algunas tienen tanto espacio dedicado a su templo familiar como al resto de la vivienda para sus habitantes.


En otras tienen un gran patio donde está el clavo secándose al sol. Y esta especia inunda todo el ambiente de su olor dulzón y muy agradable.


En la carretera encontramos una cajita de las que utilizan para poner las ofrendas y entre lo ofrecido hay un cigarrillo que dejaron encendido y un caramelo. Quizás no sean ofrendas a los dioses sino a sus antepasados y en este caso era para un fumador empedernido y por eso le han dejado el cigarrillo encendido (ahora consumido), que ya se sabe que las almas, como inmateriales que son, no pueden encender los mecheros ni las cerillas. Y quizás para compensar el vicio (o para que se lo quite) le han dejado el caramelo. Si vuelvo a ver otro me fijaré si es balsámico, de esos de mentolín o miel.


Veo un poste al final del cual hay una lámpara y que tiene un interruptor eléctrico cuidadosamente sujeto a él.

No sé quien decidirá cuándo se enciende y apaga, pero tienen una graciosa visera para protegerlo de las inclemencias, pero cuando llueva, que aquí lloverá bastante, no sé cómo lo protegerá.

Dejamos la carreterilla y nos internamos por pistas en los campos de arroz siguiendo la indicación del mapa del hotel y preguntado a todo ser viviente con el que nos cruzamos: “¿Los campos de Dayang? ¿Es el camino de Limpah?”. Y como son tan educados todos sonríen y dicen: “Dayang. Limpah”. Que a veces parece que me contestan como si un indonesio me preguntase en su lengua en la provincia de Teruel: “¿Voy bien por aquí a Calamocha?”. Y yo sonriendo le contestase: “Calamocha”. Aunque fuese en dirección contraria.


Los campos son preciosos y aunque no son espectaculares nos gustan más que los famosos de Jatiluwih que parecían plantados para los turistas.
Por todos los sitios corre el agua a raudales y el verde del arroz se ve punteado por macizos de flores y plantas con hojas de vivos colores, que aunque estén plantados con fines ornamentales -cosa rara en medio del campo- parecen totalmente silvestres.


Y así de nuevo volvemos a encontrar la carreterilla que habíamos dejado.
El camino no está mal pero tiene una pendiente fortísima con lo que conforme va trascurriendo la mañana tengo que darle la razón al del hotel: 5 kilómetros no cuestan aquí una hora.
La ventaja es que dado lo malo que está el firme solo lo utiliza la gente del entorno, así que pasan algunas escasas motos y casi ningún coche. Las primeras casi siempre con la pareja, un niño y con un gran bulto que hoy imagino será para las ofrendas en el templo. Además todos van como de primera comunión, sobre todo las mamás y los niños.


Parece que están haciendo un tendido eléctrico nuevo y hay algún joven trabajando en la punta de un poste de cemento que está totalmente liso y sin ningún agarre posible. Imagino que habrán subido como lo hacen en los cocoteros. Uno de los jóvenes me pide un cigarrillo. ¡Maldito tabaco! Me hubiese gustado decirle que los pulmones son un órgano para toda la vida: “The lung is a magnificent organ that needs lifelong attention”; pero no sé si me habría hecho caso aunque le hubiese dicho que la frase no era mía sino de “The Lancet”.
Otro problema de este camino es que las casas suelen estar situadas cerca de la carreterilla y con la verja de entrada que da directamente a ella y en muchas tienen perros que ladran amenazadoramente cuando pasas a su lado. Hay que decir que, como siempre, aquí no va andando ni Dios, así que somos los únicos viandantes.
Encontramos algo único: una familia de espantapájaros. O quizás no eran familia, sino solo un grupo de amigos.

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