Como a pesar de perdernos durante una hora y salir tarde de excursión por la charla con Johannes hemos llegado demasiado pronto al puente y nos queda mucho día por delante decidimos seguir el camino pues el informador del RIC nos dijo que iba a parar al villorrio de ayer: Desa Belig. Se lo preguntamos a la joven lavandera y nos dice que sí, que sigamos el camino. Al comienzo es una pista de tierra que va al lado de una gran extensión de huertas que comprobamos que son las que vimos ayer desde el pueblecito. De vez en cuando un sombrero cónico sobresale de un campo de guindillas pues hay algún hortelano trabajándolo.
El sitio es precioso con las huertas en primer plano, la cortina de bambú cerrándolas y con el volcán como telón de fondo.
Encontramos un rústico banco donde “Aung” y “Zia” han proclamado su amor: mucho mejor que en el puente. El problema es que si riñen uno de los dos vendrá a quemar el banco.
Una señora cruza un campo con el retoño colgándole de un brazo y un pozal en el otro. Las madres siempre con la crianza.
Seguimos el camino que se ha ido transformando de una estrecha pista de tierra pegada a los campos de labor en un caminejo estrecho de difícil paso.
Como tenemos como punto de referencia el minarete en construcción por el que pasamos ayer y una torre de comunicaciones no nos podemos perder, pero sí compruebo que nos alejamos de nuestro destino, además de que desde que nos despedimos de la lavandera no hemos vuelto a encontrarnos con nadie más en el camino, cosa bastante rara aquí. Creo que si la senda no desaparece dará la vuelta a todo aquel enorme valle pero eso nos puede costar varias horas más. La única alternativa que encontramos empieza en una escalera de mano toscamente construida que enlaza con una empinada cuesta. No parece la mejor opción seguirla.
Además en nuestro camino he visto saltar a algún animal entre la espesura que imagino que será algún mono. Si veo algo extraño procuro no alarmar a Marisa, pero si no de digo lo del mono y se le presenta delante de ella, sea un mono u otro bicho, le dará un susto de muerte, así que se lo cuento.
Total que entre los monos, que el camino cada vez es más impracticable y que no podemos preguntar a nadie, Marisa se intranquiliza y eso es lo último que quiero. Damos la vuelta y cuando el camino se junta con la cerca de uno de esos campos cultivados decidimos cruzar por allí y seguir hacia el minarete.
Afortunadamente empezamos a encontrar hortelanos trabajando o descansando pues ya es mediodía y podemos preguntarles a cada uno de ellos por “Desa Balig” y todos después de la primera sorpresa de que anduviéramos por allí, la misma respuesta: que sigamos hacia delante. Y eso hacemos.
A uno que le preguntamos y que está recogiendo fresas nos ofrece un puñado de ellas. Solo cogemos una cada uno y está buenísima.
Casi todos los cultivos están cubiertos de plástico; no me sorprende pero me hace recordar mis tiempos de estudiante cuando aquella técnica empezaba a investigarse y nos parecía un avance importantísimo. Ahora al cabo de 50 años Sembalun está lleno de esos cultivos.
Casi todos los campos tienen una choza y alguna de ellas parece diseñada por un arquitecto que ha dejado la carrera a mitad.
También encontramos a un grupo de niñas que posan como si estuviesen en un programa de televisión.
Y cruzando todos aquellos campos llegamos al final al punto desde donde ayer vimos este valle. Ahora ya no tenemos que preguntar y vamos a parar al fotogénico puente de bambú que cruza el río y que hoy Marisa ya atraviesa con menos aprensión pero es que además hoy vamos sin la cohorte de chiquillos de ayer.
Desde luego el “firme” del puente no lo parece mucho. Y es que aquí el personal es tan liviano…
En el río se bañan y lavan la ropa algunas mujeres y chicas donde ayer lo hacían los chicos. Quizás haya algún orden para hacerlo. En en algún remanso se ve a un pescador me parece que con más fe que resultados.
En la aldea encontramos a una señora mayor que teje en el porche de su casa y hay sesión fotográfica. Más tarde el dueño de una casa en cuyo patio hay media docena de empleados suyos arreglando los ajos.
Otra sesión de fotos pues el dueño muy gustoso posa con un manojo de ajos en la mano como diciendo: “estos son mis poderes”.
Y así de encuentro en encuentro llegamos a la carretera que nos devolverá en un largo paseo hasta nuestro hotel y nuestro restaurante. Marisa me hace notar que nadie lleva gafas, pero es que nadie, nadie.
Pasamos al lado de un vendedor de botellas de gasolina que las está rellenado con un cigarrillo encendido en la boca. ¡Hay que ser cafre! Marisa me dice que quizás es que no se da cuenta. Pues como los fumadores cuando ven las campañas que relacionan el cáncer con el tabaquismo. Total este solo tenía sus morros a medio metro de un bidón de unos 30 litros (que por cierto pone que contiene agua oxigenada, H2O2) y unas 8 botellas de un litro a unos 30 cm de su escroto. ¡Es que hay gente que no sabe valorar lo que tiene!
Más tarde encontraremos a un grupo de jugadores de dominó que utilizan unas fichas de cartón. Fuman desesperadamente los cuatro y uno de ellos lleva colgando de su oreja derecha una cuerda con una botellita. No he logrado saber el motivo pero parecía enfadado.
Cerca una guapa joven está rallando una gran calabaza. Sus padres se muestran encantados de que Marisa la fotografíe. Esto contrasta con el pavor de otras chicas al ver la cámara. Creen que las vamos a fotografiar y nosotros nunca lo hacemos en contra de su decisión pero se cubren las caras rápidamente.
Así al cabo de 4 horas y dos pérdidas llegamos a nuestro restaurante habitual. Es tan tarde para ellos que ya no queda casi nada excepto el mismo pescado que ayer y partes internas de pollo y vaca así que nos decantamos por cosas más saludables como berenjenas, tofu, tomate y pasta.
Al regresar al hotel nos percatamos que delante de la mezquita en construcción, la que está enfrente del horrible monumento al ajo, hay una urna para recoger fondos. Y aunque en los campos había mucha gente trabajando, no la había en la mezquita no sé si por falta de fondos o por el contrasentido de levantar un edifico así en viernes.
Y como ya hemos acabado las visitas previstas nos vamos a descansar al hotel.
Hasta ahora estábamos casi solos en aquel complejo exceptuando al indonesio “amigo” que llegó ayer por la noche y se ha ido esta mañana, pero ahora hay una pareja de extranjeros, otro solo que va en moto y en el bungaló al lado del nuestro han aparecido tres jóvenes que están preparando el material para subir al Rinjani. Aprovecho para hablar con ellos; son indonesios pero cada uno de una isla diferente y hay uno que es la primera vez que va a la montaña. Parece que acaba de comprarse las botas por lo nuevas que están. ¡Qué imprudencia! Sin experiencia previa meterse en un trekking de cinco días que sube hasta los 3.700 metros y con una mochila de 20 kilos. Habrá que ver como llega el pobracho.
Nos hacemos una foto y uno hace la uve con los dedos. “¿Qué significa eso?”. “Peace”. “¿Pero cómo se dice “paz” en indonesio?”. “Pues “dancai””. “Entonces tendrías que hacer una “D” con los dedos”. Se ríen pero no saben el porqué de la uve.
Con ellos aprendo algo que llevo preguntándome desde que estoy en este país. Cuando te preguntan que de dónde eres y dices que “Spain” entonces entre ellos dicen “español”, así como suena. Y te preguntas que como saben esa palabra. Resulta que “spanyol” es “España” en indonesio. Y ¿cómo es español? Pues “orang spanyol”, siendo “orang” el prefijo que hace gentilicio al nombre de cualquier país.
Ha sido una charla muy interesante y divertida. Una manera estupenda de acabar el día.
Etiquetas: Bali, Sembalun Lawang