Después del desayuno me despido del dueño del hotel. Le pregunto por el negocio y me dice que tiene 5 habitaciones pero que está construyendo tres más en un edifico al lado del actual. En su origen todas estas casas debían ser muy interesantes pero conforme las van adaptando a las necesidades turísticas se van transformando en algo que será horrible. ¡Qué pena!
El viaje de hoy se compone de un primer trayecto por carretera desde Ubud hasta Padangbai y desde allí cogeremos un barco hasta la isla. El transporte terrestre es lo que aquí llaman un “shuttle”: un minibús que va recogiendo a los viajeros en sus hoteles y los lleva de una ciudad a otra. Como nuestra calle no tiene circulación de coches, por estrecha y porque es un “cul de sac”, debemos esperar en la esquina de la calle que sí tiene. Aparece una joven suiza en la misma situación que nosotros. Empezamos a hablar en inglés y me pregunta si no podemos hacerlo en francés. Es la primera vez que me ocurre. Y eso que la joven no conocía el sistema español de enseñanza de los años 50.
El ”shuttle” tarda más de la cuenta, miro el reloj y entonces me doy cuenta de la paradoja: mucha gente dice que cuando se va de vacaciones lo hace para “desconectar” y que se olvida del reloj y del teléfono (eso era antes de los teléfonos inteligentes). Y yo que nunca llevo reloj, cuando me voy de viaje me lo pongo.
La suiza me dice que es su primera experiencia asiática y que acaba de llegar. Que ella quería ir a Cuba pero que en la agencia le dijeron que Bali era mejor por el idioma. ¡Vaya consejo para una que solo quiere hablar en francés!
Acabada la charla con la suiza entablo otra con la dependienta de una tienda donde estamos apoyados esperando el transporté. Me dice que trabaja de 9 de la mañana a 8 de la tarde sin interrupción y todos los días de la semana. Que solo tiene fiesta si hay algo importante como una cremación. Imagínate que eres un hindú: ¿a cuántas cremaciones tendrías que asistir en un año? ¿A cinco? Pues esos serán tus días de fiesta. Y no le he preguntado si tenía vacaciones porque eso sería como decirle a un leproso que le ha salido una manchita en la piel.
“¿Ganas siempre lo mismo?”. No, gana más en la temporada alta, en agosto, porque tiene un “bonus”. Imagino que será una comisión sobre las ventas.
Y por supuesto se mueve en moto para ir a su casa: 10 minutos.
Parecía una chica feliz.
Llega nuestro autobús y el cenizo del chófer no nos ve y para lejos: tenemos que hacer un buen trecho con el equipaje a cuestas. Así vamos recogiendo más turistas hasta completarlo: 14 pasajeros, todos ellos jóvenes o muy jóvenes (todos menos de 30) excepto un abuelo rubio que va solo. Quizás sea natural pero a mí los abuelos rubios me escaman.
A mi lado una joven con la que desafortunadamente no intento hablar en todo el viaje, pues cuando llegamos al destino descubro que es checa pero que vive en Madrid y se alegra mucho de la coincidencia.
Marisa me dice que es la primera vez que estamos en Oceanía. ¿Indonesia es Oceanía? Yo siempre digo Asía así que tendré que investigarlo.
Hoy circulamos por carreteras más importantes que las de ayer y hasta he visto a tres guardias, claro que uno de ellos era un señor gordito con gafas que estaba sentado en una mesa de un restaurante en la calle leyendo un periódico y de vez en cuando echaba un vistazo a la circulación de un cruce próximo. Incluso hemos transitado un rato por una autovía con dos carriles por lado y mediana. Un lujo increíble.
Así llegamos a Padangbai, vaya, el muelle de esa ciudad, donde bajamos casi todos, entramos en un despachito de una agencia donde nos dan la tarjeta de embarque para ir a Trawangan. ”Que yo quiero ir a Gili Air”. ”Que es la misma tarjeta”. Yo preferiría que en la mía pusiese mi destino pues esa situación no me deja muy tranquilo. Además el eslogan de esa compañía es “Un barco, una isla”. Así que más incertidumbre.
Nos llevan a un cobertizo donde estamos unos 100 mochileros y 10 “maleteros”. “Maletero” en el sentido de un turista que lleva su equipaje en una maleta, no en el de los porteadores que también los hay. Yo charlo con uno de éstos que es el más veterano de todos pues en general son chavales de unos 20 años, que por cierto no paran de fumar. Mi interlocutor tiene 62. Nos contamos cosas de la familia. El tiene un hijo pero no nietos. “Es que me casé a los 50 y mi mujer tenía 20”. ¡Mira que espabilado! Pero ahora está divorciado: ”es que ella es musulmana, de Lombok, y yo hindú de Bali”. Imagino que habrá habido algo más que la religión para el divorcio pero no me he atrevido a preguntárselo. Su hijo vive con él: ”es que el hijo de un hindú no puede ser musulmán”. ¡Joder con las religiones!
De vez en cuando dicen el nombre de un barco y un grupo abandona el cobertizo. Al final nos quedamos cuatro gatos. La hora de espera que me habían dicho se ha transformado en dos. Entre los que esperamos un joven con una tabla. ¿Cómo podrán viajar con algo así? ¿Es que los de la NASA no han hecho simuladores (por supuesto en Android) para que tú puedas navegar las olas más grandes del mundo con tu teléfono?
Tengo que ir al lavabo y es de pago. Además es el más guarro que he visto en muchos años. Le digo al gordo seboso que cobraba la entrada que aquello estaba muy sucio. Así ha comenzado, pero ha acabado diciéndome que el sucio era yo y que me fuera al infierno. Cuando al fin hemos ido al embarcadero como pasaba cerca le hubiese dicho que tenía el peor oficio del mundo pues estaba oliendo a mierda todo el día, pero Marisa que me conoce mejor que nadie me dice: “Ni se te ocurra decirle nada”. Y eso que no le había contado mis pensamientos.
Etiquetas: Bali. Ubud, Gili Air
13/05/2016 a las 09:59
Marisa, sabes que soy tu ferviente admiradora y no es sólo por la fotografía. Ángel gracias de nuevo por tus crónicas.
13/05/2016 a las 18:45
Marisa,viajaré «hasta el infinito y más allá» solo por comentarios como el tuyo.
Muchas gracias