80. Japón 2015. Trigésimo quinto día de viaje. 2 de abril. Jueves. De Estambul a Madrid.

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Las Rhodope búlgaras.

Y como ya estamos en tierra de fieles musulmanes el primer letrero que te encuentras es uno que dice “masjid”, o sea el oratorio para tus plegarias, y enseguida señoras con el pañuelo y más tarde con el niqab, que tanto me cabrea. Y también piadosos musulmanes con piadosas barbas como las del profeta. ¿Cómo sabrán qué aspecto tenía si son una civilización iconoclasta?
Antes hemos tenido que pasar el control de los equipajes de mano y tampoco es Japón: no dudo de que sean cumplidores y eficientes pero las bandejas que salen de la cinta de los rayos-X se les acumulan y forman montañas al chocar unas con otras. Un pequeño desastre.
Españoles y turcos deberían pasar por cursos de eficacia en Japón.
Y luego llegas a la zona de distribución, o como se llame ese gran espacio entre los controles de acceso y las salas de embarque y entras en un mundo que solo existe en estos lugares: lujo, lujo, y lujo. Nada que ver con la discreción del aeropuerto de Narita.


Vuelvo a ver en el tablón de salidas nombres de ciudades a visitar y algunas que aun siendo extrañas ahora para mí ya las he visitado como Pristina o Sarajevo o la preciosa Venecia. ¿Desde qué ciudad puede encontrarse destinos así?
También las grandes fotografías de publicidad de perfumes con señoritas imposibles. Sin embargo a los tíos ya los veo más normales.


La primera operación: cambiar la hora de las cámaras fotográficas, que si no parece que las 4 de la mañana son las 11. Pero no cambio la hora del reloj porque es algo complicado y como solo lo utilizo en estos viajes no me serviría la próxima vez.
Veo a un joven occidental que parece recién llegado del Himalaya: los pelos mal cuidados le llegan por debajo de la cintura. Ningún japonés los llevaría así.
Aunque compruebo que los precios de los restaurantes y similares no son desorbitados en comparación con otros aeropuertos siguen siendo muy caros en relación al nivel de vida de Turquía. Una hamburguesa de una franquicia americana de 22 a 28 TL: de 8 a 10 €, lo que te cuesta una comida en Japón. Y aquí es solo una hamburguesa monda y lironda.
Lo que sí son desorbitadas son los precios de las colonias, que solo deben adquirir los jóvenes millonarios, como aquellos a los que acaba de comprar su empresa Microsoft, o algún galán en celo. Aunque alguien me dijo que todavía era más cara la tinta de las impresoras y yo las compro aunque no esté en ninguna de esas circunstancias.


Al fin anuncian la puerta de nuestro vuelo y vamos a la de embarque. Un consejo: cuando entras en la gran sala de distribución ves unos pocos asientos y todos ocupados. Lo mismo sucede en las primeras salas de embarque pero en cuanto te alejas varias salas, 4 ó 5, ya encuentras muchos libres y si vas a la última, la nuestra en este caso, está casi vacía. Sí hay una familia con una señora rubia que lleva en brazos un perro de peluquería. ¡Jodidos perros! Como dice un amigo de los ciclistas de Madrid que van por la aceras. ¿No hay una reglamentación sobre el transporte de animales vivos? Y encima se pone a ladrar. Como llevan una caja-jaula imagino que lo colocará allí pero espero que no lo suba al departamento de equipajes. ¿Se lo pondrá entre las piernas? Esto dicho en el sentido no sexual de la frase. Porque es tan grande que no caben la jaula y las piernas de la señora. Intentaré ver en el avión como se resuelve ese enigma topológico.
Para compensar llega una joven delgada en una silla de ruedas. Siempre me maravilla el tesón de algunas personas. Porque además viaja sola.
Como embarcan primero los de “Business Class” –deberían hacerlo los últimos- cuando entramos los de “Economy” parece que hacemos un paseíllo delante de ellos que ya están sentados en sus enorme y mullidos sillones. Algunos al pasar te miran. ¿Qué pensarán? Quizás que “ahí va el grupo de los ‘pringaos’”. Seguramente se reafirmará su ego y pensarán que están en ese sitio y no cuatro filas más atrás porque se lo merecen. Me hubiese gustado poder haber hablado con alguno, pero en plan bien, nada de “¡Pero qué miras mamón!”. Lo que pasa es que en primer lugar cuando accedes al aparato no te puedes parar pues todos los que van detrás de ti están ansiosos por sentarse en su sitio y en segundo lugar los de esa “clase superior” quizás no tengan hecho un análisis antropológico del tema. La pena es que la única persona que conozco que viaja en esa clase no me lo podría explicar pues lo hace por otros motivos, creo, y no me servirá su testimonio, aunque quizás cuando esté leyendo este post esté pensando: “¡pero mira que eres cabrón! Pues claro que os tengo estudiados a los “economy pringaos””.
De verdad que es un tema que me intriga.
Pensándolo bien también conocí a uno de mi empresa que viajaba siempre en “Business” pero era un bastardo, o como diría un amigo fino que tengo un “truhan”. Así sin acento pues es de los que siguen al pie de la letra lo del hiato y el diptongo, mi amigo, que el bastardo no sabía gramática.
Volviendo al truhan. Intentaba reservar el vuelo de trabajo lo más tarde posible para que no hubiese clase turista y solo preferente. ¿Razón? Pues porque de esta manera conseguía más puntos de Iberia para sus viajes particulares. Pero claro, estaba muy bien considerado y mejor situado. Así que tampoco se lo preguntaría aunque pudiera. Vaya personal, ¿no?
Hemos salido de Estambul con lluvia pero a los 30 minutos ya luce el sol y a lo lejos se ven montañas nevadas que el mapa de a bordo dice que son las Rhodope en Bulgaria.


Los que son entendidos no dicen “los Pirineos”, ni “la india”, sino “Pirineos” e “India”. ¿Dirán vamos a “Rhodope” a pasear?
A mi lado una joven con aspecto “superpijo, oyes”: “Cuando vivía en París…”. Por lo visto allí no le enseñaron las normas de educación por la manera como coloca sus pies con zapatos. Seguramente debería viajar en “Business”. Cuando le ponen la bandeja del desayuno es de las que parece que les jode comer aquello. Al final pica algo como haciendo un favor. ¿A quién? Pues era un desayuno cojonudo. Para compensar las conversaciones y actitud de la “superpija” el frío me proporciona una preciosa visión de los cristales de hielo en la ventanilla.


Cruzamos Cerdeña y se ven montañas nevadas al fondo. Me sorprende que queden tantas montañas así en abril.
Tienen que llevar a la joven inválida al lavabo y todas las azafatas son más bien enclenques y pequeñas. Aparece uno fuertote vestido de blanco. Marisa en su ingenuidad dice: “a lo mejor es un médico”. Pues claro, el cocinero. La llevan en brazos entre él y una azafata. Creo que el cocinero la habría podido llevar él solo pero como estamos en una línea turca quizás no les ha parecido conveniente.
Entramos al final en la España seca y en las cimas de las montañas, que no soy capaz de reconocer, quedan restos de nieve.

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