El último desayuno de este hotel, donde hemos estado muy bien, muy cerca de la estación, pero no demasiado, y como siempre con algo nuevo y desconocido en el bufet que no impide que demos cuenta a gusto de la novedad.
Hoy por fin no llueve pero está nublado.
Antes de coger el tren Marisa aprovecha para tomar las últimas fotografías de la maravilla arquitectónica de la estación. Y sigo pensando que aquí da gusto que no llames la atención aunque lleves una DSRL colgada al cuello y menos si haces fotografías. Lo único molesto es lo respetuosos que son: Marisa es un poco lenta en sus tomas y encuadres y a veces no se da cuenta de que tiene una pequeña cola esperado para cruzar delante de ella.
El tren es de nuevo un “shinkansen”, lo que quiere decir amplio, cómodo y veloz pero con muchos obstáculos (túneles y vallas) para ver el territorio.
Nubes bajas cubren el horizonte y solo en alguna ocasión entrevés las montañas nevadas y en algunos tramos hay nieve al lado de la vía.
Cambio de tren en Nagano. Esta ciudad, capital de los Alpes japoneses, fue famosa por ser la sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1998. En mi viaje del 2009 aproveché ese cambio de tren para visitar la ciudad pero esta vez seguiremos rumbo a Matsumoto sin más dilación que una espera de 12 minutos y como siempre pienso en la India donde sería impensable una situación así. Primero porque si llegas a una gran estación tendrías que empezar a averiguar dónde estaba tu siguiente tren y luego acceder a él por unas escaleras abarrotadas de viajeros y cuando llegases al tren tendrías que buscar la situación de tu vagón pues si subes a otro diferente y tienes que atravesar varios para llegar al tuyo es una tarea de semidiós heleno cruzar los pasillos repletos de gente y equipajes con el tuyo a cuestas. Pero sobre todo porque nunca, nunca, el tren llega a su hora. Tenemos el récord de retraso de un viaje de Guwahati en Asam a Delhi adonde llegamos con un retraso de 6 horas y media, que transformaron un viaje de 31 horas en uno de 37 horas y media.
Con el nuevo tren nos adentramos en los Alpes japoneses y como ya no es un “shinkansen” podemos contemplar el paisaje. A pesar de ser una zona más rural y escarpada sigue habiendo población a ambos lado de la vía de forma casi continua.
Llegamos a Matsumoto y compruebo que siguen con la tradición de decir “Matsumotooooo” por la megafonía de la estación. No sé si será una gracieta que hizo en el siglo pasado algún jefe de estación y se ha quedado como una tradición o bien hace referencia a algún deje local arrastrando las últimas letras de cada frase como hacen por ejemplo en la ribera del Jiloca.
Matsumoto.
¿Por qué venimos aquí? Pues sobre todo para ver su castillo y porque nos coge camino de Tokio. Estuve en el 2009 y me quedé gratamente sorprendido,
El hotel está cerca de la estación, pero es que aquí todo está cerca de la estación. Se nota que esta ya es una ciudad media y todo da una sensación de tranquilidad.
En la calle las tapas de alcantarillas y registros de agua están bonitamente pintados.
El río como siempre sin una bolsa de plástico ni una basura y, no sé si debido al deshielo de las cercanas montañas, baja con una corriente muy fuerte y por lo menos por el centro de la ciudad está canalizado.
Al lado del río un santuario shinto y un antiguo barrio comercial, Nakamachi, con algunas casas reconvertidas en tiendas de bonito diseño. Una de las características de este barrio son las paredes con formas de celosía, “namako-kabekura”.
Buscamos un restaurante que recomienda la guía porque dice que tiene la mejor “soba” de toda la parte central de Japón. No hay forma de dar con él. Preguntamos, vaya pregunto porque Marisa pertenece a una secta para cuyos seguidores es tabú; la regla es: antes morir de inanición o perdidos en las misteriosas profundidades que preguntar una dirección. ¿No conoces a nadie de esa observancia?
Aquí y ahora nada ni nadie conoce ese restaurante. Y me sorprende si realmente es la mejor “soba” del mundo. O casi. La verdad es que hay bastantes turistas nacionales y andan tan perdidos como nosotros. Veo a una señora con aspecto de matsumatosa. Lo siente mucho pero no tiene ni idea. Vaya lo deduzco por la cara y los gestos. Cuando llevamos andados 40 metros vuelve sobre sus pasos y nos dice donde es: al pasar por una calle ha visto escrito el letrero del restaurante. Pues menos mal porque estaba todo escrito en japonés. Pero aquella es una pequeña puerta que no parece corresponder con un restaurante de esa categoría. Y parece todo cerrado. Se ha debido equivocar.
Como en el paseo que damos veo la oficina de la policía, “koban”, que es una palabra fácil de recordar, entro y pregunto por el famoso restaurante. Estamos a unos 60 metros de donde me dijo la señora, o sea que muy cerca y si sirven la mejor “soba” de esta parte del país doy por supuesto que me van a decir: “Hombre, el famoso restaurante de la soba; pues está cerrado por fiesta semanal”. O: “Hombre, el famoso restaurante de la soba, pues el dueño se murió y su sobrino que ha heredado el local quiere poner un karaoke”. Pues no, como buen policía japonés no se fía de su memoria ni de su instinto y va un armario, saca un libraco enorme, lo abre delante de mí y compruebo que es semejante al de la policía de Kotohira, donde aparecen todas las calles y casas, algo parecido a un mapa catastral. Me lo enseña y me marca el punto exacto donde está situado. Estos policías no hablarán inglés pero son amables, educados y eficientes. Pues era donde habíamos estado. Volvemos y pregunto de nuevo a unas jovencitas que están delante de la puerta. No conocen el local pero saben leer japonés. Pues sí, definitivamente es aquella puertecita insignificante donde la guía dice que “El propietario tenía un restaurante francés en Tokio antes de regresar a su ciudad natal”, y que para “mantener las cosas con su sentido zen solo hay dos platos: zaru-soba y kake-soba”. Y encima la puerta de entrada es de estilo japonés o sea corredera por lo que si no te das cuenta corres el peligro de arrancarla si eres un “gaijin” poco sensible, como yo.