Siguiendo las instrucciones del joven empleado en el centro de interpretación vamos a ver el “torii” enterrado por la lava y cuando llegamos a la terminal cogemos el autobús. Es un vehículo pequeño y la mayoría de los viajeros son ancianitas con su diminuta bolsa de la compra que bajan con dificultad. Cuando llegamos a donde está el “torii” solo vamos el conductor y nosotros. Nos indica su posición exacta y a mi pregunta que dónde debemos coger el bus para regresar nos lo señala y me indica con la mano “8”. Los japoneses emplean una forma muy curiosa de hacerlo: abren la mano derecha mostrando los 5 dedos y ponen delante de la palma los tres dedos de la otra mano. ¿Será una falta de educación hacerlo con los ocho dedos con las manos separadas como nosotros? Total que quería decir que salía a las 14:08 y ya eran más de las dos de la tarde. Afortunadamente el “torii” está al lado mismo pero también una nueva decepción: está en un lugar encajonado y apenas se ve nada.
El mismo conductor aparece al poco y nos lleva a un pueblecito donde nos explica que debemos cambiar de autobús. Todo la conversación era más o menos imaginada pues aquel buen chófer no hablaba nada de inglés.
Aquel pueblo parecía otro Japón. En esa parada no había estación de autobuses como tal pero los conductores tenían una habitación donde descansar.
Vemos un montón de sacos amarillos de los que nos dijeron que eran para recoger las cenizas del volcán. En esta isla no acabarán nunca.
En la espera de 30 minutos vemos de repente una montaña. ¿Será el volcán? Allí no había nadie pero aparece una señora, la única vecina que hemos visto en ese pueblo y le pregunto si es el Sakurajima. Lo era. Pues al final lo hemos visto aunque con mal ángulo de visión y sin el esplendor que muestran las fotografías turísticas. Pero lo hemos visto. Y encima al poco rato vuelve la señora y nos regala dos magníficas naranjas. Quizás haya pensado que dos intrépidos viajeros se merecían ese premio por haber llegado hasta su pueblo.
Así que hemos empleado más de dos horas en llegar hasta el “torii”, hemos visto el volcán, nos han regalado dos preciosas naranjas y hemos recorrido casi todo el perímetro de la isla contemplando la vida del Japón rural y solitario.
En la segunda parte del viaje de regreso al terminal suben un grupo de niños pequeños con sus uniformes y sus gorritos amarillos con su profesora o monitora. Pensaba que volvían de una excursión pero he comprobado que era un “autobús de línea” que hacía de “autobús escolar”. En cada parada salían 3 ó 4, colocaban su tarjeta en el lector del autobús y en la calle los esperaban sus dichosas mamás. ¡Qué buena idea utilizar así los recursos!
Volvemos con el ferry a Kagoshima y vemos como la isla vuelve a estar cubierta de nubes y niebla. Y la naturaleza nos premia con un bonito arco iris sobre el mar de China. Marisa cuando ve uno suele decir “un arcobaleno”.
Debe ser recuerdo adolescente de las canciones italianas del festival de San Remo. ¿Todavía existirá? Pues en 1959 Domenico Modugno con “Piove” también llamada “Ciao Ciao Bambina” ganó ese prestigioso (en aquel momento mucho) festival y la canción cuyo comienzo que todos sabíamos tararear (las dos primeras estrofas) decía:
“Mille violini suonati dal vento
Tutti i colori dell’arcobaleno
vanno a fermare la pioggiad’argento
ma piove piove
sul nostro amor…
Ciao ciao bambina”.
Bueno, lo tarareábamos más o menos pero seguro que sí lo del “arcobaleno”, que ninguno sabíamos que significaba (parece que menos Marisa) y “Ciao ciao bambina”. Por si eres mayor como yo y quieres llorar un rato te dejo el enlace.
Aunque el vídeo corresponde al festival de Eurovisión del 1959. Por lo visto se presentaba a todos. Aquí no ganó. Y en esta ocasión España todavía no asistía a tal evento. Es que no teníamos tele en casa.
El barco de regreso es más pequeño que el de ida que era enorme para el servicio que prestaba, pero apenas vamos pasajeros. Tiene unas grandes habitaciones a proa y popa con uno sofás tapizados de plástico con aspecto de los 60. Los felices 60. ¿Recuerdas?
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