Seguimos con nuestro recorrido turístico y la tercera parada ha sido un mirador de esos que te cabrean: delante de ti una vista espectacular con el volcán Sakurajima enfrente, pero con una visibilidad de casi cero. Allí nos hemos encontrado con una señora mayor con una tarea que te despista sobre todo si tienes experiencias asiáticas previas (generalmente malas) y que hace que te pongas en guardia por su amabilidad: son gente habitualmente mayor que hacen labores de voluntariado asistiendo al personal en sitios tales como estaciones de ferrocarril, ayudándote a encontrar tu andén o tu puerta de salida, orientándote sobre cuestiones varias en las oficinas de información o en sitios turísticos como este mirador. Y esta señora además tenía muchas ganas de hablar. Así que nos hemos enterado bien pero no hemos ni vislumbrado el volcán. Me he limitado a hacer una foto de una foto.
La siguiente parada ha sido la última del día pues nos hemos “atascado” viendo aquella maravilla y Marisa haciendo fotos: Sengan-en o Iso-teien. Un consejo: ve a verlo pero solamente el jardín pues hay además una entrada conjunta que te permite visitar la casa del señor feudal que vivió allí y un pequeño museo. No siendo japonés no merece la pena. Pero sí, sin lugar a dudas el jardín. Es una maravilla. Además a mitad de la visita ha parado de llover y encima casi hemos visto el volcán, enfrente de nosotros al otro lado de la bahía.
La mansión se visita de forma guiada según unos horarios determinados. En nuestro caso dio la casualidad de que éramos los únicos visitantes, cosa rara, pues en la anterior visita y en la posterior había unos 20 japoneses en cada una. Y era muy gracioso porque la señorita que hacía de guía nos explicaba en correcto japonés, o eso imagino, cada una de las habitaciones traduciendo un parlamento de 5 minutos en un “bedroom”, por ejemplo. Eso sí, sonreía que no te lo puedes imaginar. Como parte de la visita había un servicio de té con pastita. Si hay japoneses no sé si les harán la función completa, la famosa “ceremonia del té”, pero a nosotros nos sacaron la bebida y la galleta sin más. Y tuve que pedir una especie de silla baja que había allí, imagino que para los impedidos, porque si me tengo que arrodillar no sé si me hubiese podido levantar.
En la visita de la casa vemos un comedor con una mesa “normal” y con cuatro sillas “normales”. Por la explicación de la señorita guía japonesa creemos entender que es porque el “lord Shimazu” recibió aquí al zar Nicolás II.
En el paseo por el precioso jardín me encontré con un fotógrafo brasileño, Rogerio, con el que estuve charlando de fotografía un buen rato. Había estado trabajando en Barcelona y luego en Toronto y vivía aquí pues su mujer es japonesa y él daba clases de inglés.
Me sorprendió diciéndome que una de las razones para trabajar aquí es que en Brasil cuando tienes 30 años ya eres muy mayor para las empresas. ¡Y yo que creía que lo de España y el culto a la juventud era único!
Aproveché para preguntarle cosas del arte fotográfico y no dudó en explicarme sus trucos de procesado. Y me dio el enlace en Flickr, que te dejo, a una preciosa foto suya del volcán.
Así me enteré por él que unas bolsas amarillas que se ven por doquier están llenas de arena negra procedente de las cenizas en suspensión del volcán y que son unos saquitos especiales que te proporciona el ayuntamiento y de esta manera cuando barres la arena la colocas allí y las dejas en unos determinados lugares de la calle donde las recogen. Imagino que tiene que ver con la fiebre recicladora de este país: no suele haber papeleras en ningún sitio porque entonces tendrían que poner varias y la recogida sería un problema. Cada uno se lleva los papeles y sus plásticos y latas a casa y allí los separan.
“¿Y no te preocupa vivir en una ciudad tan cercana a un volcán en activo?” (Su foto dice que tiene 10 erupciones cada día). Según Rogerio, Kagoshima es una de las ciudades más seguras del país. En primer lugar no hay terremotos, o casi. En segundo debido a su configuración geográfica si hay un tsunami al llegar a la costa se ha encontrado antes con la isla de Sakurajima, la del volcán, y eso partiría a la gran ola. Además imagínate el espectáculo: una gran ola de un tsunami metiéndose en el cráter de un volcán activo. Bueno, esto se me ha ocurrido a mí, pero ¿verdad que sería acojonante?
Ha sido una charla muy instructiva e interesante. Da gusto encontrase con personas así. Eso forma parte de los encantos del viaje. Además nos ha hecho con nuestra cámara el mejor retrato del viaje.
Una última curiosidad muy feudal: hay una especie de pintada enorme en unas rocas de la montaña. Un letrero explica que esas tres letras significan “very large rock” y no lo traduzco porque me parece una tontada pero quizás tiene un significado oculto que desconozco. Fueron hechos en 1814 por 3.900 obreros durante tres meses. Y encima no forman parte de ninguna tradición japonesa según la información. ¡Y tú te quejas de los borbones o del Generalísimo y su valle! Insisto: 3.900 obreros trabajando durante tres meses para escribir en una pared «pedrusco».
Nos encontramos con un grupo de rododendros floridos preciosos. Gran sesión fotográfica. También una zona con un jardín que servía para unas justas poéticas como las que descubrí en 2009 en Hiraizumi: Kyokusui. Y un pruno de porte enorme, como un plátano de los que ves en los jardines. Y yo creía que ese género era de árboles pequeños. Por si eres un fanático de los árboles: era un Prunus zippeliana Miq también llamado Prunus zippeliana var. infravelutina Makino.
Y una plantación de un tipo de bambú, Moso, que según la información procede de dos cañas traídas de la China en 1736 y que desde aquí se propagó por todo Japón. Como espero que me lea algún ingeniero agrónomo confío en que me saque de la duda de si antes había otro tipo de bambú pues este país está cubierto de esta gramínea.
Acabamos la visita viendo una tienda de vidrio tallado según una tradición local, con unas piezas maravillosas y unos precios que te marean.
Volvemos a coger el autobús y en la parte final del recorrido ya no tenemos tiempo para más paradas.
Pasamos al lado de un tipo de jaula enorme que hemos visto desde el tren y que ha resultado ser lo que imaginaba: campos de golf de dos pisos. Yo los había visto en alguna peli y normalmente los que juegan allí, en las pelis, eran mafiosos y traficantes. Aquí imagino que serán honrados padres de familia. Por ejemplo salen en “Black rain” de Ridley Scott.
Para llegar al hotel tenemos que atravesar la estación de ferrocarril y aprovecho para comprar los billetes de las últimas etapas porque después de la experiencia de viajar sin asiento reservado intentaré que no vuelva a suceder.
Los que venden los billetes son jóvenes, atentos (se levantan cada vez que llega o se va un cliente) y muy eficaces. ¿Qué hacen con los ferroviarios viejos? A lo mejor en el “Japan Rail” siguen la política empresarial que me dijo Rogerio que siguen en Brasil. Al empleado de hoy lo veo un poco verde y le ayudo pues he leído en la web de la Renfe japonesa que precisamente hoy se inauguraba un nuevo servicio de una línea que quiero coger yo dentro de tres días y he pensado que quizás no lo sabía. Además el servicio tiene un nombre muy gracioso: “Hokuriku”, que luego he descubierto que es el de la región. Así que ya tengo todos los billetes necesarios hasta llegar a Tokio.
Regresamos al hotel y mañana seguiremos con la vida del turista si el tiempo no lo impide aunque la previsión meteorológica dice que lo impedirá. O por lo menos lo intentará.
30/11/2015 a las 00:05
Great description of the beauty we saw that afternoon in that amazing place Angel and Mariza…
Keep up with the good work in sharing culture and beauty through your photographs and beautiful writing.
Hope to see you soon friends,
Roger