¿Por qué hemos venido a esta ciudad? La verdad es que no pude visitarla en mi primer viaje y la guía dice que tiene un jardín y un castillo muy interesantes.
Es una ciudad de más de 400 mil habitantes con un importante puerto de mar.
Ya no me sorprende la organización de esta sociedad pero al salir del hotel me encuentro con dos vías: una para los ciclistas y otra para los peatones debidamente señalizadas.
Así que desde allí nos vamos al parque de Ritsurin-koen.
La guía dice de él que es uno de los más bonitos del país y que data de mitad del siglo XVII y que se tardó más de un siglo en acabarlo. Era un jardín para el paseo del señor feudal con estanques, islas, puentes y casas de té, aprovechando el tener el monte Shiun como telón de fondo. Fue la villa privada del clan Matsudaira durante 11 generaciones hasta la abolición del sistema feudal en 1871 en que pasó al dominio público.
En la entrada del parque una animadora entretiene a los más pequeños. Hace figuras con globos que luego regala a los niños y hay un muñecote de esos que en Madrid tienen dentro a un hispanoamericano pequeñito. No me extraña que los japoneses cuando llegan a España se sorprendan de que tengan que pagar por hacerse una fotografía con uno de esos monstruos de trapo.
Hoy sigue con una temperatura fresca pero por lo menos no llueve y el parque es realmente una maravilla.
Una de las gracias de este parque es que hay un servicio de barcas donde los pasajeros dan una vuelta por los canales conducidos por uno con una pértiga.
De vez en cuando un puente de madera pintado de rojo bermellón da un toque de colorido en aquel paraje tan idílico.
En lugares especiales para ello los niños dan de comer a las carpas. ¿Barras enteras de pan que luego floten delante de los inapetentes peces hartos de la misma comida todos los días del año? Pues no; aquí tienen la suerte de que no haya pan, o es un objeto extraordinario y lo que les dan son unas barritas de origen desconocido que venden a tal efecto: dos por 150 yenes.
En una de esas corrientes de agua Marisa capta unas bonitas algas.
Y llega la hora de comer, o sea las 12, y el personal se aposenta en los lugares designados para ello. Entonces se compran alguna de la cosas de origen desconocido pero de aspecto apetitoso que hacen allí mismo o bien sacan su cajita de bento y delicada y limpiamente se lo comen. Ni una miga, ni un resto. Lo que sobra al bolso, esperando una papelera con separación de residuos o si no se lo llevan a casa para separarlo allí.
En uno de los caminos encuentro un letrero que bajo el nombre de «Keirenseki» explica que «durante el periodo Edo, los señores feudales acostumbraban a hacerse extravagantes regalos tales como árboles bonitos o piedras espléndidas. Esta roca en particular vino de la península de Corea». Y claro, lo que hay detrás es una piedra. Nada especial aunque un poco rara. Vaya, yo soy un señor feudal me regalan aquel pedrusco y me ponen en un aprieto.
Las casas de té o pabellones similares forma un conjunto harmonioso con los estanques y árboles circundantes.
Los cerezos, unos 350, empiezan su floración y dentro de unos días esto será una gran fiesta pero de momento nos tenemos que conformar con la aparición de algunos brotes.
Sí que han florecido los ciruelos, unos 200, y allí nos encontramos todos los amantes de las flores, de la primavera y de la fotografía contemplando aquella maravilla de la naturaleza.
A todos ellos hay que añadir un reducido grupo que espera con paciencia y tesón poder fotografiar a un precioso pajarito que se mueve entre las flores de los ciruelos. Destaca un joven con una gran máquina y un mayor teleobjetivo colocados encima de un monopie. Aquí no debe estar prohibido como en el Pabellón Dorado de Kioto.
Marisa es uno más entre ellos y logra «capturar» al pajarito.
Se trata del «Zosterops japonicus» conocido como «mejiro». Para ser un fotógrafo de la naturaleza hay que tener mucha paciencia, mucho tiempo o tener suerte.
Acabamos nuestro recorrido floral en el huerto de los albaricoqueros aunque como estos ya están al final de su floración muchos de ellos ya están sin flores. Y hay que tener cuidado con los planos japoneses porque no siempre están orientados de norte a sur como es la convención general. Muchas veces los hacen con la orientación que conviene más al diseño. El de este jardín, por ejemplo, está orientado de oeste (arriba) a este(abajo).
Antes de salir nos encontramos un albaricoquero rodeado con una cerca de cuerdas con un letrero que informa que ese ejemplar es observado cada año y se utiliza para predecir cuando florecerán estos árboles en Kagawa, la provincia de la que Takamatsu es la capital. También hay un cerezo en este jardín que sirve para el mismo propósito así como un arce para predecir cuando las hojas cambiarán de color.
Algo así como «árboles testigo».
Ha sido un día de fotos mil, flores preciosas y un jardín maravilloso. Y al haber dedicado todo el día al jardín ya no nos ha dado tiempo para nada más.
10/11/2015 a las 14:34
Sorprendida al ver que los urbanistas japoneses adolecen del mismo error que los españoles , el de hacer circuitos adjuntos y estrechos para que transiten peatones y ciclistas, menos mal que sus ciclistas serán más educados y considerados que los nuestros, como se ve por su consideración a la hora de consumir comida en los espacios públicos.
Magnífico el reportaje gráfico de Marisa, que además de paciencia y encanto es una gran fotógrafa.
Gracias a los dos
11/11/2015 a las 21:10
Carmen, lo de la «paciencia» de Marisa me deja un poco mosca: ¿paciencia para aguantarme a mí?
Un beso