2. Japón 2015. Primer día de viaje. 27 de febrero, viernes. De Madrid a Tokio (pasando por Estambul). Primera parte.

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 Lo del “27 de febrero” como “primer día de viaje” es un poco trampa tipo agencia de viajes, cuando dicen lo de 8 días/7 noches o 6 noches/5 días, que siempre te despistan. Es que nuestro vuelo sale a las 23:55 o sea que del día 27 solo volamos 5 minutos. Menos todavía pues desde que te aposentas hasta que despegas te tiras un gran rato rodando por la pista. Que a veces te parece que vas a encontrar un letrero que dirá “Desvío al Monasterio de Piedra en 500 metros”.
Hoy volvemos a nuestra situación habitual y nos trae al aeropuerto nuestro hijo y como siempre por carreteras desconocidas e insospechadas, por lo menos para mí, pues no hay letreros indicadores de esos con el avioncito que te señalan el aeropuerto de Barajas. Y ya sé que hay que honrar a los muertos pero lo de cambiar el nombre de algo que está asentado socialmente y que además no tiene ninguna connotación política ni religiosa creo que es una cagada más propia de países que entran en la modernidad y deben poner nuevos nombres a nuevos lugares y si es del presidente o jerarca de turno, pues mejor. Total que ahora “Barajas” es “Adolfo Suárez Madrid-Barajas”.
No recuerdo haber cogido un vuelo tan tarde y el ambiente es totalmente distinto al habitual: gente muy joven, más “pringaos” de lo normal y ningún ejecutivo ni señora de mediana edad vestida y peinada de burguesa. Y en general todo más vacío y más tranquilo.
Compruebo los precios de las bebidas de las máquinas y aquello es un atraco: botella de agua de tres cuartos 2,6€, Cocacola (¿cómo os podéis beber eso y encima pagar por ello?) de medio litro 2,7€. E insisto: de máquina. Que no hay detrás un camarero del Ritz diciendo: “Señor González de Ledesma y Sarmiento, ¿le sirvo la malta habitual?”. Que se parece a lo que oí el otro día en la radio: “He recibido la factura del gas de este mes y me lo ha debido servir Ferrán Adriá”. Afortunadamente hay fuentes de agua en la entrada de los lavabos y de agua de Madrid nada menos. El único establecimiento que tiene muchos clientes es el McDonalds.
Llega la hora de la salida, embarcamos y es un aparato de 3+3 asientos. A nosotros nos toca con un gordito turco de unos 40 años. (Espero que mi amiga Carmen no se encabrone al calificar al turco de “gordito” pues una vez se enfadó bastante por una apreciación del editor de este blog sobre el volumen del alcalde de Zaragoza, Sr. Belloch). Por cierto, que el gordito no ha sido nada considerado con nosotros pues la azafata le ha sugerido que se trasladase a una fila de asientos donde solo había un pasajero y no ha querido. Así que ha sido Marisa la que se ha movido. Como venganza le he castigado con una buena serenata de toses.
Antes de salir avisan por la megafonía lo que ya me sorprendió en el anterior viaje a Sri Lanka: los que están en los asientos con salida de emergencia se tendrán que hacer cargo de la evacuación de los pasajeros si ocurre un percance y que si no están de acuerdo que deben advertirlo antes del despegue. Pues no estoy de acuerdo, porque aunque los susodichos digan que sí, ¿cómo me voy a fiar de alguien elegido al azar? Ya sé que hay algún teórico de la política que dice que nuestros representantes deberían ser elegidos así y a veces crees que no lo harían peor que los elegidos en las urnas, pero es que en un avión lo que te juegas no es tener las calles de tu ciudad llenas de cagadas de perro y que te suban el IBI, te juegas el cuello. Porque yo conozco gente que sería incapaz hasta de evacuar el arca de Noé. Piensa en ese tío patoso e inútil que te viene siempre a la cabeza cuando tienes que recordar alguien así. Y vas y le pones a dirigir la evacuación de una aeronave que acaba de amerizar en el Mediterráneo entre Mallorca y Cerdeña. Suponiendo que además no sea un cagón y se largue el primero en cuanto abra la puerta. Que no estoy de acuerdo: tendrían que hacer un test psicotécnico, para descartar a los cobardes, y uno de habilidades manuales, para descartar los que no saben cerrar un grifo. Pues en esas manos estamos. Espero que no haya que amerizar y menos un aterrizaje forzoso, cosa todavía menos probable pues atravesamos mucho mar y poca tierra.

Como la noche es clara y debe ser luna nueva se ha visto perfectamente Mallorca y Cerdeña. Bueno, las luces de sus ciudades.

Nada más salir nos entregan un díptico con un menú y así compruebo de nuevo que estoy hecho para vivir en un avión: el asiento me va perfecto, la bandeja de comida me cae muy bien y no hay preocupaciones de ningún tipo.

Acabo la cena con un generoso whisky. Y aunque no tengo sueño me obligaré a dar una cabezada. Nos despierta la varonil voz del comandante: estamos a punto de llegar a Estambul. El vuelo ha durado casi 4 horas.

El control de equipajes en este aeropuerto es más sencillo y menos molesto que el de Madrid. Allí tienes que sacar casi todos tus artilugios electrónicos de tu equipaje y como cada vez llevamos más al final tendrás que vaciar todo el contenido del equipaje de mano en las bandejas. Y además como no te dejan pasar calzado muchas veces y debes quitarte jerséis y chaquetas acabaremos como en los templos hindúes de Sri Lanka: con el torso desnudo y descalzos. Por lo menos allí los brahmanes dan ejemplo y van así pero no veo yo que en “Adolfo Suárez Madrid-Barajas” los guardias civiles ni los de seguridad de esta guisa. Pues bien aquí todo el equipaje pasa sin vaciar su contenido. En Madrid me han advertido que ahora hasta las cámaras réflex debes sacarlas de su funda y colocarlas “desnudas” (esto es mío) en la bandeja. Ayer oí en la radio que a partir del 1 de marzo los controles serían todavía más exhaustivos. Desde luego no en Estambul donde íbamos a toda leche. Es imposible que un humano sentado delante de una pantalla viendo pasar maleta tras maleta y bulto tras bulto sea capaz de discernir una amenaza a no ser que lleves un cuchillo jamonero como llevaba un amigo de mi hijo o bien una botella de suavizante para el cabello de 110 ml. Y así pasa lo que pasa. O sea, nada.
A las 5 de la mañana el aeropuerto de Estambul está bastante vacío. En mi último viaje en tránsito por este lugar guardé una imagen bastante mala de él. No sé si es que nos metieron en una zona en reparación o es que éramos pasajeros a lugares poco “elegantes”.
Este edifico es bastante nuevo y tiene una avenida central dedicada totalmente a firmas de lujo y similares.

Aunque es muy temprano es difícil encontrar asientos libres pero si te desplazas hacia los extremos llegas a las zonas con pasajeros dormidos en los bancos.

La norma consuetudinaria es: dos asientos por pasajero y la zona de separación para el primero que lo coge. Así Marisa y yo nos hemos podido aposentar bastante bien. En estas situaciones, cuando me quito los zapatos siempre pienso en la peli “En tránsito” (“Tombés du ciel”) y que luego tuvo su versión de Spielberg (“La terminal”), que si no has visto te recomiendo, donde al gran (“gran” y “grande”) Jean Rochefort le roban los zapatos en la zona de tránsito de un aeropuerto de Paris, creo que Roissy. Afortunadamente no nos han robado nada y hemos echado un buen sueñecito.
Consejo: para dormir ve hacia la sala 226.
En los lavabos de caballeros una advertencia: “Please use the masjid facilities for ablution”.


Y debajo un pie desnudo, el derecho, con la señal de prohibido. O sea que si necesitas lavarte los pies que vayas a la mezquita pues este aeropuerto al pertenecer a un país confesional dispone de mezquita.
Veo la primera señora con niqab. Nunca me acostumbraré esta bárbara costumbre. ¿Qué pensará el marido de esa señora tapada de la cara desnuda y preciosa de una modelo que te mira desde un gran anuncio de “Black Orchid” de Tom Ford?


Los precios de las máquinas son caros, muy caros para el país, pero algo más baratos que en España: agua de medio litro 2 TL, 70 céntimos de euro, lata de Cocacola de tercio 1,6€.
Un grupo de mujeres musulmanas totalmente vestidas de blanco están sentadas dormitando debajo de una publicidad de “Victoria’s Secret”, lo que provoca un fuerte contraste.


¿Tendrán prohibido echarse largas en los asientos?
A las 10 de la mañana las salas del aeropuerto recobran la vida normal y se llena de personal sobre todo en los lugares cercanos a los puestos de control de entrada.

 

A veces pasan esos “monociclos de dos ruedas” a gran velocidad. Por mucho que sea su pericia seguro que atropellan a más de uno, tan despendolados van. Y así dormitando, paseando y sesteando se pasa la mañana y llegamos a la sala de embarque donde ya se empiezan a ver personas con mascarillas higiénicas y ningún niqab. ¿Estará prohibido en Japón? En España lo han intentado en algún ayuntamiento pero la justicia ha rechazado la medida.

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