33. Sapporo, día 1, primera parte.

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El viaje llega a la recta final y también llega la tranquilidad. Se acabaron las pesquisas sobre el pronóstico del tiempo para cambiar los planes. La incertidumbre de adonde iré en mi próxima etapa: ahora ya sólo quedan Sapporo y Nagoya. Y si llueve, truena o nieva me da lo mismo. Vaya, no me da lo mismo, pero como no puedo influir en esos meteoros me aguantaré con lo que venga.

La noche pasada ha sido la primera que no he tenido que poner la calefacción. Y tan contento estaba yo de que hubiese llegado la primavera que no me di cuenta que lo que pasaba es que en todos los hoteles la calefacción iba con el aire acondicionado y aquí había además un radiador del que no me percaté y estaba encendido.

Como en Sapporo tengo dos días por delante y es una ciudad agradable pero nada histórica decido levantarme lo más tarde posible. Pero la fiebre del viaje me ha poseído y me levanto a las siete.

Este hotel pertenece a la misma cadena de los que he ido últimamente pero aunque los cuartos de baño y las habitaciones son casi idénticas, o sin casi, hay alguna diferencia entre ellos. Así en los otros dos en los que he estado de Hokkaido daban una cenilla; aquí no, pero el desayuno es más copioso.  Realmente el más, exceptuando el maravilloso de Hiraizumi. Y lo que dije hace unos días: tómatelo con tranquilidad porque comerse, aunque sea un platito pequeño, unos macarrones con una especie de mayonesa con palillos “reutilizables” –o sea de los que brillan que parecen lacados y por tanto más resbaladizos- y además de punta fina  es un ejercicio muy delicado, no apto para las prisas.

Y ya sé que insisto mucho en el tema “palillero” pero es que en algunos bufés para servirte hay pinzas pero en otros solo palillos así que si no los manejas con soltura ni siquiera podrías ponerte la comida en tu bandeja (aunque luego pensases esconderte en un rincón y comer con las manos o sin ellas como los gorrinos).

Estación de ferrocarril.
Salgo a la calle y veo la estación que ayer tanto me despistó. Una maravilla arquitectónica. Me voy a la oficina de turismo que hay allí. Llevo los deberes hechos y les hago preguntas concretas. Menos mal, porque una de las cosas que recomendaba la guía era visitar el “Museo del salmón” que según su información estaba a un kilómetro y medio, o sea que se podría ir andando, pero que en realidad resulta estar a unos 20 kilómetros de la estación.

La señorita que me atiende habla algo de inglés pero no demasiado. A su lado tiene una colega que sí que habla y es la que tercia en todas las conversaciones pero que no se decide a atenderme directamente. Cuando ya acabamos con Sapporo le pregunto que cuando es la mejor época para visitar los cisnes de ayer. “¿Qué cisnes?”. Le explico que es un lugar que está allí (marcándoselo en el mapa) y tal y tal. Que no. Que el lugar que le nombro está en el sur de esta isla y que no hay cisnes y que los cisnes están en otra isla. Y aunque mi cámara tiene una pantalla pequeñita la saco y le enseño los bichos. Se les ponen a las dos los ojos como platos. Y es que la otra ha intervenido también en su apoyo. Así que ante la evidencia fotográfica se ponen a buscarlo en internet y lo encuentran. Se han quedado un poco jodidas. Porque es como si a los del turismo provincial de Teruel les preguntasen por las grullas de Gallocanta  y dijeran que estaba en la provincia de Albacete y además que no había grullas. Que las grullas estaban en Doñana.  Y al final les pregunto por el tema “navajero”.  Mira que es fácil la pregunta y la palabra, “knife”, pues hasta he tenido que imitar la acción de apuñalarme. Y van y me dicen que se lo pregunte a la policía. Incluso ha cogido un mapa y me ha dicho donde estaba la más cercana. ¡Como que voy a entrar en una comisaría con una pregunta que no me entenderían y hablando en inglés! Total que sigo con la duda del tamaño máximo que puedo llevar un machete.

Cuando me voy me pregunta de donde soy, me imagino que por la estadística y va y me dice “buenos días”.

Quería empezar mi visita turística por el jardín botánico del que dice la guía que es muy interesante pero en turismo me han dicho que está cerrado y que aunque se puede visitar el invernadero que no merece la pena. Lo abren el día 29 de abril que es el día del emperador, no sé si su cumpleaños o algo similar. No he logrado enterarme si lo de esa fecha es todos los años o solo éste.  Desde luego vista la nieve que hay todavía en algunos sitios imagino que quieren estar seguros del tiempo. Así que empiezo por la universidad que además está al lado de la estación, o sea muy céntrica. Y también muy organizada porque al entrar te dan un folleto con un mapa con la situación de todos los edificios, la organización, el número de estudiantes, de profesores y empleados, finanzas, intercambios internacionales…Así me entero que hay un “Institute of Low Temperature Science”. ¿Dónde si no?

Dice el folleto que el Instituto de Agricultura se estableció en 1876 y que ése fue el germen de esta universidad. Y que en un acto sin precedentes en este país (ni en el nuestro) el gobierno japonés invitó al Dr. William S. Clark, que era el presidente del Instituto de Agricultura de Massachussets, a que viniese aquí como vicepresidente de la Universidad. Pues aceptó y vino aquí con algún otro colega. Solo estuvo un año, pero en esta parte son tan agradecidos que es una especie de ídolo. Tiene un busto en medio de la universidad y el folleto dice que el “frontier spririt” que trajo de Nueva Inglaterra inspiró a los estudiantes y se ha convertido en el “motto” de esta universidad.

En 1918 se transformó en una de las 7 universidades imperiales del Japón. Luego cuando perdieron la guerra, la segunda mundial, que aquí llaman “del Pacífico”, le quitaron lo de “Imperial” y se ha quedado como “Universidad de Hokkaido”.

Y es un sitio muy agradable con algunos edificios de la época en que se construyó. Bueno, quiero decir que parecen del fin del XIX y comienzos del XX. Jardines todavía mustios, muchos árboles y algunos olmos enormes de la especie “Ulmus davidiana”. ¿No habrá llegado aquí la grafiosis? Por cierto, ¿sabias que a esta plaga se le llama también la “enfermedad holandesa”?  (No todo va ser lo de la “gripe española”). También hay un riachuelo y un estanque. (Si me atrevo iré mañana a turismo a preguntar si el riachuelo es de verdad o es puro “atrezzo”).  Y hay unos ginkgos de los que advierte mi guía que tengas cuidado porque sus frutos provocan un sarpullido que pica y que es mejor que no los toques. Pues parece que a pesar de lo que veo hubo un tifón en el año 2004 que se cargó algunos de los árboles más grandes.

Universidad de Hokkaido.

Y también hay bicicletas. Muchas bicicletas. Realmente se ven muchas en toda la ciudad pero en la universidad parece un reportaje de la China.

Como no pierden una, en la antigua escuela de entomología hay un centro para visitantes con una tienda de recuerdos con cosas muy interesantes.

Paso por delante del “Centro de Investigaciones Eslavas”. ¿La cantidad de cosas que no  he aprendido!    He pensado que ahora mismo me matriculaba cinco años allí, en ese centro.

Museo de la universidad. Museum.

Otro antiguo edifico se ha convertido en museo de la universidad. Muy bien presentado e interesante aunque no tiene nada de información en inglés. Excepto una palabra: “cajón”. ¿Cajón? Tiene su explicación en japonés.  No me lo podía creer y es que era eso, un cajón, en una sala llena de aparatos científicos e instrumental del siglo XIX y comienzos del XX, aunque yo he estudiado con algunos de esos porque había cosas de las facultades de ciencias de la época franquista (aquí sin “escolapios”) que eran de aquella época. Bueno, pues había una señorita sentada en una mesa y le he preguntado como se pronunciaba ese instrumento. La pobre no hablaba inglés pero muy amable se ha levantado ha llegado hasta donde estaba el cajón y ha dicho “cajón”. Pero es que parecía imposible. Me ha dicho que tenía 3 ó 4 años. Yo le he explicado que te sientas encima y tocas flamenco, que eso es lo que me parecía a mí que era. La verdad es que dentro parecía que tenía algo   en su interior y no sé si lo de los flamencos están vacíos o no. Pero no he logrado enterarme qué pintaba en ese entorno. A lo mejor lo que yo siempre he llamado la “caja de Faraday” en realidad es el “cajón de Faraday” y ése era un ejemplar. Lo que no sé como le explicaría ahora a mis hijos que si te metes en un a caja de Faraday no te puede caer un rayo encima.

Al final le he pedido permiso a la encargada de la instrumentación para sacarle una foto al “cajón”. A ver si hay algún físico electromagnético que me lee y me saca de la duda.

Y en ese museo tienen también una tienda de recuerdos y muy astutamente te advierten en un letrero que lo que se vende en esta tienda no se encuentra en ningún otro sitio más. Será para hacerles la pascua a los de la tienda del centro de visitantes.

PD.
La expresión “se les ponen a las dos los ojos como platos” es claramente una licencia retórica y en el caso de Japón más todavía.

Habría que ver lo que le ha contado a sus seres queridos por la tarde la señorita encargada de la instrumentación científica del museo de la universidad. “Ha venido un pájaro que cantaba flamenco y quería tocarlo con el cajón de Faraday. Estos occidentales son unos excéntricos. Lo siguiente será afeitarse con un microtomo”.