Entre los papeles que me dio la señora de turismo descubro un lugar donde van los cisnes a descansar en sus vuelos migratorios y pasando con el autobús al cabo Soya he visto que un indicador decía que hasta allí había solo kilómetro y medio. Así que vuelvo a la oficina de turismo a informarme para ver si puedo ir hasta allá, no vaya a ser como en Gallocanta y también para saber si en esta época hay cisnes pues desconozco todo sobre la vida de esas aves. Vaya, que no sabía ni que eran migratorias.
La señora llama por teléfono y me dice que hay 2.300 ejemplares. ¡Qué barbaridad! Y también que puedo ir con autobús. Le digo que qué me recomienda para elegir entre el cabo Noshappu y los cisnes: los cisnes. Lo que pasa es que el viaje de vuelta del autobús me deja solo 15 minutos de tiempo para coger el tren y el que debo coger ahora está a punto de salir según su horario, así que sale de la oficina y me acompaña a la estación de los autobuses, que está muy cerca, y habla con el conductor para decirle donde debe dejarme.
Ya entiendo que aquí hay muy pocos turistas y que en Toledo no podrían hacer lo mismo, pero es que son tan amables…
Antes de marcharme le pregunto si el estrecho que hay delante del cabo Soya se llama de “La Perouse”: no había oído ese nombre en su vida.
Total que además de todas las atenciones, llamadas, informaciones…encima me ha regalado una preciosa postal de una montaña cercana.
Cojo el autobús, me bajo donde me dice el conductor y me voy andando siguiendo una indicación que dice “bird house”. De pronto veo a una cierta distancia unas aves que me parecen ocas. Hago fotos de esas que no se ve nada -”fotos por si acá”- porque no sabes si podrás estar más cerca. Y de repente aparece un lago con una casita de madera y los 2.300 cisnes. Y ha sido una gran sorpresa. Bueno, sorpresa relativa pues tantos bichos y en primavera producen una algarabía que se oye de bastante lejos. La sorpresa ha sido también que yo siempre había visto a los cisnes en los estanques de los jardines y todos lo más dos o tres juntos y casi siempre dentro del agua paseándose elegantemente y encima casi siempre ejemplares adultos. Por eso a estos los había confundido con ocas. Y tampoco se me había pasado por la cabeza que pudieran ser aves migratorias y además nada asustadizas como son las grullas.
En la casita, la “bird house”, que era como un chalecito, tenían media docena de prismáticos apuntando desde dos ventanas hacia la laguna y se estaba muy bien. Además me han invitado a té y me han explicado la ruta de la migración de los cisnes en Japón. Y sin una palabra en inglés. Bueno, la verdad es que les he preguntado yo, pero a base de dibujos y buena voluntad…
Pero realmente allí no hacía falta ningún aparato porque estabas al lado de las aves. Y entre los cisnes había patos y me he vuelto a acordar de mis nietos y del cuento de “El patito feo”; no, no porque uno sea un cisne y el otro un pato (su madre me mataría si leyera esta comparación, pero afortunadamente no me lee) sino porque les gusta muchísimo el cuento.
Con un potente catalejo diviso un ave separada del resto. ¿Será el patito feo? Le pregunto al experto japonés: es un “Haliaeetus pelagicus”. Por señas me dice que se alimenta de peces. Le pregunto si pasan también por allí las grullas. No conoce la palabra en inglés a pesar de que es un ave mítica en este país (bueno no sé si “mítica” es el término adecuado, quizás deba decir “representativa”), pero la encuentro en un libro de ornitología de Japón y me dice que no, que no pasan. Aprovecho para ver el nombre del cisne de aquí: “Cignus colombianus”.
Y lo que ha sido algo inesperado se ha convertido en el mejor recuerdo de Wakkanai.
Regreso a la parada de autobús que está en un cruce de caminos y totalmente solitaria. No estoy seguro que sea allí pues con la nieve todo es igual. No aparece el bus y no hay nadie a quien preguntar. Al fin aparece a lo lejos un ciclista: ¿cómo puede ir tan despacio con la prisa que tengo yo? Cuando llega a mi altura resulta ser un viejecito y me confirma que efectivamente es allí la parada.
Llego al hotel, cojo el equipaje y cuando llego a la estación está en la puerta de su oficina esperándome la emplea de turismo: creo que debía estar preocupada porque estaba a punto de perder el tren. Y casi lo pierdo si no llega a estar al quite el ferroviario de la puerta pues subía a un tren que no era el mío.
Y luego el viaje a Sapporo ya sin sorpresas y conociendo el territorio. La única duda es que tengo reservado el hotel allí pero desde mañana aunque no creo que haya problemas.
Con las prisas me he quedado sin comer pero echo mano de mi ración de supervivencia: turrón de Alicante. (¿Me darán un premio, o la menos un reconocimiento los turroneros?)
A mitad de camino y a una cierta distancia aparecen unas montañas blancas, enormes, preciosas. Y luego algún grupo de cisnes en campos donde hay trozos sin nieve. Si los hubiese visto antes que a los de esta mañana no sé que me hubiesen parecido.
Llego a Sapporo y me vuelvo a encontrar con la estación ferroviaria de una gran ciudad: enorme, llena de vida, luminosa, limpia y muy bonita.
Salgo a la calle y como estos días había encontrado el hotel enseguida hoy me había confiado. Pero es de noche, esto es muy grande y no sé qué edificio es. Esperando en un semáforo pregunto a una joven que va en bicicleta y aunque ha coincidido que entonces se ha puesto verde, me ha mirado y ha salido como si la hubiera amenazado con una navaja. Y eso que llevaba una mochila delante, otra detrás y estaba al lado de la estación y en la mano un folleto con la dirección del hotel. El año pasado me pasó algo parecido un par de veces y me quedé muy sorprendido y cabreado.
Ya totalmente perdido le pregunto a un señor, mira el mapa, lo interpreta y me manda en una dirección. Al cabo de unos minutos sin encontrarlo aparece el señor a la carrera y me lleva hasta la puerta del hotel pues se había confundido de dirección. Vaya contraste con la actuación de la ciclista.
A toda esa confusión ha colaborado que el nombre del hotel estuviese solo en caracteres japoneses.
No hay problema con la reserva y me instalo. Vuelvo a elegir un par de calcetines como regalo.
Voy a la estación de nuevo, que está pegada al hotel, y saco billete para regresar a Nagoya dentro de unos días. Según como me vaya aquí adelantaré un día la vuelta y aprovecharé para visitar Tokio.
Cena, un ratito de internet para ver el correo y lo que pasa en la patria mía.
Me voy a dormir con el maravilloso recuerdo de los cisnes. Los 2.300.