58. Tokio-Londres-Madrid.

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Gracias a que ayer probé cual era el recorrido exacto del hotel a la estación de metro y los pasos que debía seguir, hoy ha sido muy fácil. Y a pesar de que era una hora temprana como iba en dirección contraria a la corriente general, o sea de Tokio hacia el extrarradio, no iba muy lleno de viajeros. Pero no está cerca. Mi hotel estaba en el extremo nororiental de Tokio, o sea en la misma dirección que el aeropuerto y mi parada era el comienzo de una línea que estaba a cinco minutos andando. Pues fueron 30 minutos de metro más una hora de tren. O sea hora y media estando en la situación más favorable.

Cerezos en flor

En este tren al aeropuerto es la primera vez que veo pasar policías. Y lo hacen varias veces. Es incluso un poco inquietante porque si nunca ves ninguno y nunca pasan en los transportes públicos ¿por qué lo hacen sin parar aquí? ¿Será un trayecto peligroso?

Ayer había hecho la reserva de asiento por internet y ya estaba en el aeropuerto con lo que se habían acabado mis problemas de equipaje. Llego a mi compañía aérea. Ya hay una buena cola pero me da lo mismo. Ahora solo me quedaba facturar y gozar del largo viaje. Un empleado que se parece al Manolito de Mafalda, pero en japonés, me entrega una hoja en inglés y japonés: la compañía lamenta comunicarme que el vuelo está muy retrasado por problemas en el aeropuerto de Londres (problemas que seguirán durante días) y que el proceso de facturación va lento porque tienen que resolver los problemas de los enlaces de algunos pasajeros. O sea el mío. Porque para mí no era problema llegar más tarde e incluso al día siguiente. Es que en Barajas me estaría esperando mi hijo. Y mi avión de Londres a Madrid llegaría a su hora pero sin mí. Y la cola se hace interminable y encima se han juntado dos vuelos. Además dedican cinco empleados para los clientes de primera y preferente y solo dos para el resto. Y de esas dos una está siempre “position closed”. O es una becaria o le tocan todos los marrones. Delante de mi una pareja con dos hijas adolescentes. Él casi de mi edad. Pues me daba pena el hombre. Una de las chicas era una muñequita rubia como de película americana, la de “American Beauty”, con todos los artilugios (en la jerga pija se les llama “gadgets”) propios de la edad y pintada como una puerta. La otra toda de negro y sin un gramo de maquillaje. Cuando al final me toca me dice la becaria que me envían a otra compañía, ANA, para mí desconocida. “Pero dese prisa que falta poco para salir”. Cuando llego al nuevo mostrador afortunadamente no había nadie: es que era el último en facturar. “¿No habrá por casualidad ventanilla?”. Pues la había. Las empleadas muy amables me explican que es una compañía japonesa: All Nippon Airways.

En la breve espera estoy en una sala donde hay un grupo de unas 30 jovencitas occidentales largas por el suelo. Después de ser padre de adolescente, el siguiente peor empleo es ser profesor de adolescentes. Claro que aquellos pasaban de las niñas. Seguro que me tocaba al lado de alguna de ellas. ¡Vaya viaje que me esperaba! Y dentro de la eficacia y gusto por el orden japonés, una empleada de la compañía se pone delante del torno de salida con un letrero que dice: “Por favor, hagan cola de uno en uno”. Una medida bien sencilla pero que evitó las aglomeraciones en embudo que siempre se forman. Y llego a mi sitio y no me lo podía creer: ventanilla, sin alas y los dos asientos contiguos al mío vacíos. Los únicos de todo el avión. Estaba rodeado por las adolescentes del grupo pero iba a viajar solo. Aprovecho para dejar esas cosas que siempre dejas por el suelo en el asiento al lado del mío. En cuanto se apagan las luces de “abróchense los cinturones” se sienta una chica en el tercer asiento. A los dos minutos aparece otra y me pide que deje el asiento libre que queda porque se va a sentar. Le dirijo una mirada asesina pero no veo el modo de decirle que debe estar en su asiento. Imagino que son dos amigas que no quieren estar separadas en la última etapa del viaje. Pues cada una ha sacado un libro y han estado leyendo o durmiendo o viendo la tele, pero en las más de 12 horas que dura el viaje no han hablado más de cinco minutos. A cambio las he castigado levantándome varias veces, bastantes, al lavabo. Cuando ha llegado la comida no han comida nada, solo un brioche enano con mantequilla y queso. La bandeja con el plato principal ni la han abierto. Me ha dado tanta pena que le he regalado mi brioche. Ella me ha dado parte de su comida. Pero que conste que mi gesto ha sido desinteresado. De verdad.

Sobrevolamos la gran Rusia. Es increíble la cantidad de nieve, lo grande y lo solitario que es todo esto. Primero te encuentras con un paisaje desolado con grandes ríos congelados. Es como una lección de geografía ver sobre ese fondo oscuro una lengua blanca formando grandes meandros. Y precioso. Luego aparece una zona de grandes montañas nevadas. Y quizás tú, en tu pequeño país te preocupas por un valle minúsculo por si hay nieve o no. ¡Qué enorme es todo esto! Pienso que hay que venir a verlo, pero ¿tendré tiempo de hacerlo? Luego vuelven otra vez grandes llanuras nevadas. ¿Será la tundra? Me acuerdo de la película “Dersu Uzala” de Kurosawa. También me entran ganas de verla. Es un viaje en el que merece la pena contemplar el paisaje. Luego llegamos a los países nórdicos y sigue habiendo nieve pero también espacios sin ella. Y es que estamos casi en abril.

Llego a Londres con el tiempo justo de coger mi avión para Madrid. Afortunadamente no me encuentro con el cuello de botella del control de seguridad de otras ocasiones; o han aprendido o es que a esa hora hay pocos vuelos. Pero de todas maneras me han pegado un cacheo a fondo. Creo que nunca me había manoseado tanto en un aeropuerto.

La azafata de tierra de Iberia ha sido mi primera interlocutora en castellano después de muchos días. Desde la isla de Miyajima. Y a pesar de que he llegado casi al límite de tiempo y de que el vuelo va a tope también me ha dado ventanilla. Así la llegada y salida de Londres desde el aire ha sido muy bonita con un país precioso. Y en el avión de Iberia ni agua. Entiendo que en las compañías de bajo coste hagan eso pero ésta no es precisamente de bajo coste. Además yo compré el billete en British Airways y a la ida era con ellos y te dan bebida y comida, pero a la vuelta es lo que llaman “vuelo de BA operado por Iberia”, y “rien de rien”. He ido al lavabo y he pensado que como no se les ha ocurrido a los de Iberia hacerlo de monedas. Porque de ahí sí que no te escapas. Y encima he pasado de las sonrientes y amables azafatas de ANA a unos y unas camareras que parece que te están haciendo un favor por volar con ellos y venderte un bocadillo al precio de un menú completo. Los de mi vuelo de hoy son especialmente soberbios. Hay un camarero que le han debido decir lo guapo que es y pasa una y otra vez por el pasillo como si fuese una pasarela: sin hacer ni puto caso a los pasajeros. Estoy convencido que hay pardillos que creen que lo que sirven es gratis como en otras compañías y luego se llevan la sorpresa.

Y tras 16 horas después de salir de Narita, y 21 desde que me he levantado, llego a Barajas donde me espera mi hijo para reintegrarme al hogar.

Senso-ji

Resumen japonés.

En el viaje he calculado lo gastado y he estado dentro del presupuesto.

Capítulo medicamentos: ¡ninguno!

En Japón suelen dar propaganda en las puertas de algunas tiendas o galerías comerciales. Una de las cosas más habituales son paquetitos de pañuelos de papel. Mucha gente no quiere ni cogerlos. Pienso que en mi país harían cola.

Mi guía dice que para salvar árboles –hundir las empresas palilleras- te lleves tus propios palillos en lugar de utilizar los de “usar y tirar” que te dan en todos los restaurantes. La verdad es que además de llevarlos encima –no ocupan nada pero en muchos sitios no puedes llevarlos, por ejemplo, en los bolsillos de los pantalones-, tendrías que lavarlos al acabar. Según la guía cada año se utilizan 24 billones de pares de palillos. Aunque sean 24 mil millones siguen siendo muchísimos. Pero nadie hace eso de llevarse sus palillos.

Parque de Ueno
Hay un animal que está reproducido en todo los sitios e imagino que es un animal mitológico. Pues no, se llama “tanuki”. Hiro echa mano del diccionario inglés y me dice que es “raccoon”. Un mapache.

A veces por la calle oigo algunos sonidos familiares y me vuelvo esperando encontrarme a unos españoles. Y, claro, son siempre japoneses. He pensado que quizás se deba a la semejanza fonética de ambos idiomas y tener ellos los mismos cinco sonidos de las vocales como nosotros. Porque otras lenguas, especialmente las del sudeste asiático, tienen 20 ó 30 diferentes. Por ejemplo en Laos tienen 26 vocales y seis tonos diferentes para cada letra aunque no sé si se aplican para todas porque si no nos saldrían 156 sonidos solo de vocales. De todas maneras esa explicación de lo que me pasa en las calles japonesas es personal y nada documentada. O quizás es mi avidez por oír algo en castellano después de tantos días. En este viaje he tenido cuatro conversaciones: cuando llegué aquí con Hiro, con las dos parejas de españoles en Himeji durante 10 minutos, con las españolas en Miyajima y de nuevo con Hiro en Tokio. La conversación con el señor de Minnesota –¿minesotano?– no cuenta porque estábamos desnudos y casi a oscuras. Con los empleados de hotel más simpáticos con los que podría haber hablado, como en Matsuyama, no hablaban inglés, así que no han sido demasiadas conversaciones.

Torii

Consejo policial.

De la observación de los policías que pasaban esta mañana en el tren he llegado a esta conclusión que brindo como consejo a la policía española.

Uno de los policías llevaba una mascarilla sanitaria. Esto me ha provocado las siguientes reflexiones: 1) que si buscan a un malo con bigote o con la nariz partida basta con ponerse la mascarilla para que la policía no te reconozca. 2) que es más higiénico, sencillo y elegante para la policía llevar esa mascarilla que no el pasamontañas que tienen que ponerse en algunas zonas de España para que los malos (unos pocos), los amigos de los malos (más, pero todavía pocos) y los simpatizantes de los malos (cien mil) los reconozcan y así los maten o les hagan la vida imposible, lo que se llama “muerte civil”. Te pones la mascarilla y todo lo más que te sucede es que te confundan con un dentista. Que puede ser una putada porque siempre dan un poco (o un mucho) de miedo pero mejor que la opción del pasamontañas.

Mañana la última crónica.