Hoy hace un día precioso y da pena meterse en un museo pero es que estoy a cinco minutos andando desde el hotel y tampoco quiero perderme la facilidad de esa cercanía.
La calle que hay entre mi hotel y la estación de Ueno, una calle sin ninguna gracia, tiene bastantes arbolitos en flor y ya cerca del museo encuentro grandes árboles floridos. Es un adelanto de lo que me voy a encontrar en esta ciudad.
Museo Nacional de Tokio.
La guía lo recomienda vivamente. No solo es el mayor de Japón con más de 87 mil obras y objetos sino que tiene la mayor colección del mundo de arte japonés. Claro que este país no ha sido colonia británica, ni ha estado abierto a los diferentes aventureros y buscadores de tesoros –¿saqueadores?–, porque si no a lo mejor o a lo peor, la mejor colección estaría en el Museo Británico o en el Victoria & Albert. Como tampoco ha sido potencia colonial en el sudeste asiático ni en el oriente medio no tiene grandes cosas de allí. Sí invadió Corea y China pero lo que tiene es más bien poquito o no lo enseñan para no herir susceptibilidades.
Lo primero que te sorprende es lo espacioso que es y que hay aire entre unas piezas y otras. Lo contrario de muchos de nuestros museos que recuerda a las chamarilerías.
Al entrar te encuentras con un gran parque con varios edificios. El primero a la derecha es la galería asiática. Dentro de ella la primera pieza es una gran cabeza del siglo II de Pakistán. Preciosa. La describe un letrero como una cabeza de Kubera o Pancika de Gandhara. Este tipo de escultura sigue patrones helenísticos y así sus figuras de Buda no son esas redondas y uniformes que se suelen mostrar en toda Asia sino algo mucho más cercano a nosotros. Viendo ésta y otras piezas de ese país no estoy seguro que el Islam haya sido una fuente de libertad como dicen sus fieles. Al menos para el arte.
Muchas de las esculturas de estas salas las ves en gran cantidad en muchos museos de la India pero aquí tienen la presentación e iluminación mejor que te puedas imaginar. Y en definitiva se trata de eso, de que no siendo un experto académico del arte Gandhara, con media docena de piezas bien presentadas y documentadas ya te puedes hacer una idea bastante clara. Una vez estuve en un museo de escultura en la India, creo que en Mathura, donde estaban todas las esculturas. Y cuando digo “todas” es que te abrumaba la cantidad. Lo contrario que aquí. Tengo ganas de ver un museo de pintura para ver si dejan también ese espacio entre las piezas y no te pasa como en El Prado o en el Reina Sofía.
Encuentro unas calderas de bronce de las que son capaces de decir que son de primavera y de otoño y del siglo VII al VI. Curiosa datación que precise así la estación y no el siglo. Claro que a lo mejor es como si tuviese que hacerlo yo con una bufanda. Diría “prenda de invierno del siglo XVIII al XXI”.
Entre las piezas provenientes de China encuentro esta preciosa historia que me he apuntado para contaros: se llama “Prefacio a la reunión en Lanting”.
Corría la primavera del año 353 cuando el famoso calígrafo chino Wang Xi Zhi invitó a 41 hombres importantes y notables a una reunión en Lanting, a los pies del monte Huiji en la provincia de Zhejiang. Los invitados se sentaron a lo largo de la orilla de una corriente serpenteante en la cual flotaban copas de vino. Tenían que componer un poema antes de que las copas llegasen hasta ellos. Si no lo habían hecho tenían que beberse el vino como una penalización.
Se dice que de los 42, once compusieron dos poemas, quince uno, y dieciséis no fueron capaces de escribir ninguno. Todos los poemas fueron recogidos juntos (me temo que a los poetas también los tuvieron que recoger) y Wang Xi escribió un prefacio a la colección. Esta composición ha sido elogiada como su mejor trabajo caligráfico.
El emperador Tai Zong de la dinastía Tang, (gobernaron de 618 a 907), admiraba mucho la caligrafía de Wang Xi Zhi y ordenó a su criado que obtuviera el prefacio como fuera, cosa que pudo hacer tras laboriosos esfuerzos pues estaba en poder del sacerdote Biancai a quien se lo adquirió. (Leído así es que el tal Biancai debía ser la leche de poderoso y obstinado). El emperador ordenó a los mejores calígrafos que lo copiasen y seleccionó los mejores para grabarlos en piedra. También mandó hacer copias para sus nietos y más distinguidos servidores. El original se lo quedó el emperador y está perdido. Pero dice la leyenda que se hizo enterrar con él.
Es una historia que me ha recordado esa obras cortas, pero preciosas, como “Nieve” o “Seda”. Y también algo de “Rojo” de Pamuk. Y he pensado en el tipo de gente que hacía eso como los poetas bebedores del siglo IV y en un emperador que en el siglo VII tuviese esos intereses artísticos. Y también que, afortunadamente, nuestros Austrias aunque protegiesen a los artistas no llegaban a esos extremos y ninguno se hizo enterrar con sus obras.
Durante todo el recorrido me sorprende que en algunas piezas haya letreros prohibiendo las fotografías. Esto ocurre de vez en cuando. No logro entender el porqué.
Visito después el pabellón central que es donde se encuentra el arte japonés. Hay una serie sobre la evolución de la figura de Buda en la que hay piezas de China, Corea, India y Japón. Tiene una buena explicación cronológica. Hay unas figuras de Avalokitesvara de mil brazos. Pienso en lo que me duele el hombro izquierdo por mi tendinitis teniendo solo un brazo. ¿Te imaginas 500 brazos en el mismo hombro? Sería horrible.
Veo en una vitrina un “shamisen”, un instrumento musical de cuerda. Leí una vez una novela donde era muy importante, casi un personaje. Hoy lo he podido ver. Tiene tres cuerdas y lo tocan con una púa que es como una espátula. Creo que es el mismo que vi cuando llegué a Tokio en un parque donde había un músico acompañando a una malabarista. Veo también un par de muñecas que están en posición de bailar y que me resultan familiares por su pose. Son españolas del siglo XIX.
En la parte trasera de ese gran edifico central hay un jardín maravilloso. Mucha gente sentada y bastante comiendo. Aquí el personal se compra unas cajitas que tienen un poco de todo, una comida completa, y se la comen en cualquier sitio.
Algunos grandes árboles empiezan a florecer.
El tercer edifico tienen una parte dedicada a la arqueología japonesa y la parte más extensa a exposiciones temporales. Precisamente hoy inauguraban una y viene mucha gente. He pensado que yo con el museo ya tengo bastante.
Salgo del recinto del museo y enfrente hay un parque y a pesar de ser lunes está a rebosar. Debajo de unos ciruelos en flor hay varios bancos. Cada uno de ellos lo ocupa un “sin techo”. Pienso en la paradoja de no tener techo y tener esas preciosas flores encima de sus cabezas.
En el paseo central los cerezos ya han florecido. Un espectáculo maravilloso. Y la gente los va a ver. Eso es algo que no es una moda actual pues en el museo he visto varias obras antiguas donde había gente gozando del mismo espectáculo. A los lados del paseo hay tokiotas sentados en el suelo encima de plásticos azules comiendo y charlando. Cada pocos metros un conjunto de sacos: es para echar la basura ya clasificada.
Ambas cosas, el museo y el parque, hay que verlas.
En el suelo de una acera una recomendación de que no fumes cuando pasees.
Tengo que comprar una bandera de Japón, un compromiso, y mi amigo Hiro me ha conseguido en internet una dirección. El recepcionista del hotel me ayuda a encontrarla en un plano. Como mañana me tengo que cambiar de hotel y ya empiezo a estar más cargado de la cuenta (y el brazo me empieza a molestar) he decidido llevar parte del equipaje al nuevo hotel y además así lo busco con más tranquilidad. Desde el nuevo me voy andando hasta donde la bandera y encuentro el sitio. Ya sé que no es comparable con llegar al Polo Norte pero me he sentido muy recompensado con no perderme pues ese barrio no tenía nada que ver con el resto de la ciudad en la que he estado. Se parecía más a la parte nueva de alguna capital española, como Lérida por ejemplo, con muy poca gente por la calle y escasa circulación a pesar de que eran las seis de la tarde.
Llego a la empresa de banderas y me han recibido como si fuese el embajador de Carpatia y fuera a hacer un pedido de 10 mil banderas. ¡Qué gente tan encantadora! Me ha parecido que era el primer extranjero que caía por allí. El que me ha atendido me ha enseñado los tres modelos que tenían y cada vez subía por las escaleras a una velocidad que me daba miedo que se desnucase. Les he preguntado si tenían de más países: de todos. Son increíbles.
Luego me voy hasta Ginza de nuevo. Quiero comprar más té y entro en unos grandes almacenes. La chica que me vende el té me hace unos paquetes con la clase de cada uno escrita en un post-it y todo con un cuidado que te da la impresión, como donde las banderas, que en lugar de comprar 300 gramos de té eres el ecónomo del marajá de Kapurtala. Para llegar hasta el té le he preguntado a un señor con cara de supervisor de planta, muy elegante, que andaba por allí. Me ha acompañado hasta la dependienta del té y me ha intentado explicar, sin éxito, más cosas. Más tarde lo he vuelto a encontrar y le he preguntado por otro artículo pequeñito y me ha vuelto a acompañar. De verdad, ¡qué país!
Cuando regreso al hotel en el metro tengo sentada frente a mí a una chica joven con una cara que es como una máscara del teatro japonés “noh”. Yo sería incapaz vivir con una persona así.
Noticias de Japón.
Hoy dice un periódico que se van a aplicar condiciones especiales en los vuelos a los luchadores de sumo y a los instrumentos musicales. Así a los luchadores les obligarán a comprar dos asientos (no creo que quepan en dos) y a los violonchelistas tres. Afortunadamente no tengo esos problemas.
Solución al enigma.
En un mostrador de información del museo pregunto del porqué unas piezas tienen el letrero de prohibido fotografiarlas al lado de otras de las que no hay ninguna prohibición. Resulta que las “prohibidas” son piezas de particulares que las han dejado en exhibición pero que no quieren que las fotografíen. Aquí son tan respetuosos que imagino que el público no lo hará. En España estoy seguro que serían las más fotografiadas. Serían las “cuarta cosa más fotografiada, después del torii de Mijayima.