Ayer cuando estaba en el exiguo comedor (dos por tres metros con una mesa alargada en medio) apareció una pareja joven de occidentales. Ni mú. La chica del hotel les trajo la carta del restaurante con un papel para que apuntasen lo que querían. Esa es una técnica muy habitual en algunos países de Asia para evitar quejas de los clientes. Al rato les trajeron la cena, cenaron y se fueron. Ni mú. Si estuvieron media hora no es que no me dijeran nada a mí, ni siquiera el socorrido “hi”, es que ni le dirigieron la palabra a la del hotel ni hablaron nada entre ellos. Que a lo mejor son de una secta. Me fui a dormir pensando que a lo mejor venían a asesinarme por la noche y a arrancarme la lengua pero he dormido como un lirón. A las 5 de la mañana un ruido como de una taladradora en la calle. A las 5 y media una música de un templito hindú que está a unos 50 metros. ¡Maldita libertad de culto! A las 6 ha parado la música. Debe ser una cinta de 60 minutos y el casete no tiene lo de “reverse” o el cura no le da la vuelta. Me ducho y seco con “mi” toalla aunque la común sigue allí colgada. La misma de ayer. ¿La utilizará alguien? ¿Qué harían las pulcras teresianas si estuviesen aquí? Y eso que es el mejor hotel del pueblo. Cuando estoy desayunando entra la pareja silenciosa. Ella, que se parece un poquito a Nicole Kidman, dice en un susurro “good morning”. Vuelven a apuntar lo que quieren, siguen sin decirse nada, pero no parece que estén enfadados entre ellos. Vaya, que no se ve tensión de pareja. Cuando me voy digo “bye” y recibo una respuesta y media. O menos. Puede que sí sean de una secta porque antes de desayunar se han metido un lingotazo de cocacola cada uno y para eso tienes que tener la mente poseída. El franco-español pasa por delante del comedor pero tampoco dice nada. ¿A ver si lo da el terreno? En la puerta del hotel un empleado está extendiendo con las manos sobre una bandeja una pasta marrón como para hacer croquetas y luego la deja allí en la calle. Imagino que todas las moscas de la vecindad irán a poner los huevos allí. Y se me ha ocurrido que cuando te comes las croquetas también te comes los huevos (no creo que les haya dado tiempo a salir las larvas todavía), los millones de huevos y no sé si eso será malo para el “calastro” que diría Alfred. Porque cuando alguien tiene el colesterol alto le prohíben los huevos pero no sé si estos también. Imagino que se habrá estudiado su composición. O sea que si vas al médico y te los prohíbe le preguntas si también los de mosca. Le parecerá una excentricidad pero es mejor estar prevenido si vienes a la India. A propósito de comidas raras. En mi época escolapia tuvimos un profesor que tendría 200 años, o eso nos parecía a nosotros. Estaba jubilado o retirado o la figura laboral eclesiástica para los ancianos. Para que no se sintiese inútil el lugar de ponerle a hilar con una rueca como Gandhi, le pusieron a dar la clase de religión. A mi curso. Que éramos como una ONG. La verdad es que en la mía estaban algunos de los más destacados alumnos del colegio. Por decirlo de una manera suave eran los más traviesos. Muy traviesos. Tampoco dice mucho a favor del fervor proselitista de aquellos enseñantes cuando la que debía ser la asignatura clave de la difusión de su doctrina y a la que entregaban su vida la ponían en manos de un profesor así. Cuando el venerable anciano nos explicaba las prohibiciones de las comidas en Cuaresma, uno de los alumnos traviesos le decía: “Padre, y foca, ¿se puede comer foca?” Y el pobre anciano se quedaba pensativo y contestaba: “Lo tendré que consultar”. Y entonces otro le decía: “Padre, y pingüino, ¿se puede comer pingüino los viernes de Cuaresma?” Como si en Alcañiz fuésemos esquimales, que no sé si la comen, pero que a mi pueblo nunca ha llegado esa carne, aunque sí recuerdo que por aquella época se vendió carne de ballena y a lo mejor excitó el caótico pensamiento de mis condiscípulos y no era maldad infantil sino ansias de conocimientos pero conociendo a los que preguntaban no sé yo.
Vuelvo al monasterio de ayer. En el camino paso otra vez cerca de las grandes telarañas de Sikim. Ya expliqué que son tridimensionales y aparentemente sin forma pero veo a contraluz discos perfectos del tamaño de un CD. Una maravilla visual. En la subida un joven monje está a unos 20 metros delante de mí. Al poco 30 y así va aumentando la distancia. Se para cuando se encuentra con un grupo de monjes de tres casi niños, otro joven y un anciano. O no pueden pasarlo en el camino por alguna prohibición religiosa o les encanta oír sus enseñanzas. Se paran delante de mí y el monje joven aprovecha para hacer pipí en el camino. Como se remanga las faldas descubro que lleva calzoncillos. Ese era uno de los grandes misterios. Yo había visto muchas veces en los monasterios camisas y faldas tendidas al sol para secarse después de la colada pero nunca ropa interior. Pensaba que o no usaban o quizás era de “usar y tirar”. Hoy he descubierto que sí usan pero sigo sin saber si es de un solo uso. En la subida encuentro una inscripción con un dibujo: el sol y la luna en la corona del gurú Rimpoche. Os aseguro que era puro Miró. Creo que la estatua de los premios Príncipe de Asturias lleva uno igual. Como no sé si es de hace 500 años o de ayer mismo no puedo decir quien copió a quien. Por cierto, como ya he contado en alguna ocasión siempre que te encuentras con una estupa o cualquier monumento budista hay que tomar el camino de la izquierda. Aquí es una piedra con inscripciones y también hay que hacerlo así.
Llegando al monasterio ya se oyen las trompetas y tambores. Efectivamente en la iglesia grande hay unos 20 curas rezando y cantando como vi hace unos días en Gangtok. De vez en cuando tocan cornetas, trompas y algo parecido a clarinetes u oboes y tambores. Los de la sección de viento siempre son los más jóvenes. Hay tres curas mayores ocupando tres sillones más grandes pero no sé el orden de prelación. Me siento un rato. Hay un occidental sentado pero en plan budista. Iba a decir que siguiendo todo con mucha atención pero en el mundo budista parece ser que estás pero como si no estuvieses, que en otros grupos su pertenencia a él se demuestra siguiendo todo con atención pero en éste al contrario: como si no te importase nada lo que se hace ni lo que se dice. Hombre, lo que se dice comprendo que no te interese porque lo dicen en tibetano, por lo menos. La novedad es que los que están sentados mueven las manos como en el flamenco. Cuando la sección de viento se pone en marcha los otros tocan la campanilla con una mano y con la otra tienen el dorje Como en el templo está prohibido hacer fotos me abstengo. Pero me cuesta. Llegan los que subían con el monje abuelo. Se postran varias veces y dan varias vueltas por allí con rezos y luego se sientan entre los que ya estaban. El abuelo sorprendentemente se postra también varias veces. Me deja asombrado la agilidad que tiene. Como es parecido a lo del otro día salgo a pasear un poco por el exterior. Pienso que aunque es todo muy bonito y el tiempo es estupendo ya había visto la ceremonia y quizás debería haber ido a otro sitio. Entonces veo delante de otro templo a un grupo tocando en plan orquesta y con los gorros rojos, como en los reportajes de La 2. Espectacular. De esa capilla salen unos jóvenes monjes cargados con libros que llevan a otro templo dando una gran vuelta para seguir el giro de las manecillas del reloj. En varios sitios queman hierba y en los hornos ramas verdes con lo que hay humo por todos los lados. No sé si forma parte de la liturgia o es que están limpiando. En otras tres capillas hay también monjes haciendo más o menos lo mismo. No creo que lleguen a 60 entre todos.
Estoy haciendo una foto en el exterior y aparece el franco-español y pasa a 20 centímetros de mí sin decirme nada. Y no hay nadie más en aquel momento. ¡Mira que hay gente rara en el mundo! En la habitación en que está el gran molino de rezos, un cilindro de unos 3 metros de alto y 2 de diámetro entra un monje mayor y se pone a empujarlo. Entonces entra una beata budista muy mayor y también se agarra al cilindro. El monje empuja con tanta fuerza y el cilindro coge tal velocidad que casi arrolla a la anciana. Lo tiene que soltar para no caer al suelo. ¿Lo habrá hecho adrede el cura? A lo lejos se ve la cordillera nevada. Pregunto que monte es y no podía ser otro: el Kanchenjunga. Es fantástico. Bajando hacia el pueblo veo unos artilugios en unos molinos de rezos para que funcionen con el viento. El problema teológico será cuando sople en dirección contraria a la de los rezos. Imagino que entonces dirán que hace un viento del demonio. Unos niños me llaman “tourist one photo”.
El folleto de Sikim habla de otro monasterio en las cercanías, el de Sinon. Ayer pregunté en el hotel y me dijeron que estaba a 4 ó 5 horas. Luego he preguntado más y me han dicho que a una hora. El camino sale prácticamente desde el hotel en que estoy. Cruza la carretera tres veces y tengo que preguntar continuamente como un tonto para no perderme como un listo. Y encima me he perdido una vez porque he encontrado una piedra que pensaba que era un monumento budista y me he ido por la izquierda para darle la vuelta y resulta que era una piedra vulgar y he acabado en un campo donde estaban recogiendo mijo. El camino pasa por un bosque precioso y de vez en cuando hay alguna casita con terreno cultivado. Y montones de tubos de hierro con conducciones de agua. Es algo increíble. No sé si porque esta mañana ya había ido al otro monasterio pero me ha costado mucho la subida. Especialmente el último tramo que era bastante difícil de encontrar y en el que me ha guiado un joven al que le he preguntado y que parecía que no tenía nada que hacer o que se divertía viendo mi sufrimiento. Hoy he comprendido perfectamente las palabras que en algún caso dice la guía de los caminos: “steep, very steep, extremely steep”: “empinado, muy empinado, una putada”. El de hoy pertenecía a la última categoría. Un consejo: si está el suelo mojado no subas porque no podrás bajar. La mayoría del camino está empedrado (excepto la parte final donde te pierdes) y con la humedad será imposible.
El monasterio de Sinon está en un lugar precioso y cuando yo he llegado había cuatro monjes cantando, rezando y tocando los instrumentos. Nada que ver con el derroche del monasterio de Tashiding. Pero se han dejado fotografiar pacientemente. Lástima que ya no me queda casi “carrete digital”. En el exterior un monje mayor leyendo y rezando de cara a la pared. Hay un montón de libros de rezos al sol. No sé si es algo litúrgico o biológico. A lo mejor es para matar a los insectos come libros. Están hechos de hojas sueltas de unos 50 centímetros de largo por 20 de ancho y están envueltos en telas blancas y al final cubiertas por una amarilla. Les ponen una tabla en la parte superior y otra en la inferior y los atan con una cuerda. Ha venido otro monje y ha desecho todo este hatillo. No era el libro que buscaba. Es complicado porque deshacer y volver a rehacer todo les cuesta un rato y muchos libros no tienen ninguna indicación exterior de su contenido. Igual rezan lo que les sale. Me hubiese quedado un buen rato pero me preocupaba el camino de vuelta y a pesar de que era pronto he decidido regresar al pueblo.
Le pregunto a una familia que parece que se va si vuelve al pueblo y me dicen que sí, así que me voy con ellos. Doy la vuelta típica budista a todo el conjunto de monasterio, capillas y estupas. Están rezando y yo como un imbécil detrás. Y en un momento dado me dicen en un sendero que ése es el camino para volver pero no era el que yo había subido. Le insisto si seguro que es ése. Que no, que no lo sabe seguro. A estas horas estaría en alguna carretera, como la holandesa, parando coches. Vuelvo a preguntar a un joven y me enseña el camino por el que yo había subido. Es que al comienzo es una sendita estrecha en un bosque muy denso. En el camino unas figuritas de barro que me recuerdan a las animistas que he visto en otros países. La subida dos horas. La bajada una. Esto da una idea de la pendiente de la cuesta. Me he perdido la vista del Kanchenjunga desde el monasterio de Sinon que debía ser espectacular pero es que estaba todo nublado. Llego con las piernas rotas. Esta mañana he pedido que me compraran berenjenas para comer. La verdad es que la cocina de este hotel no es de muchas estrellas. Doy una vuelta por el pueblo y me siento a escribir en el otro restaurante-hotel de la localidad. Hay dos jovencitas allí que quieren hablar así que apenas escribo pero descubro otro grupo étnico al que pertenecen: los phenpu. Una de ellas se llama Phenpunadipa, y así se sabe al grupo al que pertenece. No te digo nada si fueran de Calahorra. Me preguntan como se dice “Niza” en inglés. No podía imaginar una pregunta más extraña en este pueblo. Al despedirse me pregunta mi nombre y me dice que a ella la llaman Jenny. A mí me gusta más lo de Phenpunadipa. Al llegar al hotel es casi de noche y no hay electricidad. Han venido un grupo de franceses de un treking y lo han ocupado todo. Son gente mayor que llevan un guía francés, varios criados y han roto la tranquilidad del lugar aunque son gente reposada. Me temo que habrá cola en el lavabo. Cena ligera. Imagino que los 11 franceses ocuparán el comedor así que me iré antes de que me echen.