
Hoy teníamos como tarea turística principal intentar conseguir un viaje para ir mañana desde aquí a Jaipur, pues no lo conseguimos el primer día para hacerlo con tren y la única posibilidad era hoy, 24 horas antes del día del viaje y solo de 10 a 11 de la mañana, y que hubiese alguna de las plazas que dejan libres para lo que se llama “taktal quota”.
Así que vamos a la estación de ferrocarril, y ahora sin las dudas del primer día, llegamos a la ventanilla, pero ni “taktal”, ni leches: nada de nada, a pesar de que he vuelto a utilizar mi condición de “senior citizen” para saltarme la gran cola que había.
Aprovechamos que cerca de la estación hay un famoso templo al que se puede ir andado desde allí, en menos de 30 minutos, el templo Mata.
La guía dice de él que “acreditado con grandes poderes para aumentar la fertilidad, este laberíntico templo hindú conmemora la santa con gafas (?) Lal Devi”.

La web de turismo de la ciudad dice de él que “La Devi, a quien está dedicado, fue una santa del siglo XX nacida en Pakistán, pero que después de la partición llegó a esta ciudad donde alcanzó el nirvana en 1994. Durante toda su vida solo se alimentó de leche y fruta.
«El santuario es muy importante para las mujeres que quieren empezar una familia (ya ves, más poético que lo de la “fertilidad” de mi guía).”

También dice que hay espejos por doquier, ídolos tallados en las paredes y que es una cueva artificial (vaya, “hecha por el hombre”) y que para llegar hasta el altar donde está la diosa debes gatear o directamente desplazarte de rodillas”.

Bueno, pues es eso y mucho más.
Es uno de los templos más raros (diría que estrafalarios) que he visto en mi vida y que no recomiendo a los “anti-escaleras”, ni a los obesos, pues además de que tienes que subir y bajar un montón de ellas, te hacen pasar por una especie de boca de león bastante estrecha, aunque como la fe mueve montañas (vaya, las movían en los tiempos de las mitologías religiosas) algunos fieles hindúes se movían por allí que daban pena dado su volumen y la falta de movilidad.

Después de ese recorrido laberíntico, que si vienes aquí no debes obviar, vamos a la sala principal del templo donde el personal está sentado por el suelo y comiendo unas escudillas de arroz que les proporcionan allí mismo, así como bebiendo unos vasitos de café con leche.
Nos ofrecen el arroz, que rechazamos educadamente, pero les decimos que sí beberíamos con gusto un café con leche y justo en ese momento se acaba.

Nos sentamos en un banco a descansar y a oír una melopea que una fiel hindú no para de repetir a la que fotografía Marisa tras pedirle permiso y parece que le gustó esa atención.

Y de repente viene un señor y nos da los dos vasitos de café con leche. ¡Qué amables!
Aunque el Templo Dorado no tiene parangón yo recomendaría también la visita este templo.
Regresamos al hotel y por su mediación encontramos una agencia donde poder comprar un billete de autobús, pues a diferencia del tren hay muchas compañías y muchos autobuses que van a Jaipur.
En la muy pequeña oficina de la agencia está sentado esperando unas fotos un abuelo vestido de guerrero sij como hemos visto bastantes estos días, pero con la particularidad de que además de la obligatoria espada lleva un arco bastante grande. Marisa está dudando de pedirle permiso para fotografiarlo cuando el hijo del guerrero, que estaba con él, nos dice que su padre quiere una fotografía de nosotros con su teléfono. ¡Vaya sorpresa!

Comida en el hotel intentando evitar los platos picantes, pero sin mucho éxito y eso que cocinan solo para nosotros.
Descanso y de nuevo vamos al Templo Dorado y en el camino nos tomamos un zumo de granada, “de Afganistán” nos dice el del puesto. Ni idea de que fuesen famosas por su origen, pero creo que es el más bueno que he tomado en mi vida.

Llegamos al templo y allí volvemos a ser “objeto de deseo fotográfico”. Así veo a una jovencita que intenta fotografiarnos a escondidas y le digo que lo haga sin miedo.
Más tarde una familia nos pide también fotografiarse con nosotros. Y luego un adolescente también.

Yo a su vez ayudo a un grupo de mojes budistas tibetanos a fotografiarse.

Y de nuevo grandes y nutridas colas para entrar en el templo, vaya en el “templo, templo”, el “Sri Harmandir Sahib”.

Regresamos al hotel y estando en la recepción llega una familia india con niños y un montón de maletas y bolsas. Dejan todo su equipaje en el suelo y se van a la habitación con las manos vacías. Ni una bolsa de plástico. Nada.
Luego se lo comento al “manager” y me dice que los extranjeros somos gente educada, pero que los indios son “very rude people”.
Ya lo he contado, pero vuelvo a hacerlo.
A la recepción de un hotel japonés llegó una clienta oriental y le dijo a la recepcionista que le subiesen la maleta a la habitación. La joven empleada no la entendía a pesar de que se lo repitió varias veces. Es como si fueses a una sacristía de una iglesia y pidieses una caja de condones.
A los indios, en general, no se les pasa por la cabeza hacer algo ellos que puedan hacer otras personas en su lugar, y más si consideran que ese acto es de inferior categoría.
Hoy al regresar al hotel, y muy cerca de él, hemos pasado por una especie de cocina comunitaria, con varias personas cocinando en unos grandes calderos y alrededor un montón de gente comiendo. Nos imaginamos que era algo de tipo caritativo, aunque no había ningún letrero que lo atestiguase.

Y es que en esta ciudad y sospecho que en este entorno cercano al templo te encuentras muchos menesterosos como sucede en la India en todos los lugares que tienen importancia religiosa y que son un foco de peregrinación.
Recuerdo que de niño en la romería a la ermita de la virgen de mi pueblo también acudían gentes tullidas y mendigos que no veías el resto del año.
PS
En el camino hacia el templo de la mañana hemos pasado por una zona de las que aquí llaman “Colony” con casas de muy buen aspecto, pero cerca en un gran edificio abandonado había un poderoso baniano que se había metido por una pared como en los templos de Angkor.

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