
Al salir del teatro Colón, en la Plaza Lavalle, un monumento dedicado al que yo creía un prócer dado el tamaño de la columna a él dedicada.
En la base de la columna, un par de mensajes de esos patrióticos: “El pueblo a Lavalle” y “Nacido a la inmortalidad en 1797” y este segundo, con eso de “nacido a la inmortalidad” ya te imaginas que no presagia nada bueno.
Y una lápida me saca del error de su categoría de “prócer” que yo le había asignado: ¡era sargento!

¡Error!
Ya me parecía a mí demasiado gran monumento para un simple sargento: este Lavalle fue general y era nada menos que descendiente directo por parte de su abuela paterna de Hernán Cortés. Y con un baldón en su carrera: ordenó fusilar a Dorrego, el de la plaza del mercado de San Telmo, que había sido su compañero de armas.
Y lo que son las cosas, resulta que levantaron la columna en su honor enfrente del palacio que tenía la familia Dorrego en ese lugar, por lo que esa familia “tapió las ventanas que daban a la plaza para que no se pudiera ver desde la mansión la columna levantada en memoria de Lavalle” (Wikipedia dixit).
En esa plaza el árbol más “perjudicado” de toda la ciudad.
Encontramos también un letrero de una asociación de lo más extraña: “Asociación de balanceadores, corredores y martilleros públicos”.
De allí nos vamos a una pizzería que recomienda la guía y es como pasar del comedor de primera clase de un transatlántico (la cafetería del teatro Colón) al de los miserables emigrantes.
Véase como referencia “Titanic” o “Una noche en la ópera”.
Un restaurante muy grande, pero lleno con todos los clientes comiendo unas pizzas generosas y sabrosas y bebiendo vino Moscato al que añaden hielo y sifón.
Y no solamente las pizzas eran algo fuera de serie, es que el tiramisú era algo divino. (Bueno, no sé si eso será una blasfemia, quizás tendría que decir simplemente insuperable).
Encima, Marisa ha podido hacer una sesión fotográfica en el horno número 2 con sus pizzeros.
Desde allí nos vamos al palacio Barolo, otro de los puntos de referencia de la ciudad.

La guía dice de él que es uno de los más bonitos edificios de esta ciudad con sus 22 pisos de oficinas. Su diseño fue inspirado en la Divina Comedía de Dante.
Su altura de 100 metros está dividida en cielo, purgatorio y cielo.
Fue terminado en 1923 y fue el rascacielos más alto hasta 1936, cuando se construyó el Edificio Kavanagh.
Y como curiosidad (vaya, una más) hay otro edificio gemelo en Montevideo del mismo arquitecto.
La visita se realiza con un tour guiado durante el cual se utiliza un ascensor de 1920 y se llega a un faro situado en la terraza con magníficas vistas.
Y eso es lo que hicimos nosotros y así como el teatro es digno de verse por sí mismo, este otro lo es solo por las vistas desde arriba y por el patio, que es de visita libre.
Su historia es muy interesante, pero su visita no merece la pena, por el dinero y el tiempo invertido, a pesar de que el joven que nos lo ha explicado lo ha hecho muy bien.

Un detalle curioso fue que se estaba grabando algo de música en una terraza cercana y se veía todo el proceso, incluido el catering que tenían.
Y un consejo: si tienes claustrofobia o exceso de peso, no subas el último tramo de escaleras. La fobia te puede hacer pasar un mal rato, pero la obesidad te puede dejar bloqueado.
He dicho que su historia es muy interesante y por ello te dejo este enlace a un artículo donde la explica.
Un par de detalles: el arquitecto y el dueño del edificio eran masones; pensaban trasladar las cenizas de Dante allí, pues en Europa “las guerras llevarían a la destrucción a todo el continente”.

Y finalmente «el famoso arquitecto Le Corbusier se horrorizó con el palacio y lo denominó “enano con galera”. Hasta se paró en un punto de la plaza Independencia (cercana al edificio) y dijo que ese era el punto ideal para bajarlo de un cañonazo”.
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