
En el camino a Punta Cantor encontramos la llamada “Caleta Valdés”, una albufera de 35 km con una entrada en la parte sur y con poblaciones de pingüinos y elefantes marinos.
Lo primero que vemos son una pareja de espléndidos cisnes de cuello negro. Lástima de no disponer de un tele adecuado, pero la edad me hace reducir el peso del equipo fotográfico.
Y así llegamos a la primera colonia de pingüinos, que, como decía la información, son “pingüinos magallánicos”.
Estas aves están al final del periodo de muda del plumaje y así hay ejemplares con todo el plumaje nuevo y otros con un aspecto lamentable en periodo de cambio.
Y un parajito precioso nos permite acercarnos lo suficiente: la calandria chica, con un nombre científico muy bonito, “Mimus patagonicus”, que parece de centurión romano pasado por Monty Python.
Llegamos a Punta Cantor desde donde se ve una colonia de elefantes marinos y con unas formaciones de algas en la orilla muy fotogénicas.
Y aquí parece que también hay avistaje de orcas, pues un cartel indica que las últimas que se vieron fue el 20 de marzo. En Punta Norte fue el 28, así que allí debe ser más habitual y quizás por eso aquí no había la fauna de fotógrafos de naturaleza como allí.
Pero el lugar es precioso.
Desde allí nos dirigimos a Puerto Pirámides y en el camino encontramos varios ñandúes.
Es un animal extraño, pero nada espectacular.
Puerto Pirámides es la única población en Península Valdés y te recibe con una curiosa escultura a la entrada representando una ballena, hecha de deshechos.
Detrás un gran letrero con unas islas y un eslogan: “Por siempre ARGENTINAS”. Imagino que representan las islas Malvinas y que para los argentinos su silueta es conocida, aunque es un tanto difícil.
Un letrero explica el significado y el nombre de la ballena: “Dulcinea” (¡vaya nombre para una ballena!, el autor ha leído El Quijote y no se ha enterado de nada). Un detalle de la obra te muestra el amasijo metálico que tampoco tiene nada que ver con la explicación: “Obra creada en honor de las ballenas muertas encontradas con plásticos en sus estómagos«.
A mí, la escultura, sin el nombre, me gusta.
El censo de 2010 (debe ser el último) dice que la población es de 586 habitantes y lo más curioso es que “La localidad es una de las de mayor crecimiento de la Argentina, ya que triplicó su población desde 1991”.
Los políticos de la “España vaciada” que quieren llenarnos las provincias vacías deberían venir aquí y estudiar ese fenómeno.
¿Alguien quiere vivir en las Ramblas de Barcelona pudiendo vivir en la provincia de Teruel?
Wikipedia explica que por aquí se establecieron los españoles en 1779, como leí en el centro de interpretación, pero que “en 1810 un malón tehuelche arrasó con el Fuerte”.
¡Un malón! ¿Qué será un malón? Pues además de un pueblo de Zaragoza, es el aumentativo de “malo”, pues así lo define la RAE: “Irrupción o ataque inesperado de indígenas” y también: «Felonía inesperada que alguien ejecuta en daño de otra persona, mala partida».
O sea, hecho por un grupo de malos. Vaya, “malos” para los pobres españoles que malvivían allí, pero buenos o muy buenos para los hijos de esos atacantes que lo hacían “con el objetivo de matar adversarios y saquear para hacerse con ganado, provisiones y prisioneros, sobre todo mujeres jóvenes y niños”.
Ya ves, a los abuelos no nos quieren ni los malones.
Paseamos por la playa y las rocas que la rodean están llenas de restos de conchas que no sé si se pueden considerar fósiles o no, pero es una verdadera amalgama.
Dando un paseo llegamos hasta Punta Pirámides, donde un letrero explica algo que es difícil de entender y mira que son habilidosos estos argentinos para los letreros y los eslóganes: aquí imposible. Sí hay un bonito mirador con vistas de toda la costa y desde donde se ven poblaciones de lobos marinos.
Y donde, ¡qué casualidad!, nos encontramos con un “cui”.
Regresamos a Puerto Madryn y allí, en el paseo marítimo, en una acera el lema de las Madres de la Plaza de Mayo, “Nunca más”, y sus característicos pañuelos.

Y para acabar el día un restaurante que ofrece “cordero patagónico”: un espeto con un animalote enorme, si piensas que es un cordero, ensartado dando vueltas sobre las brasas.

Ha sido un día muy interesante y que no me importaría volver a repetir.
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