¿Por qué hemos venido aquí? Pues porque hemos estado en el centro de la isla, Ubud, en el este, Padangbai, en el norte, Pemuteran, y nos faltaba el sur que es la parte más famosa de Bali desde el punto de vista turístico. La guía dice algo así como que «si no has estado en el sur no has estado en Bali» y busqué lo que creí que podría ser más bonito e interesante desde el punto de vista del paisaje y de la naturaleza. Describe este punto diciendo que en Bingin el paisaje es “simply superb”, con acantilados boscosos que caen hacia chiringuitos de surfistas y un mar azul con un borde de espuma. O algo así. Lo que no dice es que sin una moto y una tabla de surf aquí no tienes nada que hacer. Porque acantilados impresionantes y bonitos los hay, pero no te puedes acercar a ellos sin ese transporte. La carretera discurre paralela a la costa pero bastante alejado de ella (insisto, para ir andando) y hay caminos perpendiculares que te llevan desde la carretera a los hoteles. Y si no tenía clara la dificultad el joven vasco de ayer con su paseo en moto me hizo perder toda esperanza. Como en el letrero del infierno de Dante. Aunque él, el vasco, no Dante, lo hizo con el fin de que conociese donde estaban los establecimientos necesarios, pero gracias a ese paseo no he hecho de ameba esta mañana intentando llegar a algún sitio. Aquí playa y surf.
Este hotel es el primero de este viaje donde el desayuno no estaba incluido en el precio de la habitación, lo que parece que es general en esta playa y aunque sigue siendo muy barato no lo es tanto como parece.
Después del desayuno nos bajamos a la playa a pasear y ver a los surfistas. Primera sorpresa: la marea está subiendo y no hay apenas playa así que tras sentarnos en unas rocas nos refugiamos en un restaurante donde seguir con la observación.
Segunda sorpresa: en esta playa todos son muy jóvenes y muy atléticos ellos y ellas de revista. “De revista” según creo que se entiende ahora y no en los años franquistas en que quería decir que eran artistas de “varietés”.
En los dos días que llevamos aquí no he visto ni a una gorda, ni una, claro que con esas escaleras que hay para bajar a la playa no me extraña que no vengan. Quizás los gordos tienen alguna guía especial para ellos (como la había en los años 60 para los homosexuales) donde les dicen dónde pueden ir y dónde no. Y este entorno claramente no es “gordo friendly”. Solo he visto a un tío de unos 35 años tirando a tanqueta que llevaba una camiseta blanca de tirantes: parecía una estampa valenciana de los años 50. Para compensar el barrilete iba acompañado de una estupenda señorita atlética.
Un surfista está recogiendo su material en una bolsa y apunto los componentes del “set del buen surfista”: guía de Lonely Planet, cámara Gopro, tableta, teléfono, tabla, gafas de sol espectaculares, crema protección solar un millón (algunos parecen salvajes caníbales de Papúa). Esto ellos, porque hay bastantes chicas también haciendo surf e imagino que tendrán alguna cosa especial en su “set”. Por cierto, aunque la proporción de sexos en este entorno es más o menos del 50%, los que practican surf son del 74-26. ¿Por qué será?
En algunas de las terrazas de los restaurantes hay un indonesio con un teleobjetivo sobre un trípode haciendo fotos sin parar de los surfistas. Cuando estos salen del agua les llaman y les dicen que lo han hecho muy bien. Algo como: “Fantástico, tío. Tus cabriolas, tío, eran espectaculares, tío. Pocos se atreven a hacer, tío, lo que has hecho tú, tío. Y eso, tío, que hoy las olas no te eran favorables, tío”.
Imagino que la primera vez picas muy contento de que alguien que no sea tu mamá o tu novia (esta solo en la primera semana de conocerte) reconozca tus méritos y tus hazañas y entonces le compras todas las fotos, pero al decimocuarto día solo le sonríes y le contestas con un “thank you”.
Veo una ofrenda a Dios o algún antepasado con un cigarrillo, esta vez entero, y como también hay un caramelo me fijo en él para ver si se confirma la teoría que expuse hace unos días. Pues no, es de café con leche. Encuentro otro y lo mismo: “fruit creamy” .
Se acaban las buenas olas y solo quedan los principiantes así que regresamos al hotel.
Los hospedajes de este entorno, excepto los que están en las escaleras mismas, tienen todos una estructura semejante: una serie de habitaciones tipo bungaló, cada uno con su pequeño porche delante que dan a un gran patio central que en nuestro caso tiene una pequeña y mona piscina y como dos templetes donde la joven clientela (todos entre 25 y 32 años) se tumba a leer, toquetear el teléfono o dormitar. Alguno se mete 5 minutos en la piscina y luego vuelta a la molicie. A veces me recuerdan a Dustin Hoffman en “El graduado”. Imagino que el amanecer los ha cogido cabalgando las olas y ahora están rendidos. (Si no es así les daría los mismo estar en Bali que en la piscina municipal de Móstoles en verano).
Volvemos a las “escaleras” para comer. Cuando regresamos al hotel nos cruzamos con una joven pareja de musulmanes: ella como una monja de clausura y él como un hawaiano. ¿Y todavía hay cristianos que creen que el islam es una religión liberadora para la mujer? Que lo he oído.
Más descanso y al final de la tarde visita al templo de Pura Luhur Ulu Watu.
Al llegar pregunté en el hotel la forma de llegar hasta allí andando, pues según el mapa está a unos 5 km de aquí. Me dijeron que estaba muy lejos y que no se podía ir como yo quería. Afortunadamente los vascos surfistas me lo confirmaron, así que en coche.
En el camino vemos a una joven occidental tirada en el suelo a un lado de la carreta asistida por varias personas. El conductor me dice que iba en moto y un perro ser le había tirado encima. El animal ha muerto pero la chica parecía estar solo regular. Nos ha contado que hay bastantes accidentes de motos por culpa de los perros. Marisa no ha parado de pensar qué pasaría si la chica viajase sola. Espero que no, pero hay muchos occidentales jóvenes muy imprudentes y no solo los papás que viajan con bebés por estas latitudes.
Llegamos al aparcamiento del templo y lo primero que te sorprende después de la soledad de Munduk o del reducto surfista de Bingin es la cantidad de coches y autobuses que hay allí.
Pagas una entrada y te prestan un sarong, la faldilla típica, para que entres en el recinto ridículamente disfrazado y no cabrees a los dioses. Y yo creo que es puro “bisnes”, porque estás en un gran recinto con jardines y una especie de camino de ronda sobre los acantilados pero no puedes entrar dentro del verdadero templo. ¡Todo sea por el colorido oriental! El personal se fotografía de esta guisa y cuando llegue, lleguemos, al hogar podrá, podremos, decir que íbamos vestidos como los balineses.