Llegamos a Kotohira y llueve bastante. Vine a esta ciudad en el 2008 y entonces la oficina de información turística estaba a unos 50 metros de la estación. Y no hablaban nada de inglés.
En la guía actual solo dice que hay folletos de información en la estación así que le pregunto al ferroviario que controla la salida y como es muy simpático y no habla una palabra de inglés me acompaña a la calle y me indica el camino por señas, pero el del hotel, no el de turismo.
Llegamos al hotel sobre las 12 y la amable propietaria nos dice que no podemos acceder a la habitación hasta las 3 de la tarde. Es una putada pues no para de llover pero es la norma usual en este país: la entrada en los hoteles es a partir de las 3 ó 4 de la tarde.
En esta ocasión hemos venido al mismo “ryokan” donde estuve en el 2008. Estos son alojamientos tradicionales que van desde lugares sencillos hasta algunos lujosísimos. En este como no tienen web y apenas hablan inglés me ha hecho la reserva por teléfono la recepcionista del último hotel. No hay país con gente más servicial y eficaz.
No se acuerdan de mí pero les enseño la tarjeta que me dieron la vez anterior y se alegran mucho. Dejamos el equipaje y nos lanzamos a la aventura de encontrar la oficina de turismo. Pues ha resultado ser eso, una pequeña aventura.
Llegamos a unos 100 metros de la estación de ferrocarril y le pregunto a un par de jóvenes de unos 20 años justo al lado del sitio donde estaba en 2008. Mira que es fácil entender lo de “Tourist information office”, pues no han entendido nada. Veo una especie de oficina por allí: esa será. Pues no. Al entrar me percato de que es un “koban”, un puesto de policía. Lo mismo: ni me entienden, ni hablan una palabra de inglés aunque han acudido a ayudarme los tres policías que había en aquel momento. Yo sigo sin comprender como no entienden lo de “Tourist information office”.
Seguimos con la búsqueda y nos topamos con otra estación de ferrocarril; es una de una línea privada. Allí hay un jefe de estación con aspecto de saberlo. Pues no lo sabía pero ha sido la persona con más interés en ayudarme. A pesar de mi torpeza. Porque he recordado que en la guía decía que en Kioto si has de preguntar a alguien por esa oficina de turismo dijeses “Kyo Navi” así que se lo digo y luego se lo enseño en japonés pero diciendo “Kio navi, Kotohira. Debió pensar que yo era un perfecto gilipollas y tenía toda la razón hasta que caí en que le estaba preguntado por la oficina de turismo de Kioto en Kotohira. Pues bien a pesar de mi ineptitud el señor entra en la oficina y sale con una tableta, me pregunta el idioma, selecciona el español y me dice que le haga la pregunta a la tableta. “Dónde está la oficina de turismo de Kotohira”. Me siento como un imbécil y la tableta en venganza me contesta con una tontería. Entonces busco en mi guía como se dice lo de esa oficina: “kanko annai-sho”. Se lo dice a la tableta en japonés y aparece en la pantalla en castellano: “a la izquierda de la estación de Kotohira”. Nos dirigimos hacia allí y al pasar por delante del “koban” vuelvo a entrar pues ya sé las palabras mágicas: “kanko annai-sho”. Quiero explicarles que busco algo normal. Imagino que en japonés me dirían algo así como “pero hombre, haberlo dicho antes”. Y entonces muy solícitos buscan en una estantería un libro enorme, tipo catastro, y me señalan el lugar exacto: efectivamente a la izquierda de la estación o a la derecha cuando sales.
Pues allí estaba en una nueva y gran oficina con dos amables empleados que tampoco hablaban una palabra de inglés. Y es que esta ciudad es muy importante desde el punto de vista turístico, pero por lo visto los occidentales no suelen llegar hasta la isla de Shikoku.
Por ello cuando me preguntáis por el viaje a Japón y decís: “claro, hay que ir sabiendo inglés”, mi respuesta es siempre la misma: “hay que ir sabiendo japonés”. Así hoy daba lo mismo tener un doctorado en inglés que en malayo. Otra cosa es cuando tienes un problema importante.
Todo lo anterior lo descubrí en un viaje que hicimos en los años 80 a las islas Galápagos y que cuento a veces por lo instructivo. En el barquito viajaban dos jóvenes japoneses que hablaban algo de castellano pues estaban recorriendo Suramérica, pero nada de inglés. “¿Pero en Japón no habla todo el mundo inglés?” Y uno me respondió: “En Japón, todo el mundo habla japonés”. Pues eso en Kotohira.
Con esa búsqueda se nos ha hecho la hora de comer y esta ciudad es famosa por sus cuencos de “udon”, así que vamos al mismo restaurante donde comí hace 7 años. Una maravilla.
Sigue lloviendo y en la subida a Kompira-san hay dos porteadores en la calle con una estufa encendida y con el palanquín cubierto pero sin clientes a la vista.
Los últimos turistas bajan de la montaña y aquello se está quedando desierto. Lo malo es que con este tiempo hay pocas cosas que hacer.
Nos damos una vuelta por un pequeño museo dedicado a la elaboración de “sake” y ya se ha hecho la hora de poder entrar en el hotel. Es la primera experiencia de “ryokan” para Marisa y se queda maravillada. Además como no hay muebles y las “camas” son futones, ahora enrollados, la habitación parece enorme.
En medio de ella una mesa negra rectangular de un metro por metro y medio y de unos 40 cm de alto con unos faldones que cuelgan y que le dan un aspecto de catafalco. La sorpresa: es para meter allí debajo los pies pues hay un aparato que da calor.
En mi viaje anterior había una estufa como las de petróleo pero ahora hay aire acondicionado.
Te proporciona una “yukata”, como un kimono para estar por casa, y una chaqueta que te da un aire muy elegante. Yo me disfrazo de esta guisa para ir a cenar pues tenemos media pensión.
La cena es a las 6 y media y estamos tres mesas en el comedor: una joven pareja, otra pareja también joven con dos niños y nosotros. Todos sentados al estilo japonés menos Marisa que logra meter las piernas debajo de la mesa y yo que también lo hago pero que ante el riesgo de quedarme para siempre en esa posición tengo que sacar las piernas y arrodillarme y volver a meterlas y volver a sacarlas. Porque la mesa mide unos 30 cm de alto y comer así ha sido una tortura. A pesar de que ya me ocurrió lo mismo en la primera estancia pues al ir vestido de “samurai” se me levantaba la falda casi hasta los calzoncillos. Pero ha sido la cena más buena y bonita de todo el viaje. O quizás de mi vida entera, por lo menos por su presentación. Unos 7 u 8 platillos a cual más delicioso.
Después un baño en una bañera japonesa de madera de esas familiares. Porque aquí hay una gran sala de baños común pero no hay cuarto de baño en las habitaciones. Y es que es un “ryokan”.
Hoy por primera vez tengo tiempo para escribir el borrador pues llevo un retraso considerable.
Esperemos que mañana por lo menos no llueva.
13/11/2015 a las 13:47
Joder, Ángel, qué aspecto tan elegante e interesante tienes con el yukata, deberías adoptarlo más a menudo
13/11/2015 a las 16:09
Carmen, es que no me pude comprar ninguno, pues el escaso espacio libre de la maleta lo ocupé con algas y wasabi, pero realmente me sentía casi como un samurai y es que el hábito sí hace al monje.
Un beso