Al final llego a Saathi. Hay 4 ó 5 jóvenes, pregunto por el nombre que tengo escrito que es el amigo del periodista, me dicen que es el jefe y le llaman por teléfono. El pobre tiene una pierna escayolada pero creo que ha venido en moto.
Esto es una especie de ONG que promueve el trabajo de artesanía de la gente de la zona. También tienen algún taller en sus instalaciones. Además enseñan las técnicas a los que quieren venir aquí a aprender.
Mañana lo veré pero me dicen que hacen cosas de cerámica y trabajos de metal, madera y bambú. No he preguntado si te cobran por la enseñanza o basta con lo que pagas por vivir aquí. Porque es el único albergue de la zona.
Me muestran la habitación: limpia y espartana. Diría incluso que las sábanas son más limpias que las del hotel de Raipur a pesar de que aquél era “todo lujo”.
Como siempre en Asia hay una sola sábana y una colcha –también en el hotel de Raipur- pero no pido otra porque hay tres camas en la habitación con su correspondiente dotación cada una.Por encima de la sábana corren varias arañas. Bueno no veo bien si son arañas u opiliones. De momento dejemos que sean arácnidos. Pero en la habitación no hay telarañas y a mí en estos sitios de muchos mosquitos prefiero que las haya. Así que éstas deben ser de las que cazan al acecho cuando el mosquito está despistado. ¿Y cuando lo están? Pues cuando me está picando. Así que me imagino mi cuerpo desnudo –sí, duermo desnudo- siendo un campo de batalla entre el mosquito y la araña. O mejor un terreno de caza. Lo peor que me puede pasar es que en el momento en el que el mosquito me esté picando en la cara le pegue un guantazo –en mi cara- y lo liquide recién comido y también a la araña que lo iba a atacar y encima que ésta al sentirse amenazada me pique también antes de morir.
Me ha salido un poco teatral pero puede ocurrir.
Durante mi servicio militar compartí a veces el dormitorio con otro soldado, Joaquín, de Granada. A veces cuando dormía la siesta le ponía en la cara un “blaps”, un escarabajo negro mate con patas muy largas y bastante común. Joaquín en su sueño notaba algo y le daba un manotazo. Si acertaba, y era lo más frecuente, pues aquellos blaps andaban muy despacio, lo aplastaba encima de su cara o su frente. Y le molestaba mucho. Pero era muy lento en el ataque, Joaquín.
Un pequeño problema esta noche es que como soy el único huésped del complejo, y no sé si el único que duerme aquí, la cocinera se ha ido y para cenar tengo que ir al pueblo que está a cinco kilómetros.
A la hora convenida viene un joven a buscarme. Como no he visto más que bicicletas pensaba que me prestarían una y alguno me acompañaría. Pero el joven lleva una moto y va todo tapado. La noche está a punto de ser fresca y en moto lo es más.
Me lleva al cruce de la carretera donde me ha dejado el bus. Allí hay una especie de restaurante: unos fogones y tres camastros de cuerda tejida donde se sientan los clientes al estilo indio, o sea encima con las piernas cruzadas y les ponen dos tablas trasversales encima del camastro para hacer de mesa.
Afortunadamente adivinan mi problema porque me ponen las tablas pero también una silla. Y un vaso de agua. Y a mi pregunta me dicen que sí, que es potable y que se puede beber. “¿Tienen agua embotellada?”. Pues no y a mí no me queda casi nada. Insisten en que puedo beber de esa agua sin problemas. El otro comensal es un tío orondo que me dice que esa agua es mejor que la “Bisleri”, el nombre de una marca que emplean aquí como metonimia pues creo que fue la primera marca de agua embotellada. ¿Y por qué me lo dice tan seguro? ¡Porque es de pozo! Y eso para mí es lo contrario de seguridad. Pues con su autoridad: trabaja en el departamento de salud. Eso me recuerda lo que pasa cuando alguien decía que trabajaba en IBM y todo el mundo daba por supuesto que era un experto en ordenadores y mejor en ordenadores personales. Aunque fuese un administrativo o un carpintero. O sea que éste podía ser un bacteriólogo o un lampista.
Total que me dice que ahora sí es buena el agua pero hay veces que no. Que depende de la lluvia, del viento, del…Le digo que si mañana tengo diarrea iré al hospital y preguntaré por él. Al final decido no beber agua. Además cuando he llegado a la cooperativa he preguntado si había mosquitos. Que no había. Es que me preocupa mucho la malaria. “Aquí no hay malaria” me han asegurado. Ahora el comensal vecino me dice que con lo que tengo que tener cuidado más que con el agua es con los mosquitos porque en esta zona hay mucha malaria. Y que utilice la mosquitera para dormir. Pero aquí en el restaurante no había lo que me hace sospechar que lo hacía para impresionarme. Ya lanzado sobre los peligros que me acechan le pregunto si hay dengue. No hay. Eso sí, me ha dicho que él era un experto en la lepra. La pena es que hablaba muy poquito inglés y se tenía que ayudar con mi motorista que también hablaba poco.
Así que ha sido una cena de lo más curiosa. Y encima al final me ha invitado. También sorprendente era que él vivía en el pueblo que está a cinco kilómetros e iba en moto y tenía mujer e hija allí y sin embargo estaba cenando aquí.
Volvemos al hotel y hace una noche preciosa, pero por si las moscas o mejor por si los mosquitos no me quedo en el exterior.
Así que prontito a dormir y a esperar que las arañas o los opiliones (por favor que sean de estos, que me parece que no pican) estén tranquilos y no les haya importado que yo les haya invadido el colchón porque mi cabeza quedará a unos 5 centímetros de una pareja de ellos. Los espanto pero poco, sin matarlos, no ocurra como en Birmania que si matabas algún bicho enseguida aparecían un ejército de hormigas a comérselo.
En resumen, que como decía Sequillo, el Apóstata: “si te molestan los bichos no salgas de casa”.
Cuando me estoy durmiendo los bichos vuelven a su sitio enfrente de mi cara a unos pocos centímetros de ella y me percato que son como las arañas que salen en las tiras de Garfield y que él siempre aplasta con un periódico.
20/02/2009 a las 13:58
Carreteras en mal estado, conducciones temerarias, bichitos, malaria, agua no potable, naxalitas, no me extraña que cuentes tus crónicas a posteriori, qué respiro para tu familia.