
Salimos del Parque de San Martín en búsqueda de un restaurante que recomienda la guía y pasamos por delante de un edificio que resultó ser el de la radio nacional argentina, en este caso la “LRA 6”.
Anunciaban una exposición sobre Quino, mendocino él, pues juegan con su gentilicio: “MendoQuino”.
Vamos a verla y por error entro en el despacho de la directora: una joven muy simpática que nos ha enseñado todo el edificio y con quien hemos charlado un buen rato.
Le pregunto por el deterioro de los edificios que debieron ser muy importantes: “Los propietarios que tienen dinero se han ido a vivir a otros sitios y los que viven aquí no tienen dinero para mantenerlos”. Misterio resuelto.
Y en algún caso, como compruebo, las mansiones han sido salvadas al transformarlas en centros oficiales, como esta “Mansion Stoppel” que ahora es el “Museo Carlos Alonso”.
En nuestro recorrido por el barrio elegante, algunas casas están rematadas con concertinas, cosa que creo sería ilegal en España.
En otra hay unos cables eléctricos con este letrero: “Peligro. Alto voltaje”. ¿Sería legal en España?
Otra curiosidad de un jardín de una casa: “No corte los cactus lo estamos filmando”.
Y finalmente un Fiat 600 de los años 60 en la calle en estado impecable. Ya había visto R12 de Renault y Fiat 127 funcionando, aunque en estado lastimoso, pero este 600 (que fue el coche nacional en España en los 60 del XX de la marca SEAT) parecía nuevo.
De todas maneras, no es de los primeros ejemplares que en esos la puerta se abría en sentido contrario a la marcha y este lo hace de manera “normal”. Y lo sé porque yo tuve uno.
También veo el precio de un aparcamiento, donde aparcar con la parte trasera pegada a la pared se le llama “aparcar en culata”: 60 pesos por media hora, o sea que con el cambio de hoy no llegan a 15 céntimos de euro. Si van a Madrid y ven los precios se caerán “de culata”.

Encontramos el restaurante que buscamos sin éxito el día que llegamos, comemos bien y cuando salimos la camarera me dice que falta dinero. No me sorprende, pues hay que pagar siempre un fajo de billetes, pero me siento muy mal. Al poco acude otra con dos billetes que se le habían caído al suelo a la primera.
Cabreo y bronca, pues encima les pareció gracioso.





