
El bosque de los arrayanes y la isla Victoria.
El arrayán es un árbol precioso, que además tiene un nombre muy evocador; porque eres como un arrayán, pero te llamas “chaparro” y no triunfas jamás en la nomenclatura botánica, pero “arrayán” …
Y se llama así porque “Los colonizadores españoles lo llamaron arrayán por la semejanza de sus flores con las del arrayán europeo o mirto” (Wikipedia dixit).
Su nombre científico es “Luma apiculata” y es de la misma familia del mirto, “Myrtus communis”, las mirtáceas.
También de Wikipedia: “En la mayor parte de su área de distribución crece como un arbusto muy ramificado, de unos 3-5 m de altura. Pero en ciertos lugares como el parque nacional Los Arrayanes (Neuquén, Argentina) …, existen bosques donde alcanzan hasta 20 m de altura y 1 m de diámetro.
Los arrayanes más antiguos se pueden encontrar en el Parque Nacional Los Arrayanes en Argentina con 600 años, aproximadamente, y en la isla Chaullín, en Chile, que llegan a alcanzar los 1000 años”.
Aunque Bariloche pertenece a la provincia de Río Negro (como los policías de la charanga) el lago Nahuel Huapi está compartido entre esta provincia (el 20%) y la de Neuquén (el 80%).

El recorrido se hace por un camino sobre una pasarela de madera y quizás sería una maravilla si no fuese por la cantidad de gente que vamos y porque hay que hacer el recorrido a toda prisa.
Es un poco decepcionante, pues además tenemos un gran amigo, Enrique, que ya nos había hablado de este lugar, algo tipo “Si vas a Argentina, tienes que ir a ver el bosque de los arrayanes de Bariloche”.
Volvemos a embarcar y seguimos la ruta lacustre hacia la isla Victoria y todo el trayecto sigue siendo una maravilla, además la guía del barco, Natalia, me ha explicado que hoy ha sido un día excepcional por la falta de viento; desde luego el lago estaba como un espejo.
Llegamos a la isla Victoria y desembarcamos en el Puerto de Anchorena.
Ofrecen tres alternativas: un circuito corto de 300 metros, uno largo de una hora o quedarse en una playita al lado del embarcadero.

El grupo más numeroso elegimos el largo, pero entre nosotros se cuela un abuelo que parece que tenga 70 años, pero con la salud de uno de 130, así que Natalia, muy inteligente, intenta disuadirlo y le pregunta si padece del corazón y si cree que puede hacer el circuito. Parece que no tiene ninguna dolencia, pero de alguna manera le convence para que elija otra opción. Y menos mal, porque hemos hecho un recorrido muy interesante, pero a toda velocidad, pues la guía se paraba de vez en cuando para explicar las características de la flora y después salíamos pitando.
Resulta que hay un arboretum, de acceso restringido, que procede de unos intentos para explotar especies de otros países en este entorno. Al final, como suele ocurrir, las especies foráneas acabaron invadiendo el terreno de las autóctonas y ahora se intenta revertir la situación, no sé si con éxito o no, pero sí muy lentamente.
NB
Para vuestra formación biológica: el antónimo de “autóctona” es “alóctona”. (Apreciación personal: es un “antónimo blando”).
De todas maneras, lo que ha quedado es un bosque con unos ejemplares enormes y preciosos, en una isla donde solo viven dos guardabosques y dos empleados de mantenimiento. También hay una especie de albergue para los voluntarios que vienen aquí a trabajar en algunas épocas del año.
Además de los “árboles indeseados”, también hay ciervos y jabalíes y parece que ambos, pero especialmente los últimos, son una plaga.
La guía nos explica que dependiendo del viento, en algunas ocasiones no se puede hacer el recorrido por el arboreto porque algunos de los árboles son tan altos que cimbrean mucho y sueltan las piñas que al ser tan grandes y estar tan altas pueden provocar accidentes graves. Vaya, imagino que si hay la prohibición es que ya los ha habido.
En resumen, un recorrido muy interesante y muy bonito, pero hecho a la carrera.

Durante este tramo de la excursión, en la isla Victoria, tenemos que cargar con todas las pertenencias, pues mientras la hacemos nuestro catamarán regresa a Puerto Pañuelo a recoger a otros turistas que van a hacer lo mismo, pero un poco más tarde. Y así compruebo que los tomadores de mate cargan con el neceser “ad hoc”: la hierba, el termo y la cazoleta donde lo beben. Y en la otra mano el celular.
Anchorena.
Nombre omnipresente en esta isla Víctoria.
Realmente se llamaba Aarón Félix Martín de Anchorena Castellanos y con ese nombre ya te puedes imaginar que fue alguien importante, pero de los que lo son desde que nacen.
Wikipedia dice que nació en Buenos Aires en 1877 y murió en Uruguay en 1965 y que fue “un aristócrata argentino que se destacó como aviador pionero en el Río de la Plata y como estanciero en Uruguay”.
Su relación con la isla Victoria viene de que a comienzos del siglo XX viajó a caballo por la Patagonia y llegó hasta este lago y a esta isla impulsando su desarrollo y consiguió que el gobierno le diera la isla en usufructo de por vida, aunque desistió posteriormente de esos derechos.
Fomentó el turismo en esta zona y creó un vivero con más de dos mil especies de árboles de todo el mundo, además de construir un astillero en Puerto Anchorena.
Y no puedo dejar de nombrar a su madre, Mercedes Castellanos de Anchorena, por una particularidad muy especial: fue “Condesa Pontificia”.
Son títulos nobiliarios otorgados por el Papa.
Y esta señora construyó con su dinero la Basílica del Santísimo Sacramento en Buenos Aires, iglesia que es impresionante.
Se la consideró la mujer más rica del Buenos Aires de fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Etiquetas: Anchorena, Argentina, Arrayán, Buenos Aires, Lago Nahuel Huapi, Puerto de Anchorena



26/02/2024 a las 10:52
Cuando hablas de la caminata a toda velocidad, me acuerdo del pingüino torpe y de mi misma.
26/02/2024 a las 14:29
Efectivamente, sería divertido ver a un pingüino hacer aquel circuito.