29. Nueva Zelanda 2017. 2 de octubre, lunes. Décimo cuarto día de viaje. Christchurch. Tercer día. Tercera parte.

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Y cerca de la “Antigua Boat Sheds” me entero por fin de la forma correcta de circular como peatón por este país. Porque lo he preguntado en las oficinas de turismo, en los hoteles, a informadores de algún museo: “¿Por dónde debo andar por la calle, por la derecha o por la izquierda?” Pues no solamente no lo sabían, es que me miraban como si hubiese preguntado por el precio del caviar en el economato de la cárcel.
Pues hoy he visto un letrero en el suelo que decía: “Keep left”. Ya está claro: por la izquierda.

Se nos ha hecho muy tarde y vamos en busca de la comida. El más cercano recomendado por la guía es una camioneta a las que tan aficionados son en este país y es de comida griega, vaya, como la de ayer: souvlakis.

Está en un lugar donde hay varias furgonetas de comidas y con tiendas situadas en contenedores. La guía ya te advertía de la cantidad y diversidad de uso de estas cajas metálicas, pero no me imaginaba que iba a encontrar tantas. Aquí son tiendas, pero a lo largo de la ciudad te las encuentras constantemente en todos los sitios. Hoy hemos visto unas formando una gran muralla delante de una casa dañada por el terremoto. Imagino que será para sujetarla y que no se caiga.


La comida griega, estupenda.

Vamos a tomar café a uno de los lugares que ayer no pudimos encontrar. En el camino una gran pintada con el nombre de “Líster”. Como nos vamos mañana de aquí no podé preguntar si este “Líster” es “nuestro Líster”. El dibujo es bastante horrible, así que espero que no lo sea.

Líster, ese nombre formaba parte de mi infancia, como alguien que había hecho algo excepcional. Mi madre me explicaba que durante la guerra en mi pueblo mandaban los anarquistas y la situación era eso, anárquica. Hasta que llego Líster y volvió el orden. Bueno, eso era la sensación y lo que oía contar una niña de 12 años.
Te dejo un enlace por si estás interesado en este momento de la guerra civil española.

Pasamos por un solar donde hay aparcado un viejo autobús transformado en bar: está lleno de gente y todo parece muy moderno y de moda.
Al final llegamos a la cafetería buscada; un letrero informa en la puerta que “Niños y perros son bienvenidos”. Pero que los tengas atados. No sé si a los niños o a los perros. O a las dos.

Es un local muy especial: un letrero en el exterior dice que “Est 1996” y es que aquí todo es muy reciente a pesar de ser uno de los pocos edificios que sobrevivió al terrible terremoto de 2011. Era la antigua oficina de correos y su interior de techos altísimos está atravesado por tubos de plástico transparente que permiten enviar la comida (imagino que solo algún tipo de ella) desde el mostrador hasta tu mesa mediante aire. Será divertido verlo en marcha.

En esta ciudad alardean de tostar el café mejor que nadie. Esta cafetería tiene así su propia tostadora y desde luego el café que me he tomado ha sido el mejor del viaje.

Otra gracia: la puerta que conduce a los servicios es corredera y simula una librería.

Otra: como en todos los sitios te sirves tú mismo el agua directamente, normalmente en el mostrador, pero aquí lo haces desde una máquina de coser antigua.


Total, un sitio encantador a donde volvería sin duda si regreso a esta ciudad.

PD
Estoy escribiendo en la sala de estar y la china a la que llamé la atención el otro día por lo que gritaba vuelve a “actuar” con otros tres que también parecen chinos, pero con los que habla en inglés y así luego descubriré que uno es japonés.
Estoy bastante molesto, pero aguanto hasta que parecen otras tres chinas más y al encontrarse se ponen a gritar como locas. Espero a que se les pase la alegría, pero no bajan el volumen, ni el contento. Al final les digo que los chinos son un pueblo muy grande y muy importante, pero que hay más gente en el mundo. Y de repente me digo: “¿Y si no son chinos?”. Así que les pregunto en medio del discurso: “Porque sois chinos, ¿verdad?”. Y una en plan borde me responde: “No soy china, soy de Hong Kong.” Que me han dado ganas de responderle: “Y Hong Kong, ¿dónde está en Francia o en Italia?” Pero me he callado. Y ellas también. Aunque he aprovechado para decirle al japonés que me sorprendía su comportamiento, pues los japoneses son muy comedidos y respetuosos en su comportamiento social. Pero creo que no me ha entendido.

Se han marchado las recién llegadas y se ha quedado la joven gritona, que ahora sigue oyéndose, pero poco, el japonés, que habla muy bajito, y el otro chino, que solo susurra.
Menos mal que mañana nos vamos porque sino alguno de ellos me plantaría la zancadilla cuando estuviese en la cocina. O me escaldaría con agua hirviendo.
Que los orientales son muy taimados.

NB
Hoy al pagar en el supermercado la cajera me ha dado un ticket y me ha firmado el recibo de la compra, cosa que no habían hecho ningún día. Y además me ha explicado porque hacía todo eso.
No he entendido absolutamente nada, pero le he dado las gracias todo lo efusivamente que he podido. O sea cuatro veces “Thank you”.
Al llegar al hotel leo el papelito: podré comprar unos preciosos cuchillos cuando tenga 2 pegatinas más.
¡No hay nada como saber idiomas! O no saberlos.

Sobre las furgonetas restaurantes.
Hay una deliciosa comedia sobre un chef famoso que acaba en una de ellas y que se titula así “Chef”. Alguno te la recomendará solo por ver a la Sra. Vergara, yo además por los dos protagonistas masculinos y sobre todo por la banda sonora. Si eres usuario de Spotify échale una audición. O dos.

Dyslexia Foundation.
Muy cerca del hotel hay un bonito edificio con un cuidado jardín lleno de flores y unas interesantes esculturas. Pertenece a la “Dyslexia Foundation of New Zealand”, DFNZ.

La puerta siempre estaba cerrada cuando pasábamos por allí, pero encontré un folleto donde explicaban qué era la dislexia y a cuantos afectaba. Decía que en este país afecta al 10% de la población y a unos 70 mil escolares. No sé qué pasa en España pero muchos me parecen, claro que a lo peor es más fácil ser disléxico en inglés que en un idioma tan fonético como el castellano.
Peor todavía: del 30 al 52% de los presos británicos, norteamericanos y suecos son disléxicos. Eso ya acojona más, ¿no?
Y esta gente tan preocupada por el problema han creado una web, donde muestran recursos para ayudar a las familias y a las escuelas.
Este es un país increíble.