27 de marzo del 2011.
Hoy vamos a hacer un viaje corto pero del que me han asegurado que no hay medio para volver el mismo día, así que nos iremos a dormir allí y regresaremos mañana de nuevo a Van.
De Bahcesaray, en turco Bahçesaray, dice la guía que está a 110 km de Van “in the middle of nowhere”, metido dentro de las montañas, y que debe su fama a su aislamiento pues la nieve lo deja incomunicado seis meses al año y tanto es así que, según la guía, los de allí dicen que “la mitad del año pertenecemos a Dios”. Pues hoy es 27 de marzo y es un tanto exagerada la información.
Afortunadamente ayer buscamos el lugar de donde salía la furgoneta que era donde nos había informado el de turismo pues la guía decía otro sitio totalmente diferente. Y encima que los domingos, hoy, no había transporte. Y así para evitar problemas a las 9 ya estábamos en la pequeña agencia aunque nos habían dicho que salía a las 10. Rápidamente nos sacaron un par de sillas a la acera. Lucía un sol espléndido y se estaba muy bien. A las 10 nos dijeron que saldríamos a las 10 y media y finalmente lo hicimos a las 11 y cuarto.
En la espera callejera se van acercando hombres para charlar con los de la agencia. Y por lo visto todos preguntaban quienes eran aquella extraña pareja que iba a Bahçesaray. Uno, más atrevido, me ha preguntado –o eso he entendido- que porqué íbamos allí pudiendo ir a Antalya. Es como si te encuentras en la estación de autobuses de Lérida a una pareja australiana que va a Orihuela del Tremedal y tú, sorprendido, les preguntas que porqué van allí pudiendo ir a Tarragona.
La verdad es que varios intentan decirnos algo pero al final se queda uno conmigo y al verle toser mucho le he dado un caramelo Virginias. (Algún día explicaré porqué me gusta esa marca). Pues ha debido considerar este gesto como de buena amistad porque ya no me ha abandonado. Y ya como “amigos” me señala la furgoneta y me dice que “Bah” y “Mikis”. Como no le entiendo le hago un dibujo de la furgo y debajo escribo “Van”, luego una carretera y al final Bahçesaray. Y él escribe en medio del camino “Mikis”. Deduzco que el coche va hasta Mikis y que allí tenemos que cambiar a otro. Después de varios dibujos y conversaciones –él en turco y yo en lo que puedo- resulta que Mikis es el nombre kurdo de Bahçesaray. Con los problemas que tengo con el turco solo me falta que me den los nombres en kurdo. Y aún más: me dice que Van se llama Tuspha. “¿En kurdo?”. No en urartiano. No sabía ese buen señor que soy el especialista de la familia en esa civilización.
Ha sido muy instructivo: ya sé decir una palabra en kurdo y otra en urartiano.
Como estamos tanto rato esperando aprovecho para hacer algunas observaciones antropológicas. De antropología física: hay muchos hombres, no sé si kurdos o no, que tienen el cogote totalmente plano. Seguro que eso tiene un nombre técnico del tipo “protuberancia craneal laminada según el eje antero-posterior” o “síndrome cuneiforme radial”. Pero quizás se algo tan simple como «occipital plano». Otra: muchos hombres tienen hoyuelo en la barbilla. De antropología cultural: a los turcos varones les gustan mucho los zapatos con unas punteras que sobresalen casi 10 cm de los dedos. ¿Por qué? Mi interpretación es que es una herencia ancestral de las babuchas otomanas. Otra: los musulmanes piadosos aborrecen del bigote –tan querido por los turcos- pero adoran las barbas. (Son de las que yo relaciono con Solzhenitsin). ¿Por qué? ¿Es que el profeta dijo algo al respecto?
Con tanta espera también hablo con el chófer. (Y cuando en Turquía digo “hablar” quiero decir que siempre yo hablo un poco en inglés, dibujo y gesticulo algo mientras que mi interlocutor habla en turco, no dibuja y gesticula mucho). Nos pregunta si tenemos hijos. Ya le ha salido la preocupación turca por la familia. Porque cuando nos preguntan por nuestros “children” siempre hacen un gesto como si fuesen enanos; dada nuestra edad si los tuviésemos de esa altura que señalan…Rápidamente subo la estatura y entonces vuelvo a hacer el dibujo de los guisantes de Mendel para llegar a nuestros nietos. Pues el joven conductor, 41 años, tiene 8 hijos. Que se lo he tenido que escribir porque no me lo podía creer. Son seis chicas y dos chicos y el mayor ya tiene un niño. Así que puede llegar fácilmente a tatarabuelo.
Al final salimos con dos señoras, un niño, dos jóvenes, el “amigo” del caramelo y un elegante de cogote plano; éstos dos se sientan ambos al lado del chofer y nosotros detrás.
Nada más salir del centro paramos en un supermercado que se llama Bahçesaray. Debe ser de un emigrante del pueblo y aprovechan para comprar allí, sobre todo naranjas, y para hacer patria. El del caramelo nos regala un par de preciosas naranjas.
Pasamos por la orilla del lago Van y hay muchas familias sentadas en una especie de merenderos. Esto ya lo había visto en otras ocasiones: los domingos les encanta salir a comer al campo. También debe ser algo ancestral de cuando eran los turcomanos nómadas que venían de las estepas del Asia Central.
También a orillas del lago paramos a comprar pescado a un ambulante. Les pregunto el precio: un kilo dos liras y media. Pero de mi interés deducen que quiero comprar y tengo que repetir muchas veces que no, que no, que no quiero pescado.
Dejamos la carretera que bordea el lago, que es por la que fuimos ayer a Akdamar, y que preside el enorme monte Artus (que no parece un nombre turco de lo fácil que es) y entramos en una carretera secundaria de dos vías pero en muy buen estado.
La guía dice que la carretera cruza la estepa antes de ascender hasta el cruce de Karabel a 2.985 m. y que en el camino verás campamentos con pastores turcos, con sus rebaños y sus grandes perros. ¿Cuándo habrán hecho el viaje los de la guía? Solo hay un espacio sin nieve: la carretera. En el resto ni campamentos, ni rebaños, ni nada: solo nieve.
El amigo del caramelo nos hace pasar a Marisa y a mí a los asientos delanteros: el paisaje es impresionante. En el camino nos cruzamos con tres máquinas quitanieves que están trabajando pues aunque la carretera está limpia han dejado unas paredes de nieve enormes.

Aquello es tan bonito que quiero decírselo a mis acompañantes así que echo mano de mi pequeño diccionario español-turco y Marisa me advierte: “A ver que buscas, no vayas a decir alguna tontería”. Pues por poco, porque busco “bonito” y dice “palamut”.Y menos mal que pone delante “zool.” porque se refiere al “bonito del norte”. Sigo buscando y ya aparece “güzel, hos, sevimli” pero no me fío de mi pronunciación, así que les paso el diccionario, lo leen en voz alta y todo el pasaje se queda muy contento con mi apreciación.
Y de nuevo la guía es muy exagerada: “Si está mojada una parte de la carretera es impracticable con un vehículo normal”. Y también: “este recorrido no es para pusilánimes”. La carretera está muy bien y quizás haya algún precipicio pero la pared de nieve a ambos lados impide verlos.
Una estampa muy poco habitual: en un lado una pequeña mezquita en medio de la nada cubierta casi por entero de nieve.
Llegamos a Bahcesaray, nos despedimos de nuestros compañeros y el conductor nos lleva a nuestro alojamiento. Este es algo especial pues aquí, por ahora, no hay ningún hotel pero te puedes alojar en una especie de instituto de enseñanza secundaria en el edificio de profesores. No sé que pasará si vienen varios turistas pues me da la impresión de que solo tienen una habitación –que se llama “suite”- para este menester.

Este lugar está separado como un kilómetro del pueblo donde vamos a comer. No hay muchas opciones pero en el pequeño restaurante que entramos comemos mejor que en ningún otro sitio de este viaje y además el más barato.
El pueblecito está situado en un paraje precioso pero él es bastante feo. La mayoría son viviendas hechas de bovedillas y algunas sin acabar o sea de “bovedilla vista”. En un par de teterías los hombres están sentados cerca de una gran estufa central charlando o jugando a las cartas o al “okey”.
La guía dice que hay poco para visitar, solo un par de iglesias armenias y un puente y que es más bien un lugar para perderse: “a place to get away from it all,”.
El director del instituto me ha dicho que efectivamente hay una iglesia en el pueblo y un puente a unos 3 km.
Buscamos la iglesia y en el camino nos encontramos aun grupo de cuatro señoras sentadas encima de una alfombra tomando té mientras hacen punto: “con cuatro agujas”, me hace observar Marisa. Esa debe ser una técnica para hacer calcetines pues las cuatro hacen lo mismo. (Las cuatro señoras no las cuatro agujas, que también). Nos invitan a sentarnos y a tomar té y caramelos con ellas. Marisa se sienta pero yo no me atrevo pues no sé si seré capaz de levantarme de nuevo si me siento en el suelo. Y en cuanto te tomas el té y antes de que puedas decir nada ya te han vuelto a llenar el vaso. La gran pena es que no hay forma de comunicarnos con ellas. Como llevan el pañuelo típico les pregunto si son kurdas y me dicen otra palabra que desconozco.

Seguimos camino de la iglesia y delante de las pocas ruinas que quedan de ella hay cuatro chicas y unos cuantos niños. Las chicas, como las mujeres de más abajo, también están tomando el té sentadas en el suelo. De nuevo nos invitan a sentarnos con ellas y a tomarlo. Con éstas, aunque poco, sí ha habido algo de comunicación, por lo menos hemos sabido sus nombres y la dirección de correo electrónico para enviarles alguna foto pues ha habido sesión fotográfica aunque la iluminación era bastante desfavorable. Pero peor era el estado de los restos de esta iglesia: solo queda algo de una pequeña cúpula que está a punto de hundirse aunque los niños se suben encima sin ninguna precaución.

Nos despedimos de las chicas y volvemos al centro del pueblo: ¡qué diferencia con la vida en un pueblo español! Aquí se pasan el día tomando té y charlando. Y nada de estar los chicos con las chicas. ¡Cuánto me hubiese gustado preguntarles a las chicas como se relacionaban con los chicos! O porqué no lo hacían. Pero estos temas, con su nivel de inglés, me dan miedo tratarlos pues quizás les pueda parecer algo inconveniente.
Volvemos al colegio a ver si consigo que nos den una toalla que es la única dotación que nos falta. Encuentro a un joven con pinta de profesor y le pregunto si habla inglés. Me contesta con tanta seguridad que temo no estar a su altura. “Por favor ¿sabes dónde puedo conseguir una toalla?”. Me mira muy sorprendido y me dice, por señas, que se lo escriba. Espero no haberme topado con el profesor de inglés.
Damos un pequeño paseo por el pueblo pero en estos lugares rodeados de grandes montañas el sol desaparece enseguida y con él la vida de la gente así que nos recogemos en el colegio.
Afortunadamente hay un PC con internet disponible en un salón pero descubro que además del teclado QWERTY hay otros como éste: FGGIOD, donde ni una letra coincide con “nuestro teclado”. Imposible escribir si tienes que buscar cada letra. Pero la sala de estar es muy confortable y permite una agradable escritura del borrador para el blog.
Esta noche cambia la hora en Turquía así que hemos estado todo el día con la misma hora que en España, donde cambió ayer.
El conductor de la furgoneta nos ha dicho que mañana nos vendrá a buscar a las 10:30 a la puerta del instituto y que no nos vayamos con nadie, que nos quiere llevar él. Insisto: todo esto es una interpretación de lo que me ha dicho en turco, idioma del que solo conozco la palabra berenjena: “patlıcan”, que suena algo así como “patlechan”.
NB
Esta mañana he preguntado en el hotel de Van que porqué había tantos iraníes. Me han dicho que es que tienen 2 semanas de vacaciones (¿será su Semana Santa?) y que aprovechan para visitar Turquía.
Otra NB.
Cuando escribo esta crónica en el ordenador busco la palabra “palamut” y dice que es “bellota”. ¿Te imaginas que en la furgoneta con aquel maravilloso paisaje le digo a mis compañeros de viaje que aquello es “muy bellota”?
20110327